XXXV

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Jana

Estaba sentada en mi habitación, con la ventana abierta para dejar entrar la brisa nocturna. El silencio de la noche, interrumpido solo por el leve susurro de las hojas movidas por el viento, debería haber sido tranquilizador, pero no lograba sacarme de encima esta sensación de inquietud. Desde que salí del trabajo, algo no dejaba de rondar mi cabeza, una preocupación que no podía identificar del todo, pero que se hacía cada vez más presente.

De repente, el teléfono vibró sobre la mesa de noche, sacándome de mis pensamientos. Lo tomé rápidamente, con esa mezcla de anticipación y miedo que siempre acompaña a los mensajes inesperados. Cuando vi que era un mensaje de Ana, mi corazón dio un vuelco.

Abrí el mensaje con manos temblorosas, y las palabras que aparecieron en la pantalla hicieron que mi pecho se apretara. Ana nunca solía contarme mucho sobre su vida en casa, pero el mensaje lo decía todo, había discutido con su padrastro y lo había echado de casa.

Mi mente comenzó a correr en mil direcciones. No era común que Ana compartiera sus problemas tan abiertamente, y mucho menos que me pidiera ayuda. Sabía que algo grave debía haber pasado para que me enviara ese mensaje. Sin pensarlo dos veces, le respondí.

¿Quieres que vaya?

Esperé, mirando la pantalla como si de alguna manera pudiera hacer que el mensaje llegara más rápido. Mis pensamientos estaban llenos de imágenes borrosas de Ana, de lo que podría estar pasando, de lo sola que debía sentirse para pedirme esto.

No pasó mucho tiempo antes de que la respuesta llegara:

Por favor, Jana, necesito que vengas. No quiero estar sola esta noche

Sentí un nudo en la garganta al leer esas palabras. Nunca había ido a la casa de Ana, no porque no quisiera, sino porque ella siempre había evitado que lo hiciera. Sabía que su situación en casa no era la mejor, y aunque lo había respetado, había sentido curiosidad. Pero ahora, todo lo que importaba era que Ana necesitaba a alguien, y yo iba a estar allí para ella, sin importar nada más.

Agarré mi chaqueta y salí de casa sin pensarlo. Las calles estaban vacías, y el aire frío de la noche me ayudó a despejar un poco la mente mientras caminaba hacia la dirección que Ana me había dado. No vivíamos tan lejos, pero su barrio era uno completamente ajeno al mío. Cuanto más me acercaba, más notaba la diferencia. Su calle era más estrecha, las casas más pequeñas y apretadas entre sí. Sentí una punzada de incomodidad al darme cuenta de lo diferente que era su realidad de la mía.

Finalmente, llegué a la dirección que Ana me había dado. Su casa era modesta, mucho más pequeña que la mía, con la pintura desgastada y las luces tenues en el interior. Pero nada de eso me importaba. Solo quería estar allí para ella.

Toqué el timbre, y unos segundos después, la puerta se abrió lentamente. Ana estaba allí, con la cara cansada y los ojos rojos de haber llorado. La tristeza en su expresión era evidente, pero cuando me vio, vi un destello de alivio. Sin decir una palabra, la abracé con fuerza. Sentí cómo se tensaba al principio, pero luego se dejó llevar, apoyando su cabeza en mi hombro.

—Gracias por venir —murmuró, su voz temblorosa.

—Siempre —respondí suavemente.

La acompañé al interior de la casa. Era pequeña, sí, y bastante sencilla, pero no me importaba en absoluto. Todo lo que me importaba era estar allí para Ana. La casa, la situación, nada de eso me importaba. Lo único que quería era asegurarme de que ella estuviera bien, de que supiera que podía contar conmigo para lo que fuera.

Nos sentamos en el pequeño sofá del salón, y aunque Ana intentó sonreír, podía ver el dolor en sus ojos. Era la primera vez que estaba en su casa, la primera vez que veía un poco más de su mundo, y ahora entendía por qué siempre había sido tan reservada al respecto.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora