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Jana

El sol comenzaba a bajar en el horizonte mientras Ana y yo volvíamos a casa, dejando atrás el skatepark y una tarde llena de risas, caídas y nuevos recuerdos. La brisa de la tarde era suave, y el aire tenía ese aroma fresco que siempre acompaña al final del verano. Mientras caminábamos, Ana me ofreció montar en su monopatín para hacer el regreso un poco más divertido. Al principio, dudé, pero la sonrisa cálida en su rostro me convenció de intentarlo.

Así que ahí estaba yo, de pie sobre su monopatín, tambaleándome un poco al principio mientras intentaba mantener el equilibrio. Pero, como siempre, Ana estaba a mi lado, sosteniendo mi mano con una firmeza y ternura que me hizo sentir segura.

Cada vez que el monopatín se movía un poco más rápido o me sentía insegura, Ana apretaba mi mano con suavidad, guiándome con paciencia. Sus ojos se encontraban con los míos cada vez que me sentía nerviosa, y su mirada me decía que todo estaba bien, que no tenía de qué preocuparme. Con ella a mi lado, no había espacio para el miedo, solo para la emoción de compartir algo nuevo y divertido juntas.

La ciudad pasaba a nuestro alrededor, pero yo apenas notaba nada más allá de nuestra conexión. Me di cuenta de que, aunque estaba montada en el monopatín, era la sensación de tener su mano en la mía lo que realmente me sostenía. Cada vez que me tambaleaba, Ana me equilibraba, y cada vez que sonreía, yo sentía que todo el mundo se iluminaba un poco más.

-¿Qué tal ahí arriba? —me preguntó Ana, su voz cargada de esa mezcla de preocupación y cariño que siempre me derretía un poco.

—Conforme sigues a mi lado, me siento genial —respondí, devolviéndole una sonrisa.

Ana rió suavemente, su risa tan contagiosa que no pude evitar unirme. Nos movíamos con calma, disfrutando del simple hecho de estar juntas. Su mano no se soltó ni un instante, y cada paso que dábamos me hacía sentir más conectada a ella.

Había algo mágico en esa simplicidad, en cómo un paseo en monopatín podía transformarse en un momento tan significativo. Era como si, con cada movimiento, estuviéramos avanzando no solo físicamente, sino también en nuestra relación. La confianza que sentía con Ana era algo nuevo, algo que se estaba construyendo con cada risa compartida, con cada mirada cómplice.

Mientras nos acercábamos a mi casa, el cielo se teñía de colores cálidos, y todo se sentía tan en su lugar, como si este fuera exactamente el momento que habíamos estado esperando. Cuando finalmente llegamos a la puerta, Ana me ayudó a bajar del monopatín, y nos quedamos allí, mirándonos, sin necesidad de palabras. El silencio entre nosotras estaba lleno de promesas, de cosas que aún no habíamos dicho pero que ambas sabíamos.

En ese instante, supe que, más allá del monopatín y del día que habíamos compartido, lo más importante era que siempre estaríamos ahí para sostenernos mutuamente, sin importar cuán tambaleante fuera el camino.

Cuando Ana y yo regresamos a casa, la calidez de la tarde parecía seguirnos, llenando la sala con una luz suave y reconfortante. Nos dejamos caer en el sofá, todavía sintiendo la energía vibrante de la tarde. Mientras me acomodaba, noté que Ana estaba un poco más callada de lo habitual, como si algo la estuviera rondando por dentro. Su nerviosismo era palpable, y pronto vi cómo jugueteaba con sus manos, un gesto que conocía bien.

La miré, esperando pacientemente a que dijera lo que tenía en mente. Siempre he sabido que cuando Ana se ponía así, necesitaba tiempo para encontrar las palabras. No quería apresurarla, así que le di espacio.

—Oye, Jana… —comenzó, su voz un poco más baja de lo normal.

Giré la cabeza hacia ella, observando su rostro con atención. Había algo en su tono que me hizo ponerme alerta, pero intenté mantener la calma.

—¿Qué pasa? —le pregunté con suavidad, esbozando una pequeña sonrisa para animarla.

Vi cómo Ana respiraba hondo, como si se preparara para decir algo importante. Me quedé en silencio, esperando.

—En una semana es mi cumpleaños… —dijo finalmente, y vi una chispa de emoción en sus ojos, pero también algo más. Algo que hizo que la sonrisa en mi rostro se volviera más cauta. Antes de que pudiera decir algo, levantó una mano, indicándome que no terminara de hablar—. Sé que suena emocionante, pero… no tenía pensado celebrarlo este año. Todo lo que ha estado pasando últimamente ha sido… complicado.

Su confesión me hizo fruncir el ceño con preocupación. Sabía exactamente a qué se refería. Ana había estado pasando por un momento difícil, y la idea de organizar algo probablemente se sentía como una carga más que como una celebración. No quise interrumpirla, pero mi corazón se apretó un poco al verla tan vulnerable.

—Pero… —continuó, con una mirada tímida y una voz que se deslizaba casi en un susurro—. A pesar de todo, me gustaría pasar ese día contigo. No necesito una fiesta ni nada especial, solo… solo estar juntas. Eso es lo único que realmente quiero.

Por un momento, me quedé sin palabras. La sorpresa y la ternura luchaban por abrirse paso en mi pecho, mientras procesaba lo que acababa de decirme. Había algo tan puro en su petición, en su deseo de que, en medio de todo el caos, lo único que quería era estar conmigo. Me quedé mirándola, sintiendo una oleada de cariño y gratitud que casi me abrumó.

—Ana… —murmuré, acercándome un poco más—. Claro que quiero pasar el día contigo. No necesitas preocuparte por organizar algo. Si tú quieres que sea un día tranquilo, lo haremos así. Lo importante es que estés feliz.

Vi cómo su rostro se relajaba, y su sonrisa tímida se convirtió en algo más genuino, más luminoso. Sentí cómo se me llenaba el corazón al ver su alivio, al saber que había hecho lo correcto.

—Gracias, Jana —me dijo, su voz tan suave que casi se perdía en el aire—. Sabía que lo entenderías.

No pude evitarlo; extendí mi mano y entrelacé mis dedos con los suyos. Era un gesto sencillo, pero uno que siempre parecía reconfortarla, y en ese momento, quería que supiera que estaba aquí, que siempre estaría aquí.

—Por supuesto que lo entiendo —respondí, apretando suavemente su mano—. Y te prometo que haremos de ese día algo especial, a nuestra manera.

Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que la tranquilidad de la sala nos envolviera. Yo, por mi parte, sentía una profunda gratitud por tener a Ana en mi vida. No importaba lo difícil que fueran las cosas; sabía que, mientras estuviéramos juntas, todo estaría bien. Y su cumpleaños, ese día que había comenzado como una fuente de preocupación para ella, se convertiría en un recuerdo hermoso, porque lo compartiríamos, porque lo viviríamos juntas.
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Lo chunga que parece Ana y lo mona que es🥹

Voy a necesitar otra vez vuestra ayuda, decidme de quién os gustaría la siguiente historia, miraré las que me gusten más y en el siguiente capítulo ya hago una "votación" con las elegidas, puede ser cualquier, como si no es del Barça y es de otro equipo.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora