XXI

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Estaba sentada en mi coche, con las manos temblando ligeramente sobre el volante, mientras intentaba calmar los nervios que sentía en el estómago. Había pasado todo el día pensando en Ana, en lo que estaba viviendo con su madre en el hospital, y no podía quitarme de la cabeza la preocupación que me invadía. Sabía que Ana era fuerte, que siempre lo había sido, pero también sabía que detrás de esa fortaleza había un dolor que estaba tratando de esconder. No podía soportar la idea de que estuviera pasando por todo eso sola, así que, casi sin pensarlo, decidí ir al hospital.

El camino se me hizo eterno. Iba repasando en mi cabeza lo que diría, cómo me presentaría, y cada vez que lo hacía, me encontraba más nerviosa. ¿Y si no era bienvenida? ¿Y si la madre de Ana no quería verme allí? No la conocía en persona, y eso me hacía sentir que estaba cruzando una línea. Pero algo dentro de mí me empujaba a seguir adelante. Sabía lo mucho que significaba para Ana su madre, y quería estar allí para ella, aunque solo fuera para mostrarle que no estaba sola.

Cuando finalmente llegué al hospital, sentí una mezcla de determinación y temor. Subí al ascensor con las manos sudorosas, tratando de controlar la ansiedad. Respiré hondo varias veces, repitiéndome que estaba haciendo lo correcto, sabía que Ana no estaba allí, me daba algo de miedo como sería su reacción al saber que había estado aquí. El ascensor se detuvo en el piso correcto, y cuando las puertas se abrieron, un frío recorrió mi espalda. Caminé por el pasillo con pasos vacilantes, buscando la habitación que Ana me había mencionado alguna vez.

Cuando llegué a la puerta, me detuve un segundo. El sonido de las máquinas monitoreando a los pacientes, el murmullo lejano de las voces, todo parecía amplificado en mi cabeza. Finalmente, golpeé suavemente la puerta y entré. Dentro, la habitación estaba en calma, y la luz suave iluminaba el rostro de la madre de Ana, quien estaba recostada en la cama. Se veía frágil, pero sus ojos eran vivaces, llenos de una energía silenciosa. Me paré un poco indecisa en la entrada, sin saber cómo presentarme.

Ella me miró con curiosidad, y aunque intenté no parecer demasiado incómoda, sabía que mi nerviosismo era evidente. Respiré hondo y decidí romper el silencio.

—Hola… —dije suavemente—. Soy una amiga de Ana.

Para mi sorpresa, su expresión cambió ligeramente. Parecía que algo en mi le resultaba familiar, y en lugar de confundirse, esbozó una leve sonrisa. Su mirada se suavizó, como si ya supiera quién era yo.

—¿Eres Jana? —preguntó, con una calidez en su voz que me desconcertó.

Asentí, sintiendo un leve rubor en mis mejillas.

—Sí, soy yo-Dije sonriente pero también sorprendida.

Ella sonrió un poco más, como si hubiera confirmado algo importante para sí misma.

—Ana me ha hablado mucho de ti —dijo, y su voz, aunque débil, tenía un tono de complicidad que me hizo sentir un nudo en el estómago.

Me quedé en silencio un segundo, sorprendida por sus palabras. No esperaba que Ana hubiera hablado tanto de mí con su madre, y mucho menos en medio de todo lo que estaba pasando. Sentí un calor en el pecho, una mezcla de alivio y algo más que no podía identificar del todo.

—Espero que haya sido algo bueno… —respondí con una pequeña sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.

Ella rió suavemente, un sonido casi imperceptible, pero que llevaba consigo un trasfondo de cansancio. Sin embargo, había algo en su mirada, una seriedad que me hizo sentir que este momento era más importante de lo que parecía.

—Todo bueno —Hizo una pausa, y su expresión se volvió un poco más seria—. Me alegra conocerte.

Nos quedamos hablando un rato, y con cada minuto que pasaba, me sentía un poco más cómoda, un poco más conectada con ella. Me contó anécdotas sobre Ana cuando era niña, historias llenas de risas y amor. Me hablaba de cómo siempre había sido independiente, pero también sensible, de cómo siempre había luchado por los demás y por sacar adelante a su familia, incluso cuando era pequeña. A medida que la escuchaba, me daba cuenta de cuánto admiraba a su hija, de cómo cada palabra estaba impregnada de orgullo y ternura. Yo absorbía cada historia, sintiendo que me estaba dejando ver una parte de Ana que no conocía del todo, una parte que me hacía quererla aún más.

Pero entonces, su expresión cambió. Su rostro, que había estado animado mientras hablaba, se volvió más serio, y su mirada se fijó en la mía con una intensidad que no había sentido antes. Parecía estar debatiéndose internamente, como si estuviera reuniendo el valor para decirme algo. Algo que no sería fácil.

—Jana… —dijo finalmente, su voz apenas un susurro— se que no nos conocemos de nada pero hay algo que necesito decirte.

Me incliné un poco, preocupada por lo que podría venir. El ambiente en la habitación se volvió más pesado, como si el aire mismo supiera que algo importante estaba a punto de ser revelado.

—Los médicos no se lo han dicho a Ana, pero… —hizo una pausa, y vi cómo luchaba por encontrar las palabras correctas—. Me estoy muriendo.

El impacto de esas palabras fue devastador. Sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies, dejándome suspendida en el vacío. No sabía cómo responder, qué decir. Una mezcla de shock, tristeza y confusión me invadió. ¿Cómo podía estar diciendo esto con tanta calma? ¿Cómo podía enfrentar algo tan terrible y aún tener la fuerza para hablar de ello?

Antes de que pudiera articular una respuesta, ella continuó.

—No quiero que Ana lo sepa aún… —dijo, con la voz temblorosa—. Quiero protegerla un poco más, mientras pueda. Sé que la noticia la destruiría, y no quiero que pase por eso antes de tiempo.

Sentí un nudo en la garganta, pero me obligué a mantenerme firme, a escucharla sin interrumpir. Sabía que lo que estaba a punto de decirme sería aún más difícil de escuchar.

—Jana, por favor, escucha —continuó, sus ojos clavándose en los míos con una intensidad que me dejó sin aliento—. No me queda mucho tiempo, y antes de irme, necesito asegurarme de algo. Necesito saber que Ana estará bien, que no estará sola. —Hizo una pausa, tomando aire profundamente—. Necesito saber que tiene a alguien que la quiera de verdad, alguien que la cuide cuando yo ya no pueda hacerlo.

Sus palabras me golpearon con una fuerza brutal. Me sentí abrumada, como si una enorme responsabilidad cayera sobre mis hombros de repente. Era como si me estuviera pidiendo que ocupara su lugar, que llenara el vacío que ella dejaría cuando ya no estuviera. Mis emociones estaban a flor de piel; el dolor, la tristeza, y un amor profundo por Ana, todo mezclado en un torbellino de sensaciones que apenas podía controlar.

Tragué saliva, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todas parecían inadecuadas para la magnitud de lo que me estaba pidiendo. Finalmente, con la voz quebrada, logré hablar.

—La cuidaré, te lo prometo —le dije, sintiendo cómo una lágrima rodaba por mi mejilla—. Haré todo lo que esté en mi mano para que esté bien. Nunca la dejaré sola.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y los míos también. Me tomó la mano con una fuerza inesperada, como si ese gesto fuera un sello de nuestra promesa. Sentí su mano temblar levemente, pero también la determinación que transmitía. Estaba confiándome a su hija, lo más preciado que tenía en el mundo, y no podía fallarle.

Nos quedamos en silencio, las dos dejando que las emociones fluyeran sin necesidad de palabras. Sabía que ese momento quedaría grabado en mi memoria para siempre, que esas palabras, esa promesa, cambiarían mi vida. Sabía que Ana aún no lo sabía, que la verdad le llegaría eventualmente, pero cuando lo hiciera, yo estaría allí para sostenerla, para ser su apoyo, su refugio.

Porque aunque hasta ese momento no lo hubiera dicho en voz alta, sabía que queria a Ana. Lo sentía en lo más profundo de mi ser, y haría todo lo que estuviera a mi alcance para protegerla, para amarla, y para asegurarme de que, pase lo que pase, nunca se sienta sola.

Mientras sostenía la mano de la madre de Ana, sentí que compartíamos algo mucho más grande que nosotras mismas. Era un pacto silencioso, una promesa de amor y cuidado que iba más allá de las palabras. Y en ese momento, supe que no estaba sola en mi misión. Porque en los ojos de esa mujer, vi la misma devoción que yo sentía por Ana, y entendí que, a pesar del dolor que vendría, había algo hermoso en la conexión que nos unía.
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😞😞😞

Hoy voy a intentar compensar todo lo que no subí ayer😉

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora