VIII

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Después de una jornada agotadora en el Bar, el reloj en mi móvil marcaba ya bien entrada la noche.

Me dirigí al hospital directamente desde el bar. La rutina era familiar, aunque siempre era un golpe emocional ver a mi madre en esa cama, conectada a máquinas y rodeada de enfermeras. La habitación era pequeña, pero las visitas de la familia y amigos la llenaban de un ambiente cálido y esperanzador.

—Hola, mamá —dije con un tono suave al entrar en la habitación.

Ella levantó la vista desde su cama, sus ojos cansados pero iluminados por el reconocimiento.

—Hola cariño—respondió, su voz era débil pero llena de cariño.

Me acerqué a su lado y le di un beso en la mejilla.

—Ha sido un día largo, pero quería venir a verte antes de ir a casa. ¿Cómo te encuentras?

—Un poco mejor, gracias. —dijo ella—. Los médicos dicen que la recuperación va bien, pero sabes cómo son estos procesos. Lento y constante.

Conversamos durante un rato. Hablamos de cosas triviales para mantener el ambiente ligero. Ella siempre se preocupaba por no ser una carga, pero yo sabía que era todo lo contrario. La fortaleza que mostraba en esas circunstancias era admirable. Después de un tiempo, me levanté para irme.

—Voy a casa a recoger mi monopatín y veré si puedo pasar por el skatepark. Quizás desconectar un poco me ayude a relajarme —le dije, mientras le daba otro beso en la frente—. Nos vemos pronto, te quiero

—Diviertete cariño. —ella me sonrió—. No te preocupes por mí. Solo cuídate tú también.

Me despedí de ella y salí del hospital. Aunque estaba exhausta, la idea de ir al skatepark me animaba. El barrio donde vivía tenía una atmósfera única; era un lugar donde la vida seguía su curso a pesar de los problemas y las dificultades. La gente joven se reunía en el skatepark casi todas las noches para escapar de las tensiones de la vida diaria. Las calles podían ser duras, pero el skatepark era un refugio, un lugar para reír, bailar y sentir que el mundo era un poco más tolerante.

Al llegar a casa, recogí mi monopatín y me puse una chaqueta ligera, el viento fresco de la noche era un alivio después de tantas horas bajo las luces del estadio. Salí apresuradamente y me dirigí hacia el skatepark. A medida que me acercaba, ya podía escuchar el murmullo de la música y las risas de los jóvenes. La escena se desplegaba frente a mí como una mezcla vibrante de luces y sonidos.

El skatepark estaba lleno de vida. Había un botellón en pleno apogeo, con chicos y chicas de diferentes edades riendo, bebiendo y disfrutando. Las luces de la ciudad se reflejaban en los charcos del suelo, y el aroma a comida rápida y a mezclas de alcohol flotaba en el aire. Había una sensación de libertad y despreocupación en el ambiente que resultaba contagiosa.

Me deslicé por el parque con mi monopatín, saludando a los conocidos y uniéndome a la energía colectiva. Los chicos estaban practicando trucos mientras los demás los animaban y se reían. Me acerqué a un grupo que estaba en medio de una conversación animada y me uní a ellos, rápidamente me sentí integrada, como si nunca hubiera salido de aquel lugar.

—¡Ana! —exclamó uno de mis amigos, Miguel, cuando me vio- Estábamos a punto de hacer algunos trucos. ¿Te apuntas?

—Sabes perfectamente la respuesta —respondí, sintiendo cómo la adrenalina comenzaba a llenar mi cuerpo nuevamente.

Comenzamos poco después, riendo y compitiendo amistosamente. Mi monopatín se movía con fluidez bajo mis pies mientras realizaba trucos que siempre habían sido mi especialidad. La sensación de volar sobre el suelo y la emoción de aterrizar con éxito era una distracción bienvenida de las preocupaciones que me seguían.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora