LXIX

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El sol había comenzado a bajar, tiñendo el cielo de tonos cálidos y suaves. Ana y yo habíamos estado hablando en el sofá, tratando de entender y resolver el dolor que había entre nosotras. Aunque el ambiente estaba cargado de emociones, la sinceridad de nuestras palabras y el acto de abrir nuestros corazones nos había permitido dar un paso hacia la reconciliación.

El dolor en las piernas de Ana seguía siendo evidente, y aunque el malentendido entre nosotras parecía estar en proceso de resolverse, su estado físico aún requería atención. Decidimos que lo mejor era que Ana volviera al hospital para recibir un chequeo adecuado. Con una combinación de preocupación y determinación, me ofrecí a llevarla allí.

A medida que llegábamos al hospital, Ana parecía cansada pero aliviada por el hecho de que íbamos a recibir ayuda profesional. Su rostro mostraba una mezcla de dolor y esperanza, y aunque sus muletas parecían ser un obstáculo, se las arreglaba para moverse con cierta dignidad.

Al llegar, el personal del hospital nos recibió con rapidez. Ana fue llevada a una sala de evaluación, y mientras esperábamos, me aseguré de que ella estuviera cómoda, acomodando las muletas y tratando de tranquilizarla.

Finalmente, cuando Ana fue examinada por el personal médico, me quedé a su lado en la sala. Esta vez, no tenía intención de irme; quería estar allí para ella, acompañarla en cada paso del proceso y asegurarme de que recibiera el mejor cuidado posible. La ausencia de Jan, el hermano pequeño de Ana, que estaba en su entrenamiento de fútbol, me permitió quedarme sin preocupaciones.

-Lo siento por todo esto- dije, mientras sostenía su mano mientras el médico realizaba los últimos chequeos.-Has tenido que venir aún no pidiendo casi andar para que yo entrara en razón.

Ana me miró con una mezcla de gratitud y cansancio.

Mientras me sentaba a su lado, observando cómo trataba de relajarse, me di cuenta de que, aunque el camino por delante sería largo, al menos lo recorreríamos juntas. El esfuerzo de estar allí para Ana, el acto de enfrentar el dolor y la recuperación en equipo, nos había unido aún más, y eso me daba una esperanza renovada para nuestro futuro.

La habitación del hospital tenía una atmósfera calmada, un espacio que Ana y yo habíamos convertido en nuestro pequeño refugio mientras se recuperaba. Los tonos neutros de las paredes y la luz suave de la tarde hacían que el entorno se sintiera un poco más acogedor, a pesar del dolor y la preocupación que todavía estaban presentes.

Ana estaba descansando en la cama, con una expresión de cansancio pero también de alivio al estar rodeada de cuidado y comprensión. Yo me encontraba a su lado, revisando algunos detalles para asegurarme de que todo estuviera en orden para su recuperación. Estábamos inmersas en una conversación tranquila sobre cómo gestionar los próximos días cuando escuchamos el suave toque en la puerta.

Laura entró en la habitación con un chico a su lado, ambos sonriendo y aparentemente relajados. Pero lo que captó inmediatamente mi atención fue la gorra que llevaba el chico que estaba al lado de Laura. Era una gorra que me era extrañamente familiar, una que había visto antes.

La gorra era la misma que Ana había regalado a Laura antes. La tela era de un tono azul marino con un diseño sencillo, pero claramente era una de las gorras de Ana. No pude evitar fijarme en cómo el chico la llevaba con una actitud relajada y casual, una señal clara de que la gorra no solo le era cómoda, sino que probablemente significaba algo para él.

Mi mente empezó a conectar los puntos mientras Laura y el se acercaban.
Laura, con su típica calidez, nos miró y sonrió.

-Vaya escapada te has pegado, ¿No?-Preguntó mirando a Ana.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora