XXXVII

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El dolor en mi estómago era insoportable, pero mi instinto de supervivencia comenzó a imponerse. No podía dejar que Javier me golpeara sin defenderme. Con esfuerzo, traté de levantarme, usando la mano libre para empujarlo. Logré zafarme de su agarre por un instante, y le di un empujón desesperado en el pecho.

Pero mi resistencia solo pareció enfurecerlo más. Su rostro se torció en una mueca de odio, y antes de que pudiera hacer algo más, me lanzó otro golpe, esta vez en la cara. Sentí cómo su puño se estrellaba contra mi mejilla, haciendo que mi cabeza girara bruscamente hacia un lado. El mundo pareció tambalearse a mi alrededor.

Intenté devolver el golpe, lanzando un puñetazo hacia él, pero Javier era mucho más fuerte. Mi esfuerzo solo lo hizo reír con desprecio mientras bloqueaba fácilmente mi intento. Devolvió el golpe con aún más fuerza, impactando en mi costado. El dolor me hizo tambalear, y caí al suelo, aterrizando sobre mis manos y rodillas.

Antes de que pudiera levantarme, Javier me agarró del cabello y me obligó a mirarlo. Sus ojos estaban llenos de una furia que no reconocía, una furia que no podía razonar. Me lanzó otro puñetazo, esta vez directo a mi nariz. El dolor fue agudo y cegador, y sentí cómo la sangre comenzaba a fluir, caliente y pegajosa, bajando por mis labios.

Caí de nuevo, esta vez de espaldas, golpeando el suelo con fuerza. Mi visión se nubló por un instante, y apenas pude escuchar el sonido sordo de mis propios jadeos entremezclados con la respiración pesada de Javier. Sentía la sangre en mi boca, en mi nariz, un sabor metálico y amargo que lo impregnaba todo.

Intenté moverme, alejarme de él, pero mi cuerpo estaba debilitado por los golpes. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, no solo por el dolor físico, sino por el terror de no saber hasta dónde llegaría Javier. El miedo era absoluto, un frío que me invadía hasta los huesos.

Javier se quedó de pie sobre mí, respirando con fuerza, como si estuviera debatiéndose internamente. Yo, derrotada y con el cuerpo adolorido, solo podía rezar para que se detuviera, para que alguien, cualquiera, apareciera y me ayudara.

Miguel

El sol se estaba poniendo cuando empecé a preocuparme por la ausencia de Ana. Había pasado mucho tiempo desde que se había ido con Javier, y el ambiente en el parque se volvía cada vez más oscuro. Decidí que tenía que ir a buscarla, así que me levanté y me dirigí hacia el rincón apartado donde Ana había mencionado que iría.

Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba por las calles vacías. El aire fresco de la tarde se sentía extraño, cargado de una tensión que no lograba descifrar. Al llegar a la zona de los árboles, me detuve en seco. La vista que tenía frente a mí era devastadora.

Ana yacía en el suelo, inmóvil y en una posición que me hizo estremecer. Su cara estaba ensangrentada, con cortes y moretones visibles, y la gorra blanca de Nike que me había dicho que le regaló Jana estaba manchada de sangre, el contraste del blanco con el rojo era desgarrador. Estaba agarrando su abdomen con una mano, como si intentara protegerse del dolor.

—¡Ana! —grité, corriendo hacia ella y arrodillándome a su lado—. ¿qué ha pasado?

Ana abrió los ojos lentamente al escuchar mi voz, y pude ver en su mirada una mezcla de dolor y alivio. Estaba respirando de manera irregular, con dificultad, y el rostro lleno de hematomas y sangre mostraba claramente el daño que había sufrido. La visión era tan impactante que me costó procesar la escena.

—No te muevas—dije, con la voz temblando mientras le tocaba suavemente el hombro—. Voy a llamar a una ambulancia.

Saqué mi teléfono con manos temblorosas, marcando rápidamente el número de emergencia. La voz del operador al otro lado de la línea parecía distante mientras explicaba la situación y daba la ubicación. Cada segundo me parecía una eternidad, y el pánico se apoderaba de mí al ver a Ana en tal estado.

—Ana, quédate conmigo, ¿de acuerdo? —le decía, intentando mantener la calma mientras trataba de no dejar que mi preocupación se apoderara de mí. Sus ojos estaban luchando por mantenerse abiertos, y su respiración era cada vez más entrecortada.

Intenté comprobar las heridas con cuidado, sin moverla demasiado. Había sangre en su boca, en su nariz, y su brazo estaba ligeramente enrojecido, evidenciando la violencia del ataque. El contraste entre la gorra manchada de sangre y el blanco puro del tejido era un recordatorio brutal del dolor que había soportado.

Poco después, el sonido de las sirenas llegó como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Los paramédicos llegaron rápidamente, y comenzaron a trabajar de manera eficiente. Colocaron una manta sobre Ana y comenzaron a evaluarla con rapidez y precisión. Uno de ellos le tomó el pulso, mientras el otro le aplicaba vendas y preparaba una camilla para su transporte.

Miraba todo desde un costado, sintiendo una mezcla de desesperación y alivio. Ana estaba finalmente recibiendo la atención que necesitaba, y aunque el miedo seguía presente, al menos sabía que ahora estaba en manos profesionales. La ambulancia se preparaba para partir, y con un último vistazo a Ana, me sentí agradecido por la ayuda que había llegado a tiempo.

Mientras los paramédicos trabajaban con rapidez para atender a Ana, me quedé al lado, tratando de mantenerme firme ante la angustia que sentía. Ana estaba en un estado crítico, pero su fuerza de voluntad seguía brillando a pesar de todo. Entre los jadeos doloridos y el esfuerzo por respirar, logró abrir los ojos y dirigir una mirada débil hacia mí.

—Ana —dije, acercándome aún más y tratando de mantener mi voz tranquila—. Todo va a estar bien. La ambulancia ya está aquí, te van a llevar al hospital.

Ana, con gran esfuerzo, logró abrir la boca. La sangre en su rostro dificultaba sus movimientos, pero una palabra salió de sus labios, clara y casi desesperada en medio del caos.

—Jana...—murmuró, su voz apenas audible.

El nombre era un susurro, pero estaba cargado de significado. Sentí una oleada de preocupación y dolor al escuchar su nombre. Ana estaba pensando en ella incluso en medio de su sufrimiento.

—Sí, Jana —dije con voz temblorosa—. Voy a avisarle. Ella estará aquí.

Los paramédicos se movían con rapidez, pero uno de ellos se detuvo un momento al oír el nombre, mirando hacia mí con una expresión comprensiva.

—Haremos todo lo posible para que esté bien. Si hay alguien que debe saber lo que ha pasado, también se lo informaremos —dijo, mientras se aseguraba de que Ana estuviera lista para el traslado.

Ana, con el esfuerzo de sus últimas fuerzas, asintió ligeramente, su mirada fija en mí mientras los paramédicos la colocaban cuidadosamente en la camilla y la subían a la ambulancia. La escena se sentía surrealista, como un mal sueño del que no podía despertar.

Con un último vistazo a Ana, mientras la ambulancia se ponía en movimiento, me sentí abrumado por una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que tenía que hacer todo lo posible para asegurarnos de que Jana estuviera al tanto de la situación y que Ana recibiera el apoyo que necesitaba para recuperarse.
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No voy a comentar nada, que más da, si os vais a quejar igual (lo entiendo)

Ha habido un plot twist y lo más probable es que la siguiente historia sea con Laia Codina, no estoy muy creativa últimamente así que no estoy segura😬

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora