XXVI

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Jana

Días después de nuestra última conversación, la ausencia de Ana se había vuelto una constante en mis pensamientos. La noticia de la muerte de su madre era dura, y me sentía incapaz de dejar de pensar en ella, deseando saber cómo estaba lidiando con el dolor. En un intento de distraerme, decidí ir con mis amigas a un bar, era el bar donde Ana trabajaba, pero era poco probable que la encontráramos allí en este momento tan difícil.

Las luces del bar parpadeaban con un cálido resplandor que contrastaba con la frialdad de la noche afuera. El ambiente estaba animado, lleno de risas y conversaciones mezcladas con la música de fondo. Mis amigas y yo nos acomodamos en una mesa de dentro, y al poco tiempo, nos encontramos disfrutando de las bebidas y la compañía.

Estábamos conversando y riendo cuando, de repente, la puerta del bar se abrió con un crujido característico. Me volví instintivamente para ver quién entraba, y mis ojos se encontraron con una visión que me hizo detenerme en seco. Ana apareció en el umbral, con una presencia que, a pesar de su evidente agotamiento, no pasaba desapercibida.

Llevaba unos pantalones cargo desgastados y un top negro de manga corta que resaltaba su piel pálida. Su cabello ligeramente pelirrojo estaba recogido en un moño desordenado, y la gorra que siempre llevaba estaba colocada en su cabeza con una inclinación casual. Bajo el brazo, llevaba su monopatín, un recordatorio de sus días pasados en las calles y parques que, en circunstancias normales, parecían tan lejanos ahora.

Ana no tardó en dirigirse detrás de la barra con una actitud que parecía una mezcla de determinación y resignación. La forma en que se movía, aunque eficiente, tenía un peso subyacente. La luz del bar iluminaba su rostro de una manera que resaltaba el cansancio y la tristeza en sus ojos, una tristeza que no podía ocultarse a pesar de su intento por mantener una fachada profesional.

Mis amigas estaban distraídas con sus propias conversaciones, pero yo no podía apartar la vista de Ana. Su presencia en el bar era un golpe duro, una prueba de su fortaleza y de su decisión de seguir adelante, aunque se notaba que lo estaba haciendo con una carga emocional pesada. Decidí que debía hablar con ella, que no podía dejar que su dolor pasara desapercibido para mí.

Me levanté de mi asiento y me acerqué a la barra. Ana estaba ocupada sirviendo una bebida, pero cuando levantó la vista y me vio, sus ojos se encontraron con los míos. Hubo un momento de reconocimiento, y vi cómo sus facciones se tensaban por un instante, como si estuviera tratando de mantener una sonrisa mientras lidiaba con un dolor interno.

—Hola, Ana —dije, tratando de sonar natural—. No esperaba verte aquí.

—Hola, Jana —respondió, su voz un poco áspera—. No estoy trabajando mucho, solo unos turnos. ¿Qué puedo servirte?

—Solo quería ver cómo estabas —dije, mirando su rostro con preocupación—. Me he estado preocupando por ti. No pareces estar bien.

Ana se detuvo y me miró con una expresión que parecía mezclar cansancio y frustración.

—¿Sabes qué, Jana? —dijo, su tono borde—. Me gustaría poder estar en casa descansando, pero no puedo permitírmelo. Si falto un día al trabajo, puede que no lo note nadie ese día, pero cuando lleguen las facturas, me arrepentiré.

Su respuesta fue dura, y me hizo ver lo difícil que era su vida en ese momento. El peso de la realidad se sintió como un golpe en el estómago. Ana estaba luchando para mantenerse a flote en medio de su dolor y las responsabilidades que la vida le imponía.

—Lo siento —dije, tratando de suavizar el impacto de sus palabras—. No tenía idea de lo complicado que era todo para ti ahora. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, incluso si es solo para escucharte.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora