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La mañana avanzaba lentamente, y aunque el ambiente en la casa era tranquilo, había una tensión palpable entre Ana y yo. La situación en la que nos encontrábamos, aunque rodeada de momentos de ternura y apoyo, también estaba cargada de emociones intensas. Mientras me sentaba al lado de Ana, notaba que había una mezcla de deseo de cercanía y la realidad de su dolor físico.

Después de compartir algunas palabras suaves y momentos de conexión, sentí una fuerte necesidad de mostrarle mi afecto de una manera más tangible. Me incliné hacia ella con mucho cuidado, y con una ternura y delicadeza que intentaba reflejar todo mi amor y preocupación, le di un beso suave en los labios. El gesto era un intento de ofrecer consuelo, un recordatorio de que estaba allí para ella, incluso en medio del sufrimiento.

Al separar mis labios de los suyos, deslicé una mano con suavidad por debajo de su camiseta, con la intención de acariciar su abdomen y ofrecerle un poco de alivio. Pero en cuanto mi mano tocó su piel, Ana soltó un quejido de dolor que me sorprendió profundamente. La expresión en su rostro cambió instantáneamente, pasando de una mezcla de gratitud y calma a una de incomodidad y sufrimiento.

—¿Qué pasa? —pregunté, alarmada—. ¿Te duele?

Ana parecía avergonzada, sus mejillas se sonrojaron mientras intentaba mantener la calma. Con un suspiro tembloroso, levantó la camiseta para mostrarme su abdomen. El área estaba claramente amoratada, con tonos de azul y morado que se extendían por su piel. El daño era evidente, y al ver las marcas, me di cuenta de la gravedad del dolor que estaba experimentando.

—Lo siento —dijo Ana, su voz quebrada—. Me ha dolido más de lo que pensaba. No quería asustarte.

Mis ojos se llenaron de preocupación al ver los hematomas en su abdomen. Sentí una oleada de culpa y preocupación, y mi corazón se apretó al ver el daño que había sufrido.

—Ana, no tienes que disculparte —dije, con una voz suave—. No sabía que tenías eso y que te dolía tanto. No quería hacerte daño, solo quería ayudarte a sentirte mejor.

Ana me miró con un atisbo de tristeza, pero también de comprensión. Aunque el dolor en su rostro era evidente, había un momento de conexión entre nosotras que se mantenía a pesar de todo.

—Lo sé, Jana —dijo—. Solo… me sorprende cuánto me duele. No quiero que te sientas mal. Es solo que todo esto es más difícil de lo que esperaba.

Me incliné hacia adelante y le di otro beso en la frente, intentando transmitirle mi apoyo y mi amor a través del gesto. A pesar de la situación dolorosa y la tensión emocional, quería que supiera que estaba allí para ella, sin importar lo que sucediera.

—Vamos a encontrar una forma de hacer esto más llevadero —le dije con determinación—. Te prometo que estaré a tu lado, cuidándote y apoyándote en cada paso.

Ana asintió, y aunque la incomodidad y el dolor seguían presentes, parecía encontrar algo de consuelo en mis palabras y en la cercanía que compartíamos. La mañana continuó con momentos de cuidado y ternura, mientras intentábamos adaptarnos a la nueva realidad de nuestra vida en común. A pesar de los desafíos y las dificultades, el amor y el apoyo que nos brindábamos eran el faro que nos guiaba en medio de la tormenta.

Me acerqué a Ana, que estaba acomodada en la cama, con una expresión de cansancio en su rostro.

—¿Te gustaría ducharte? —le pregunté con suavidad—. Puede que te haga sentir un poco mejor. Puedo ayudarte si lo necesitas.

Ana me miró con un destello de agradecimiento en sus ojos. A pesar de la incomodidad que sentía, la idea de una ducha parecía ofrecerle un alivio. Asintió con una ligera sonrisa, aceptando la oferta.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora