Me quedé en el bar mucho después de que mis amigas se fueran. A pesar de que Ana me había dicho que todo estaba bien, yo sabía que no era cierto. Podía verlo en sus ojos, en la forma en que sus hombros estaban ligeramente encorvados bajo el peso de lo que estaba llevando. Así que decidí esperar. No tenía sentido volver a casa sabiendo que Ana estaba aquí, luchando con sus demonios. Necesitaba estar cerca de ella, asegurarme de que no estuviera sola cuando finalmente terminara su turno.
El bar se fue vaciando lentamente. Los clientes se retiraban, uno tras otro, hasta que solo quedábamos unas pocas personas desperdigadas por las mesas. Me acomodé en una esquina, observando a Ana desde lejos mientras trabajaba. La vi limpiando vasos, tomando pedidos, y moviéndose por el bar con una energía agotada. Era evidente que estaba al límite, pero también vi cómo se forzaba a mantenerse en pie, a seguir adelante como si no tuviera otra opción.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, Ana terminó su turno. La vi hablar brevemente con su compañero de trabajo, entregarle el delantal y luego caminar hacia mí con pasos lentos, el cansancio en su rostro más evidente que nunca.
—¿Qué haces aquí todavía? —me preguntó, sorprendida, cuando llegué hasta ella.
—Esperándote —respondí con una sonrisa, aunque sabía que la respuesta era obvia—. No quería que te fueras sola.
Ana suspiró, como si la idea de irse sola fuera lo que menos le apeteciera en ese momento.
—Gracias, Jana —dijo suavemente—. Pero no quiero ser una carga para ti.
—No eres una carga —le aseguré, tomando su mano y apretándola ligeramente—. Vamos, ven conmigo. Vamos a mi casa. No tienes que estar sola esta noche.
Ana pareció dudar por un segundo, pero luego asintió. La llevé hasta mi coche, y durante todo el camino de regreso, el silencio entre nosotras fue cómodo, aunque sabía que sus pensamientos estaban lejos de cualquier tranquilidad.
Al llegar a mi casa, intenté hacer que se sintiera lo más cómoda posible. Le ofrecí algo de comer, pero ella lo rechazó, diciendo que no tenía hambre. En lugar de insistir, busqué otra manera de distraerla, de sacarla de su propia cabeza por un momento.
Estábamos sentadas en el salón, y la tensión en su cuerpo seguía ahí, aunque intentaba disimularla. De repente, agarré un cojín del sofá y se lo lancé en un movimiento rápido, haciendo que su mirada sorprendida se volviera hacia mí.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con una sonrisa que por fin se asomaba a su rostro.
—Intentando hacerte reír —dije con un guiño—. Creo que lo necesitas.
Ana me miró por un segundo, como si estuviera evaluando la situación, y luego sonrió, esta vez con un toque de picardía. Tomó otro cojín y me lo lanzó de vuelta, alcanzándome justo en el brazo. Antes de darme cuenta, estábamos en medio de una batalla de cojines por todo el salón, riendo como si por un momento todo lo malo pudiera quedarse fuera.
El sonido de nuestras risas llenaba la sala, y la energía entre nosotras cambió. Se sintió ligera, libre, algo que no había sentido desde hacía tiempo. En un momento dado, Ana aprovechó que estaba distraída para agarrarme por la cintura y levantarme del suelo. Me cargó sobre su hombro como si fuera un saco de patatas, haciéndome gritar de sorpresa y empezar a reírme más fuerte.
—¡Ana, bájame! —me quejé entre risas, intentando zafarme sin éxito.
—¿Ah sí? ¿Y si no lo hago qué vas a hacer al respecto? —respondió ella, riendo también, con esa chispa en sus ojos que tanto me gustaba.
Finalmente, me dejó caer suavemente sobre el sofá, pero antes de que pudiera reaccionar, la arrastré conmigo, haciendo que cayera encima de mí. Nos quedamos allí, frente a frente, nuestras risas disminuyendo hasta convertirse en una calma silenciosa. Podía sentir su respiración contra mi piel, el calor de su cuerpo contra el mío.
La mirada de Ana se encontró con la mía, y durante unos segundos, todo se detuvo. Nos quedamos así, en esa cercanía, con una conexión palpable en el aire. Mi corazón latía con fuerza mientras la observaba, mi mente atrapada en la forma en que sus ojos me miraban, en cómo su cabello pelirrojo caía ligeramente sobre su rostro.
Sin pensarlo dos veces, levanté una mano y la llevé a su nuca, tirando suavemente de ella hacia mí. Ana no se resistió; al contrario, se dejó llevar por el momento. Cerré los ojos y acorté la distancia entre nosotras, hasta que nuestros labios se encontraron en un beso firme y decidido.
El mundo desapareció en ese instante. Todo el dolor, el cansancio, la tristeza… se desvanecieron al sentir sus labios contra los míos. El beso era intenso, cargado de una necesidad que ambas compartíamos. Sentí cómo sus manos se aferraban a mi cintura, como si no quisiera dejarme ir nunca. Mis dedos se enredaron en su cabello, y me dejé llevar por la pasión del momento.
Cada segundo del beso era como un bálsamo para las heridas que habíamos acumulado. Ana me besaba con una mezcla de ternura y deseo, como si quisiera que ese momento durara para siempre. Y en ese instante, comprendí que, a pesar de todo lo que estábamos enfrentando, lo que sentíamos la una por la otra era algo real, algo que nos mantenía a flote incluso en los días más oscuros.
Finalmente, cuando nos separamos para tomar aire, nuestros ojos se encontraron de nuevo, y vi en los suyos la misma mezcla de emociones que estaba sintiendo. No necesitábamos decir nada. Estábamos juntas en esto, y de alguna manera, eso lo hacía todo un poco más fácil de soportar.
Después de ese primer beso, ninguna de las dos dijo nada. Solo nos quedamos mirándonos, con las respiraciones entrecortadas y los corazones latiendo al unísono. Sentía el calor del cuerpo de Ana contra el mío, su peso sobre mí en el sofá, y aunque no había nada forzado en su cercanía, había una energía entre nosotras que era imposible ignorar.
Sin pensarlo demasiado, me acerqué de nuevo y volví a besarla. Esta vez, el beso fue más lento, más profundo. Había algo en la manera en que Ana respondía que hacía que cada segundo se sintiera más intenso, como si ambas supiéramos que estábamos cruzando una línea que habíamos estado esperando cruzar desde hacía tiempo.
Mis manos se movieron instintivamente por su espalda, sintiendo la suavidad de su piel bajo la camiseta, mientras las suyas exploraban mi cintura, mis costados, de una manera que hacía que un escalofrío agradable recorriera mi columna vertebral. No había prisa, solo un deseo mutuo de estar cerca, de olvidar por un momento todo lo demás.
La tensión entre nosotras aumentó gradualmente, casi sin darnos cuenta. El silencio de la habitación se llenó con el sonido de nuestras respiraciones, el roce de nuestras pieles, el latido acelerado de nuestros corazones. Todo lo que sentíamos, toda la conexión que habíamos estado construyendo, se manifestó en ese momento. Cada caricia, cada beso, era una promesa de algo más profundo, algo más allá de lo físico. Era un reflejo de lo que significábamos la una para la otra.
A medida que el momento se intensificaba, nos movimos con naturalidad, como si fuera lo más sencillo del mundo. No había necesidad de palabras; el lenguaje que estábamos compartiendo era mucho más antiguo, más puro. La forma en que Ana me miraba, en que me tocaba, decía más de lo que cualquier conversación podría expresar. Y en esos instantes, nada más importaba.
Finalmente, cuando nuestras respiraciones se calmaron y la habitación quedó en un silencio absoluto, me di cuenta de que estábamos más conectadas que nunca. Habíamos compartido algo íntimo, algo que trascendía lo físico. Estábamos allí, juntas, sin miedo ni dudas, sabiendo que, pase lo que pase, no estábamos solas.
Ana se quedó a mi lado, sus brazos todavía alrededor de mí, su cabeza apoyada en mi pecho. Ninguna de las dos dijo nada, pero la paz que sentí en ese momento fue suficiente para darme cuenta de que, aunque las cosas fueran difíciles, tenernos la una a la otra era lo más importante. La vida no sería fácil, pero mientras estuviéramos juntas, podríamos enfrentarlo todo.
____Pensabais que iban a hacer más cosas eh malpensadas
Eso lo dejamos para más adelante, por ahora ya se han liado por primera vez, a win is a win
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𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳
RandomDesde que Jana vio a Ana por primera vez algo en ella le llamó demasiado la atención, ambas son personas completamente diferentes, sus vidas no tienen nada que ver, pero por alguna razón el destino decide juntarlas