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El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando sentí a Ana moverse a mi lado. No abrí los ojos de inmediato, disfrutando de la calidez de su cuerpo contra el mío, de la tranquilidad de la mañana. Pero algo en su manera de moverse era diferente hoy. Sus dedos recorrieron mi brazo con suavidad, como si quisiera asegurarse de que realmente estaba allí, a su lado.

—Buenos días, dormilona —susurró cerca de mi oído, su voz cargada de un cariño que me hizo sonreír sin siquiera abrir los ojos.

Me giré un poco, lo suficiente para encontrarme con su mirada. Había una luz en sus ojos que no veía desde hacía tiempo, una calma que me hizo sentir aliviada, como si todo lo que habíamos hablado anoche realmente hubiera llegado al fondo de sus dudas.

—Buenos días, preciosa—respondí, acercándome para darle un beso suave, lento, como si quisiera saborear cada segundo de este despertar.

Ana me devolvió el beso con una ternura que me llenó de felicidad. Había algo diferente en ella hoy, una ligereza, una alegría que me hizo sentir que finalmente estábamos en un buen lugar, que las sombras que la habían estado persiguiendo estaban comenzando a disiparse.

Pasamos los siguientes minutos simplemente acurrucadas, disfrutando de la cercanía, de la sensación de estar juntas sin prisas ni preocupaciones. Ana estaba especialmente cariñosa, repartiendo besos en mi cuello, en mis mejillas, en mis labios, mientras sus manos acariciaban mi cabello y mis brazos. No dejaba de sonreír, y su risa suave llenaba la habitación, contagiándome de su buen humor.

—¿Sabes? —dijo de repente, su voz llena de una alegría que hacía mucho no escuchaba—. Estoy feliz, Jana. Realmente feliz. No sé cómo agradecerte por todo lo que hiciste por mí anoche. Siento que me quitaste un peso enorme de encima.

Le sonreí, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano.

—No tienes que agradecerme nada, Ana. Solo quiero que te sientas bien, que seas feliz. Estoy aquí para lo que necesites, siempre-Dije sincera, parecería repetitiva pero quería que de una vez le entrasen en la cabeza esas palabras.

Ana asintió, su expresión llena de gratitud y amor. Me abrazó con más fuerza, y nos quedamos así, acurrucadas bajo las sábanas, disfrutando de la comodidad de nuestra cama y de la cercanía que compartíamos.

De repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe, y Jan entró corriendo, con una expresión de puro terror en su rostro. Sin decir una palabra, se lanzó sobre la cama, metiéndose entre nosotras mientras respiraba entrecortadamente, como si hubiera corrido una maratón.

—¿Jan? ¿Qué pasa? —preguntó Ana, todavía un poco sorprendida por la repentina aparición de mi hermano.

Jan me miró con ojos desorbitados, su rostro pálido y lleno de pánico.

—Hay una cucaracha en mi habitación —dijo, con la voz temblorosa, como si acabara de enfrentarse a su peor pesadilla.

Ana y yo nos miramos por un segundo, y luego no pudimos evitar soltar una carcajada. La situación era tan absurda que, por un momento, olvidamos por completo el miedo de Jan.

—¿Una cucaracha? —repetí, tratando de contener la risa, aunque con poco éxito.

Jan asintió frenéticamente, como si el simple hecho de decir la palabra lo aterrorizara aún más.

—¡Sí, una enorme! —exclamó, gesticulando exageradamente con las manos—. ¡Está en el suelo, justo al lado de mi cama! No puedo volver ahí hasta que alguien la mate.

Ana me miró con una ceja levantada, su expresión divertida.

—Bueno, ¿y quién va a ser la valiente que la enfrente? —preguntó, con un tono de voz que dejaba claro que no estaba particularmente interesada en el "honor".

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora