LXXVI

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Nos sentamos en una mesa junto a la ventana del restaurante, y mientras el crepúsculo pintaba el cielo con tonos cálidos de naranja y rosa, me encontré sumida en una mezcla de asombro y felicidad. Ana estaba frente a mí, con su cabello pelirrojo brillando con cada rayo de sol que se colaba a través de las cortinas. Su cabello parecía flamear en una danza dorada y sedosa, un contraste vibrante con el tono más oscuro del atardecer que se deslizaba por la ventana.

Cuando ella soltó una risa contagiosa al comentar algo sobre el menú, mi corazón dio un pequeño salto. La risa de Ana era como una melodía alegre y cristalina que llenaba el espacio alrededor de nosotros, una melodía que lograba hacer que el tiempo se detuviera por un instante. Cada risa suya resonaba en mis oídos como un eco perfecto de la felicidad que sentía en su presencia. Me di cuenta de que no había nada más hermoso en el mundo que escuchar ese sonido y verlo brillar en sus ojos.

La luz del atardecer se reflejaba en sus ojos, que ahora parecían dos faros brillantes, llenos de vida y calidez. Sus miradas, cuando nuestras miradas se encontraban, eran momentos en los que sentía que todo el mundo exterior se desvanecía. Era como si solo existiéramos nosotras dos en un espacio apartado del tiempo y la realidad. Cada vez que me miraba, con esos ojos que se iluminaban con un destello juguetón, sentía que mi corazón se llenaba de una dulzura que no podía describir con palabras.

El restaurante estaba lleno de un suave murmullo de conversaciones y el tintinear de copas, pero para mí, todo eso se convertía en un sonido de fondo difuso. Mi atención estaba completamente atrapada en Ana. Mientras el sol se ocultaba lentamente, sus rasgos se volvían aún más pronunciados bajo la luz tenue, creando un efecto casi etéreo. Cada pequeño movimiento, cada gesto suyo, parecía magnificado por la atmósfera del lugar.

Cuando Ana hablaba, sus palabras eran acompañadas por ese brillo encantador en sus ojos que parecía hacer que todo alrededor se volviera más hermoso. Cada sonrisa suya era un regalo, una promesa de lo que había entre nosotras, una conexión profunda y sincera. Me encontraba en un estado de asombro constante, maravillada por la forma en que el anochecer acentuaba su belleza natural y cómo cada momento con ella parecía estar lleno de una magia sutil pero palpable.

Me dediqué a observar cómo los pequeños detalles de la noche se entrelazaban con la presencia de Ana: el tenue resplandor de las velas sobre la mesa, la forma en que la luz jugaba con sus rizos pelirrojos, y cómo cada uno de sus gestos parecía reflejar una alegría genuina. Todo esto me hizo darme cuenta de lo profundamente enamorada que estaba de ella. Cada segundo se sentía como una confirmación de lo que ya sabía en lo más profundo de mi ser: que Ana era la persona con la que quería compartir mi vida.

A medida que avanzaba la velada, la conversación fluía naturalmente entre nosotras, acompañada por risas y miradas llenas de complicidad. El mundo exterior se desvanecía mientras yo me perdía en el rincón de esa noche que habíamos creado juntas. El simple hecho de estar ahí, en ese momento, con Ana a mi lado, me hacía sentir completa. La cena, el ambiente, el atardecer: todo parecía haber sido cuidadosamente diseñado para hacernos sentir que estábamos en el centro de un sueño compartido.

Y así, en cada mirada, en cada sonrisa, me daba cuenta de que mi amor por Ana era infinito. Era como si el universo hubiera conspirado para brindarnos esta velada perfecta, para recordarnos lo especial que éramos la una para la otra. Mientras el restaurante se llenaba de sombras y luces suaves, yo me sentía más conectada con Ana que nunca. En esos momentos, entendía que el amor que sentía no era solo una emoción pasajera, sino una verdad profunda y eterna que nos unía de manera inquebrantable.

Después de una velada encantadora en el restaurante, Ana sugirió que diéramos un paseo por un parque cercano que, según me dijo, tenía una vista muy especial al anochecer. Acepté encantada, sin imaginar que lo que estaba por venir sería una de las noches más memorables de mi vida.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora