XXXXIV

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Jana

El sol se había ocultado hace rato, dejando el cielo teñido de un azul oscuro salpicado de estrellas. Las luces del campo de fútbol seguían encendidas, iluminando las gradas casi vacías. Habíamos ganado el partido, y mis compañeras estaban aún eufóricas, riendo y bromeando mientras recogían sus cosas. Pero yo no podía concentrarme en esa alegría. Mi mente estaba en otro lugar, atada a una preocupación que se había vuelto más difícil de ignorar con cada día que pasaba.

Había algo en Ana que no podía dejar de notar, algo que me preocupaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Últimamente, la sentía distante, aunque siempre intentaba estar presente, sonreír y apoyarme como siempre lo hacía. Pero había algo en sus ojos, una sombra que se escondía detrás de su sonrisa, como si estuviera luchando con algo que no quería compartir conmigo.

Desde el principio del partido, había estado robando miradas hacia las gradas donde ella estaba sentada con Jan. Verla allí, aplaudiendo y sonriendo, debería haberme llenado de felicidad, pero en su lugar, me dejaba con una sensación de inquietud. Su sonrisa no llegaba del todo a sus ojos, y aunque aplaudía cuando mi equipo hacía una buena jugada, parecía estar atrapada en sus pensamientos. Intenté concentrarme en el partido, pero la preocupación por ella seguía rondando en mi cabeza.

Al final del partido, cuando fui a presentarle a mis compañeras, noté que algo no estaba bien. Ana se mostraba amable, pero había una distancia en su manera de hablar, como si estuviera poniendo un muro entre nosotras. Lo vi especialmente cuando hablé con Alexia. En lugar de estar conmigo, Ana se quedó un poco al margen, observando, perdida en sus pensamientos. Alexia, siempre perceptiva, debió notarlo también, porque después de un rato se acercó a Ana y comenzaron a hablar en voz baja. No podía escuchar lo que decían, pero el tono parecía serio. Luego, para mi sorpresa, vi a Ana abrazar a Alexia, y fue un abrazo largo, como si buscara consuelo o apoyo.

Algo dentro de mí se removió en ese momento, una mezcla de preocupación y, lo admito, un poco de celos. No porque desconfiara de Alexia, ni mucho menos de Ana, sino porque me dolía pensar que Ana podría estar compartiendo algo tan personal con otra persona y no conmigo. Era como si hubiera algo que estaba entre nosotras, algo que ella no me estaba diciendo.

Cuando finalmente volvimos a casa, Ana intentó actuar como si todo estuviera bien. Me dio su habitual sonrisa cariñosa y me preguntó cómo me sentía después del partido. Pero había una tensión en el aire, algo no dicho que parecía colgar sobre nosotras. Intenté sacudir esa sensación, diciéndome a mí misma que tal vez estaba exagerando, que Ana simplemente había tenido un mal día o que estaba cansada. Pero el malestar no desaparecía, y mientras más intentaba ignorarlo, más fuerte se hacía.

Las semanas siguientes no hicieron más que aumentar mi preocupación. Ana seguía siendo atenta y cariñosa, pero esa sombra en sus ojos permanecía, y sabía que no era solo por qué estuviese recuperándose todavía. A veces la sorprendía mirándome con una expresión triste o preocupada, pero cuando le preguntaba si algo estaba mal, ella siempre respondía que estaba bien, que no tenía de qué preocuparme. Pero sabía que me estaba ocultando algo. Lo sentía en la manera en que me abrazaba, como si temiera que fuera la última vez que lo hiciera, o en cómo evitaba hablar de ciertos temas.

No sabía qué hacer. Me dolía pensar que Ana estuviera pasando por algo difícil y no se sintiera cómoda para compartirlo conmigo. Me hacía sentir impotente, como si estuviera fallando en algo fundamental en nuestra relación. Siempre había creído que podíamos hablarnos de cualquier cosa, que no había secretos entre nosotras. Pero ahora… ahora me daba cuenta de que tal vez no era así. Tal vez había algo en mí que hacía que Ana no quisiera abrirse, y esa idea me aterrorizaba.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora