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Después de un rato en el que Ana intentó descansar y yo permanecí a su lado, sentí que necesitaba hacer algo más para ayudarla a encontrar algo de calma en medio de toda esta angustia. Ana seguía en una mezcla de dolor y preocupación, y aunque había intentado consolarla con mis palabras, sentía que necesitaba ofrecerle una solución más concreta para que pudiera encontrar algo de paz mientras se recuperaba.

Me incliné un poco más cerca de la cama, tratando de hablar con suavidad y ternura para no añadir más estrés a su situación.

—Ana —dije, con un tono que trataba de ser tranquilizador—, he estado pensando en algo que podría ayudarte a sentirte un poco más tranquila mientras te recuperas de todo esto.

Ana me miró con curiosidad, aunque el dolor en su rostro no parecía haber disminuido mucho. Su mirada estaba llena de incertidumbre y agotamiento.

—¿Qué es? —preguntó, con voz débil.

—Mientras te recuperas, ¿qué te parece si te quedas en mi casa? —sugerí—. Podrías estar en un lugar más tranquilo, alejada del ambiente que pudo haber contribuido a todo esto. Yo me encargaría de todo lo que necesites, y si hay algo en lo que pueda ayudarte, no dudes en decírmelo.

Ana parecía sorprendida por la oferta. Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, y trató de buscar palabras para responder. Había una mezcla de gratitud y sorpresa en su expresión, pero también una profunda preocupación.

—No sé si debería aceptar esto, Jana —dijo—. No quiero que sientas que estás obligada a hacer tanto por mí. Esto es mucho… Y además, ¿qué pasa con Jan? No quiero que cargues con todo esto.

Le ofrecí una sonrisa suave, intentando transmitirle la sinceridad de mi propuesta.

—No estoy obligada a hacer nada, Ana —respondí—. Lo hago porque quiero estar a tu lado, porque te quiero y porque creo que necesitas un entorno tranquilo para recuperarte. Mi casa puede ser un lugar seguro para ti mientras te recuperas, y me encargaré de todo. En cuanto a Jan, también me ocuparé de él. No tienes que preocuparte por eso.

Ana parecía conflictuada, claramente conmovida por la oferta, pero luchando con la idea de aceptar una ayuda tan grande.

—No puedo pedirte que te encargues de todo —dijo, con la voz rota—. Es mucha responsabilidad.

Tomé su mano con suavidad, sintiendo su piel cálida bajo la mía. La mirada en mis ojos debía transmitir toda la determinación que sentía en mi corazón.

—Ana, no se trata de pedir ni de obligar —dije con calma—. Se trata de lo que quiero hacer por ti. Si me necesitas, estoy aquí. Y si Jan necesita algo, yo también estaré allí para él. No tienes que cargar con esto sola. En mi casa estarás en un lugar seguro, y eso es lo que más me importa ahora mismo.

Ana luchó por contener las lágrimas, y podía ver la gratitud en sus ojos a pesar de su tristeza.

—Gracias, Jana —murmuró—. No sé cómo agradecerte esto.

—No necesitas agradecerme nada, te lo he dicho muchas veces —dije, con una sonrisa cálida—. Estoy aquí para ti, y eso es lo único que importa. Lo que podemos hacer ahora es enfocarnos en tu recuperación y en asegurarnos de que tanto tú como Jan estéis lo mejor posible.

Ana asintió lentamente, aceptando la oferta aunque aún parecía abrumada por el peso de la situación. Me dio una ligera sonrisa, llena de gratitud y alivio, y la tristeza en sus ojos parecía suavizarse un poco.

—De acuerdo, Jana —dijo—. Aceptaré tu oferta. Gracias por estar aquí y por ofrecerme esto. No sé cómo lo haría sin ti.

—No tienes que preocuparte por eso —respondí—. Solo concédele a tu cuerpo y a tu mente el tiempo que necesiten para recuperarse. Yo me encargaré del resto.

El ambiente en la habitación, aunque aún lleno de dolor, se volvió un poco más relajado con la aceptación de mi oferta. Aunque el camino hacia la recuperación de Ana sería largo y complicado, el hecho de que pudiera ofrecerle un lugar de descanso y apoyo en mi hogar me daba una sensación de alivio. Estábamos enfrentando la adversidad juntas, y a través de todo el dolor y el sufrimiento, la fuerza de nuestro amor y apoyo mutuo era lo que nos mantenía firmes.

...

Desperté al amanecer del primer día en que Ana y Jan estaban en mi casa. El sol apenas comenzaba a filtrarse a través de las cortinas, bañando la habitación con una luz suave y dorada. Me levanté con cuidado para no hacer ruido y me dirigí a la cocina. La primera tarea del día era preparar el desayuno para Jan antes de que se fuera al colegio. Aunque la situación seguía siendo difícil, la rutina diaria parecía ofrecer una pequeña dosis de normalidad.

Me puse a preparar una mezcla de cereales, fruta y un poco de leche para Jan, intentando hacer que su mañana fuera lo más tranquila posible. Sabía que el día iba a ser largo y lleno de desafíos, pero al menos podía empezar con una nota positiva para el pequeño. Mientras preparaba el desayuno, me sentía algo aliviada por poder ofrecerle un entorno estable y cálido.

Cuando terminé, fui al salón donde Jan estaba medio dormido en el sofá, esperando su desayuno. Lo desperté con suavidad, y aunque estaba algo somnoliento, pronto se mostró animado al ver el desayuno listo.

—Buenos días, Jan —le dije con una sonrisa—. Aquí tienes algo para comer antes de irte al colegio.

Jan tomó el desayuno con una sonrisa agradecida. Aunque aún estaba un poco adormilado, la comida pareció animarlo. Mientras comía, me aseguró que todo estaba bien y que estaba listo para enfrentar el día. Me dio un abrazo rápido antes de salir, y me sentí un poco más aliviada al verlo partir con una actitud positiva.

Una vez que Jan se fue, me dirigí a la habitación para ver cómo estaba Ana. Sabía que había tenido unas noches difíciles en el hospital, así que quería asegurarme de que estuviera lo más cómoda posible. Al entrar en la habitación, encontré a Ana aún en la cama, profundamente dormida. Parecía relajada, y el entorno tranquilo de la casa parecía haberle proporcionado algo de paz después de la angustia de la noche anterior.

Decidí que era un buen momento para tomar una ducha y refrescarme antes de enfrentar el día. Me metí en el baño, dejándome envolver por el agua caliente que me ayudó a despejar la mente. Cuando salí de la ducha, me envolví en una toalla y me dirigí de nuevo hacia la habitación.

Ana ya estaba despierta, y al escuchar la puerta abrirse, levantó la vista. La forma en que me miró hizo que un pequeño rubor apareciera en sus mejillas. Sus ojos se detuvieron en mi figura envuelta en una toalla, y noté cómo se mordía el labio inferior inconscientemente. La reacción fue tan natural y sincera que me hizo sonreír.

—No te rías —dijo Ana con un toque de queja en su voz—. No puedo hacer nada al respecto aunque quiera.

Me reí con suavidad al escuchar su respuesta, la risa escapándose sin poder evitarlo. Su actitud, a pesar de las circunstancias, seguía mostrando un destello de la Ana que conocía, la que siempre encontraba una forma de mantener el humor incluso en los momentos más oscuros.

—Lo siento, Ana —dije, tratando de controlar la risa—. No he podido evitarlo. Estás tan relajada y tranquila ahora. Me alegra ver que estás empezando a sentirte un poco mejor.

Ana sonrió débilmente, aunque sus ojos aún mostraban el cansancio y el dolor de los días anteriores. Se estiró un poco en la cama, tratando de acomodarse mientras se preparaba para levantarse.

—Gracias por todo, Jana —dijo con sinceridad—. estar aquí contigo, me está ayudando más de lo que puedo expresar.

Me acerqué a la cama y me senté a su lado, ofreciéndole una sonrisa cálida. Aunque el camino hacia la recuperación sería largo y lleno de desafíos, esos pequeños momentos de normalidad y apoyo mutuo eran importantes para ambas.
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Poco a poco salimos del drama para entrar en lo bonito

Sabéis que todo siempre termina bien no se porque os quejáis😡

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora