LXI

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La habitación del hospital estaba sumida en un silencio sólo interrumpido por el suave zumbido de los aparatos médicos. La luz suave de la lámpara de pie proyectaba sombras tranquilizadoras en las paredes blancas. Me encontraba en la cama, rodeada de una sensación de pesadez que me resultaba difícil de explicar. Había despertado de un coma, y el mundo parecía una niebla densa y confusa.

Jana, se mantenía a mi lado. Su presencia era un ancla en medio de la tormenta que sentía en mi interior. Su expresión era una mezcla de preocupación y ánimo, que intentaba transmitirme sin palabras. Sentía sus manos cálidas cuando me tomaba de la mano, tratando de calmarme con su simple contacto.

La puerta de la habitación se abrió con un leve crujido y entró la enfermera, era la misma enfermera que venía cada día, era una chica muy agradable y en estos momentos lo agradecía bastante. Su figura era un contraste con la frialdad del ambiente: era una mujer de estatura media con el cabello recogido en un moño impecable. A pesar de su apariencia serena, su rostro mostraba la preocupación que la dedicación al cuidado de los demás suele llevar consigo.

—Buenos días, Ana —dijo Laura con una voz suave que trataba de transmitir tranquilidad—. Hoy vamos a ver esas piernas ¿Estás lista?

Asentí con una leve inclinación de cabeza, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba involuntariamente. Laura se acercó a la cama y comenzó a ajustar la altura de la cabecera para que pudiera estar un poco más erguida. Cada movimiento suyo parecía una coreografía de cuidado y precisión.

—Por favor, intenta relajarte y, si sientes dolor, me lo dices de inmediato.—me explicó Laura mientras preparaba los materiales necesarios.

Intenté relajarme, aunque la tensión era casi imposible de controlar. Sentía un cosquilleo inquietante en mis piernas, un dolor vago y difuso que no podía identificar claramente. Laura colocó una mano delicada sobre mi pierna derecha y comenzó a ejercer una presión leve.

—Voy a presionar un poco para ver cómo respondes —me advirtió Laura con su voz tranquila—. Si te duele, dímelo.

Tan pronto como Laura comenzó a ejercer presión, no pude evitar un grito ahogado. El dolor en mi pierna fue tan intenso que mi cuerpo se tensó instantáneamente. Jana, que estaba a mi lado, tomó mi mano con fuerza, intentando ofrecerme algo de consuelo.

—¿Te duele mucho? —preguntó Laura, su tono reflejaba una preocupación genuina.

—Sí —respondí entre jadeos—. Siento un dolor intenso y mis piernas están tan... tan pesadas.

Laura asintió con comprensión y detuvo su exploración. Sabía que era común que los pacientes recién despertados del coma experimentaran dolor y debilidad en las extremidades. Sin embargo, era crucial asegurarse de que no hubiera complicaciones adicionales.

—Es normal que sientas dolor y debilidad en las piernas —me explicó Laura con paciencia—. Muchas personas que pasan por un coma experimentan estas sensaciones. Lo que vamos a hacer es trabajar contigo para que recuperes la fuerza y la movilidad en las piernas.

Jana me miró con una mezcla de tristeza y esperanza. A pesar de su preocupación, intentaba mostrarme que todo iba a estar bien. Laura continuó hablando con un tono tranquilizador.

—Vamos a coordinar con el fisioterapeuta para que puedas comenzar la rehabilitación —dijo Laura—. Ellos te ayudarán a trabajar en la fuerza y la movilidad. Es un proceso, pero con paciencia y dedicación, podrás recuperar la capacidad de caminar como antes.

Mi mente estaba abrumada por la idea de tener que enfrentar la rehabilitación. La perspectiva de tener que trabajar arduamente para volver a caminar me parecía desalentadora, pero las palabras de Laura y el apoyo inquebrantable de Jana me daban algo de esperanza. Laura se inclinó un poco más cerca, con un gesto de empatía y me tendió unas pastillas.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora