XXXIX

613 64 6
                                    

Después de horas de espera en la sala, el cansancio y la ansiedad se habían apoderado de nosotros. La noche parecía interminable, y cada minuto que pasaba sin noticias solo intensificaba nuestra angustia. La sala de espera, que había sido testigo de nuestra desesperación, ahora estaba en silencio, roto solo por el ocasional murmullo del personal médico.

Miguel se había ido ya que después de tanto esperar llegó su hora de ir a trabajar, el tenía un turno de noche y eso le complicaba quedarse.

Finalmente, un médico apareció en la puerta de la sala de espera. Sus ojos mostraban una mezcla de seriedad y alivio mientras se acercaba a nosotros. Mi corazón se aceleró al ver que se dirigía hacia Jan y hacia mí.

—Pueden pasar —dijo el médico con una voz profesional pero cálida—. Está despierta y consciente, aunque bastante adolorida. Prepárense para verla en un estado que puede ser un poco difícil de ver.

Jan, que había estado al borde del colapso durante toda la espera, me miró con una mezcla de temor y esperanza. Le ofrecí una sonrisa reconfortante y tomé su mano con firmeza.

—Vamos a estar bien —le dije, tratando de infundirle algo de valentía—. Vamos a ver a Ana y a estar con ella.

Con el corazón en la garganta, llevé a Jan a través de los pasillos del hospital, el sonido de nuestros pasos resonando en el silencio. Cada paso que dábamos se sentía más pesado que el anterior, y el miedo a lo que encontraríamos aumentaba con cada instante.

Al llegar a la habitación, me detuve un momento antes de abrir la puerta. Miré a Jan, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas, y le apreté la mano con fuerza.

Abrí la puerta y entramos en la habitación. La visión que se nos presentó era dura y conmovedora. Ana yacía en la cama, con su rostro claramente afectado por la violencia que había sufrido. Tenía una férula en la nariz, indicando que probablemente estaba rota. Su ojo izquierdo estaba profundamente amoratado, y una brecha en su ceja se extendía hacia su frente. Su labio inferior estaba rasgado, y su piel estaba marcada por moretones y cortes.

La imagen era desoladora. Ver a Ana en ese estado, especialmente cuando recordaba la gorra blanca que había visto antes, manchada de sangre, era casi insoportable. Cada marca en su rostro era un recordatorio cruel de lo que había pasado.

Me acerqué a la cama, y vi que Ana abrió los ojos al sentir nuestra presencia. Aunque su mirada estaba llena de dolor, había un destello de alivio al vernos. Jan, temblando y con lágrimas en los ojos, se acercó lentamente a la cama.

—Ana —dije, intentando mantener mi voz tranquila—. Estoy aquí, estamos aquí contigo.

Ana intentó sonreír, aunque el dolor en su rostro hacía que la expresión fuera más una mueca de sufrimiento. Extendió la mano hacia Jan, que se acercó con cuidado, sus lágrimas cayendo libremente mientras tomaba la mano de su hermana.

—Lo siento… —murmuró Ana con voz débil—. No quería dejarte plantada -Dijo con una pequeña risa, aún en medio de toda la situación seguía siendo ella al cien por cien.

Jan se inclinó sobre la cama, su voz entrecortada por el llanto.

—Tenía mucho miedo tata-Dijo tomando la mano de su hermana.

-El susto ya ha pasado peque, estás conmigo-Dijo Ana acariciando el pelo de su hermano.

Me quedé a un lado, sintiendo una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que el camino hacia la recuperación sería largo y difícil, pero también sabía que, al estar juntos, podríamos enfrentar cualquier desafío que se nos presentara.

Nos quedamos en silencio, con Ana aferrándose a la mano de su hermano y yo sentada cerca, esperando y ofreciendo todo el apoyo que podía. La habitación, aunque llena de dolor y sufrimiento, también estaba cargada de la fuerza y el amor que nos unía. En ese momento, con Ana herida y luchando por recuperarse, la única certeza era que estábamos allí para ella, enfrentando juntos la adversidad.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora