XXXXVI

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Era una tarde soleada y calurosa cuando acompañamos a Jan a su entrenamiento de fútbol. El campo estaba lleno de energía, con niños corriendo de un lado a otro, preparándose para el entrenamiento. Jan, emocionado como siempre, nos guió hacia el área de los vestuarios, hablando sin parar sobre el partido de la semana pasada y lo que planeaba hacer hoy. Ana y yo lo seguimos, sonriendo y asintiendo mientras él seguía hablando con su entusiasmo característico.

Después de asegurarnos de que Jan estaba bien y listo para su entrenamiento, nos despedimos de él. Le dimos una palmada en la espalda y lo vimos correr hacia sus amigos, su pequeña figura perdiéndose entre el grupo de niños que ya se estaba formando en el campo. El ambiente era animado y las risas de los niños resonaban en el aire.

—Bueno, ya está listo —dije, sonriendo mientras lo observaba un momento más antes de girarme hacia Ana—. ¿Qué te apetece hacer ahora?

Ana parecía un poco pensativa, como si tuviera algo en mente. Después de un breve silencio, me miró y dijo:

—En realidad, tengo que pasar por mi casa a recoger algo de ropa. No traje suficiente para el resto de la semana, y si no paso hoy, no tendré nada que ponerme-Explicó en un tono neutro.

Noté que su tono era tranquilo, casi casual, pero había algo en su expresión, una leve tensión en sus ojos, que me hizo sentir que había algo más detrás de sus palabras. Antes de que pudiera analizarlo más, asentí con naturalidad.

—Está bien. Vamos juntas —dije sin dudarlo, dando por sentado que la acompañaría.

Ana vaciló un momento, como si no hubiera esperado que aceptara tan rápido. Su reacción me hizo fruncir el ceño ligeramente. ¿Por qué dudaba?

—Jana, no tienes que venir —dijo, intentando sonar despreocupada—. Es solo un viaje rápido para recoger unas cosas. No quiero que te molestes en acompañarme si no te apetece.

Noté esa pequeña reserva en su voz, esa barrera que, aunque sutil, parecía estar levantando. Pero yo no estaba dispuesta a dejarla enfrentar lo que fuera que la tenía tan inquieta sola. Sabía que en su casa había cosas que no la hacían sentir cómoda, y no iba a permitir que volviera allí sin apoyo.

Antes de que pudiera decir más, la interrumpí.

—Ana, no voy a dejar que vayas sola —dije, firme pero con suavidad, mirándola directamente a los ojos para que entendiera que no había lugar para discusiones—. Si tienes que ir a por ropa, vamos juntas. No me importa aue tarde o cuán sencillo sea. Quiero estar contigo.

Ana me miró, y vi cómo la tensión en sus hombros disminuía ligeramente. Había algo de resignación en su expresión, pero también un rastro de alivio. Sabía que había aceptado que no iba a cambiar mi decisión, y me pregunté por un segundo qué era lo que realmente la preocupaba.

—De acuerdo —dijo finalmente, suspirando—. Vamos entonces.

Nos dirigimos hacia el coche, y mientras conducía, el silencio se instaló entre nosotras, cómodo, pero con una pequeña chispa de nerviosismo por parte de Ana. Yo no le presioné para hablar, dejando que se tomara su tiempo, sabiendo que si algo la inquietaba, eventualmente lo compartiría. Mientras tanto, mantuve mi atención en el camino y en ella, sintiendo esa necesidad de protegerla, de asegurarme de que estaba bien.

Cuando llegamos a su casa, Ana se quedó un momento sentada en el coche, mirando la puerta de entrada como si evaluara algo. Luego, con un suspiro, abrió la puerta y salió. Yo hice lo mismo, sin decir nada, pero asegurándome de estar a su lado, lista para lo que pudiera necesitar.

Entramos juntas, y el ambiente en su casa era diferente, algo tenso, como si el aire estuviera cargado con algo invisible. Ana se movía con rapidez, como si quisiera terminar rápido, y aunque intentaba disimularlo, vi la incomodidad en sus gestos. Empezó a recoger su ropa en silencio, y la observé, manteniéndome cerca, pero sin entrometerme. Sabía que este lugar le traía recuerdos difíciles, y me dolía ver cómo, a pesar de todo, seguía enfrentándose a ellos.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora