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El sol brillaba con fuerza al amanecer del día siguiente, y la emoción en el aire era palpable. Jana y yo nos preparamos para llevar a Jan a su partido de fútbol. Sabía cuánto le entusiasmaba, así que quería asegurarme de que tuviera un día especial. Después de pasar por una cafetería desayunar algo rápido , nos dirigimos al campo de fútbol. La sorpresa estaba a punto de desvelarse.

Al llegar, nos encontramos con las amigas de Jana, que ya estaban allí, charlando animadamente y preparadas para el partido. Jan no sabía nada sobre la sorpresa, así que su cara se iluminó cuando las vio. La emoción y el asombro eran evidentes en sus ojos.

Nos sentamos juntas en una de las gradas, disfrutando del ambiente vibrante del partido. La energía era contagiosa, y el entusiasmo de Jan era una delicia de ver. Durante el primer tiempo, el partido estaba lleno de acción, y todos estábamos inmersos en el juego. La atmósfera era perfecta, y las amigas de Jana se mostraban amables y acogedoras, integrándose bien con todos.

Pero a medida que avanzaba el partido, empecé a sentirme un poco mareada. Pensé que era solo el calor y la emoción, pero pronto me di cuenta de que no era solo eso. El mareo se intensificó, y traté de concentrarme en el juego para distraerme. Sin embargo, la sensación no desaparecía. Comencé a sudar un poco y sentí que mi visión se nublaba.

Jana, que estaba sentada a mi lado, notó mi malestar de inmediato. Se volvió hacia mí con una expresión de preocupación.

—Ana, ¿estás bien? Te veo un poco pálida —dijo, con una nota de preocupación en su voz.

Traté de sonreír, pero era evidente que no estaba del todo bien. Me pasé una mano por la frente, tratando de calmarme.

—Solo me siento un poco mareada —admití—. Creo que es el calor.

Jana no perdió ni un segundo. Se levantó rápidamente y fue en busca de agua. Mientras regresaba, me sentí aún más débil, pero su presencia era reconfortante. Me tendió una botella de agua, y tomé un sorbo, tratando de recuperar fuerzas. Jana se sentó a mi lado, su preocupación aún visible en su rostro.

—Bebe despacio —me aconsejó—. Asegúrate de no beber demasiado de una vez.

Hice lo que me dijo, bebiendo pequeños tragos y tratando de respirar profundamente. La frescura del agua ayudaba, pero aún sentía que el mareo no se iba del todo. Jana se quedó a mi lado, sosteniéndome con una mano en la espalda para ofrecerme apoyo.

Las amigas de Jana se acercaron para ver si necesitaba algo, y sus miradas amables eran un consuelo. Jan, ajeno a lo que sucedía, seguía disfrutando del partido y animando con entusiasmo.

Jana

El partido de fútbol terminó, y la alegría en el rostro de Jan era palpable. Aunque yo estaba bastante preocupada por Ana, no podía dejar de sonreír al ver a Jan tan eufórico. Me acerqué a el para felicitarlo.

Ana, a pesar de su malestar, me dio una sonrisa débil y aplaudió para mostrar su apoyo. Pero no podía ignorar que aún se veía pálida y fatigada. Cuando Jan salió del campo, se acercó a nosotras con una sonrisa de oreja a oreja, y lo felicité con entusiasmo. El brillo en sus ojos y su energía positiva me hizo sentir un poco mejor, pero la preocupación por Ana no se desvaneció.

Después del partido, las chicas estuvieron con Jan hablando un rato, después de despedirnos nos dirigimos a casa. Jan estaba ya algo más tranquilo se fue directamente a la habitación para hacer sus deberes, dejando a Ana y a mí solas. Yo me encargué de preparar algo para comer y de asegurarme de que todo estuviera en orden, mientras echaba un vistazo a Ana de vez en cuando.

Mientras preparaba el refrigerio, miré hacia Ana y la vi sentada en el sofá. Parecía que el malestar no había disminuido y, de hecho, estaba bastante inquieta. Me acerqué a ella, preocupada por cómo se sentía.

—¿Cómo estás? —pregunté, tratando de sonar tranquila aunque mi preocupación crecía.

Ana me miró y trató de sonreír, pero su rostro estaba tenso.

—Aún me siento un poco mareada —su voz era suave y preocupada.

Decidí que era mejor que se recostara en el sofá y que yo me encargara de cuidar de ella. Mientras me acercaba a su lado, noté que sus labios estaban un poco rojos, pero en ese momento, no pensé mucho en ello. La situación se complicó cuando me acerqué más y vi unas manchas de sangre en sus labios. Mi corazón dio un vuelco al darme cuenta de lo que estaba viendo.

Cuando vi la sangre en los labios de Ana, el pánico se apoderó de mí con una intensidad que nunca había experimentado antes. Su rostro, aunque aún trataba de mantener una expresión tranquila, mostraba signos claros de angustia y debilidad. Su mirada se estaba nublando y el color de su piel seguía desvaneciéndose.

—Ana, ¿qué está pasando? —mi voz temblaba mientras me acercaba más a ella. La sangre en sus labios era alarmante y no podía ignorarla.

Ana trató de responder, pero su voz era apenas un susurro. Se notaba que estaba esforzándose por mantenerse consciente, y su respiración se volvía cada vez más irregular. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho mientras observaba cómo sus ojos comenzaban a cerrarse lentamente.

—Ana, por favor, mantente despierta —le rogué, tomando su rostro con suavidad entre mis manos—. ¿Puedes oírme? ¿Qué sientes ahora?

Ella apenas pudo abrir los ojos y mirarme con una expresión confusa. La sangre en sus labios me parecía cada vez más inquietante, y la sensación de desesperación se hacía más fuerte a medida que veía cómo su conciencia se desvanecía poco a poco.

—No... no sé... —murmuró, su voz era débil y casi inaudible. Trataba de mantenerse enfocada, pero sus esfuerzos eran evidentes.

Me sentí completamente impotente mientras la veía luchar para mantenerse despierta. Mi mente corría con pensamientos frenéticos, preguntándose qué podía hacer para ayudarla. Sabía que necesitaba ayuda médica de inmediato, pero también sentía una necesidad urgente de asegurarme de que Ana no se desvaneciera por completo antes de que llegara la asistencia.

Con manos temblorosas, tomé mi teléfono y marqué el número de emergencia. La línea sonó interminablemente mientras intentaba mantener la calma. Al otro lado, una voz respondió, y traté de explicar la situación con la mayor claridad posible.

Mientras esperaba la respuesta, volví a mirar a Ana. Sus ojos estaban casi cerrados y su respiración era cada vez más superficial. La angustia en mi pecho se intensificaba, y me sentí desesperada por mantenerla consciente.

—Ana, escucha, por favor —le dije, con voz firme—. Necesito que te quedes conmigo, ¿de acuerdo? La ayuda está en camino, solo aguanta un poco más.

Ella intentó abrir los ojos una vez más, pero parecía luchar contra la oscuridad que la envolvía. Sus labios estaban pálidos y la sangre en ellos parecía ser un signo ominoso de algo más grave. Mi mente se llenó de pensamientos aterradores sobre lo que podría estar ocurriendo en su interior.

Finalmente, la voz en el teléfono me indicó que la ambulancia estaba en camino. Me sentí aliviada pero aún inquieta. Mientras colgaba el teléfono, me aseguré de que Ana estuviera lo más cómoda posible. La colocaba en una posición en la que pudiera respirar más fácilmente, pero sentía que mi ansiedad no disminuía.

A través de los momentos de espera interminable, seguía hablando con Ana, tratando de mantenerla despierta y consciente. Mis palabras eran de aliento y preocupación a la vez, y cada segundo parecía una eternidad. Cada movimiento de su cuerpo, cada cambio en su respiración, era una señal para mí de cuánto más necesitábamos la ayuda que estaba en camino.

Cuando finalmente oí el sonido de las sirenas de la ambulancia acercándose, un rayo de esperanza atravesó mi desesperación. Sabía que la ayuda médica estaba cerca y que Ana pronto recibiría la atención que necesitaba. Mi alivio era palpable, aunque la preocupación aún permanecía en mi corazón mientras esperaba a que los paramédicos entraran en la casa.

Mientras los profesionales de la salud comenzaron a atender a Ana, sentí una mezcla de alivio y agitación. La realidad de la situación me golpeó con una fuerza renovada, y el futuro inmediato se llenó de incertidumbre. La única cosa que podía hacer era confiar en que Ana recibiría el cuidado adecuado y que, con suerte, saldría de esto.
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Pues hay algo que se les ha escapado a los médicos😬

¿Que pasará?, ¿Saldrá Ana de esta?

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora