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Tercera persona

La operación había terminado. El equipo quirúrgico había trabajado con una precisión y esfuerzo inhumanos, y finalmente lograron estabilizar a Ana. La tensión en el quirófano había sido palpable, con cada movimiento calculado y cada decisión tomada bajo una presión constante. Ahora, el silencio en la sala de espera era casi sepulcral, mientras los minutos parecían estirarse en una eternidad.

El Dr. Martínez salió de la sala de operaciones, con el rostro cansado pero aliviado. Se acercó a Jana y Jan, que se encontraban sentados, exhaustos pero esperanzados, esperando cualquier tipo de noticia. El médico, con un aire de seriedad, pidió que se sentaran antes de hablar.

La cirugía fue compleja, pero logramos estabilizar a Ana. Sin embargo, debo informarles de algo muy importante antes de que la vean-Comenzó a decir el doctor mirando con compasión a Jan y Jana.

Jana sintió un nudo en el estómago al escuchar el tono de voz del médico. Jan apretó su mano, buscando algún tipo de consuelo. La preocupación en los rostros de ambos era evidente.

—Ana ha pasado por una serie de complicaciones durante la operación —continuó el Dr. Martínez—. Aunque hemos logrado corregir los problemas que surgieron, ella se encuentra en un estado de coma inducido. Esto es debido a las dificultades que encontramos y a la necesidad de mantenerla estable mientras su cuerpo se recupera.

El aire parecía volverse más denso a medida que las palabras del médico se asentaban. Jana sintió como si el mundo se desmoronara a su alrededor. Jan, a su lado, se quedó en silencio, con la mirada fija en el suelo.

—Las próximas 48 horas serán extremadamente críticas —añadió el Dr. Martínez—. Este período es crucial para evaluar cómo avanzará su condición. Estaremos observando de cerca su evolución y realizando las pruebas necesarias para determinar su respuesta a la intervención. Les pido que sean pacientes durante este tiempo y que estén preparados para cualquier resultado.

Jana asintió lentamente, su mente luchando por procesar la gravedad de la situación. Se volvió hacia Jan, que tenía el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas. Se aferraron el uno al otro, buscando algo de fortaleza en la presencia del otro.

—¿Podemos verla? —preguntó Jana, su voz apenas un susurro.

—Sí —respondió el Dr. Martínez—. Pueden entrar a la habitación, pero recuerden que ella está sedada y en coma. No esperen interacciones ni respuestas de su parte. Es importante que mantengan la calma y que sigan nuestras indicaciones mientras estamos en este período crítico.

El médico los guió hasta la habitación donde Ana estaba en una cama, rodeada de equipos médicos y monitores que vigilaban constantemente sus signos vitales. La habitación estaba silenciosa, y Ana yacía en la cama, con su rostro aún pálido pero con una expresión tranquila.

Jana y Jan se acercaron, tomando asiento a un lado de la cama. Jana tomó la mano de Ana, sintiendo el frío de su piel a través de los guantes que usaba. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras observaba a Ana, su mente llena de recuerdos y esperanzas. Jan también tomó una de las manos de Ana, sus sollozos silenciosos en el aire.

—Estamos aquí contigo —dijo Jana en voz baja, sin poder evitar que su voz temblara—. Te amamos y estaremos esperando.

El tiempo parecía detenerse mientras se sentaban en silencio, cada uno aferrado a sus propios pensamientos y sentimientos. Sabían que los próximos días serían difíciles, llenos de incertidumbre y esperanza, pero también comprendían la importancia de estar presentes para Ana durante este crítico período de su recuperación.

Jana

Al entrar en la habitación, el aire se sintió más pesado, cargado de una tristeza que parecía envolverlo todo. Me detuve en la puerta por un momento, tratando de procesar la visión frente a mí. Ana estaba en la cama, rodeada de máquinas y cables que conectaban su cuerpo a los monitores. Su piel, aunque había sido tratada, seguía pálida y sin vida. Cada beep de los monitores parecía marcar el ritmo de mi propio corazón, que latía acelerado y asustado.

Mi mente estaba en un torbellino. Cada pequeño detalle en la habitación parecía amplificado: el zumbido de los aparatos, el suave pitido del monitor de signos vitales, el aroma a desinfectante en el aire. Era una sala llena de ciencia y esperanza, pero para mí, todo se sentía sombrío y frío.

Me acerqué lentamente a la cama, sintiendo un peso en el pecho que casi me impedía respirar. La visión de Ana, tan inmóvil y vulnerable, era como un golpe brutal en el corazón. Me senté en la silla al lado de su cama, mis manos temblando al alcanzar la suya. Su piel estaba fría, y un nudo de preocupación se formó en mi estómago al notar lo frágil que parecía.

Llevé mi mano a la suya, tratando de transmitirle todo el amor y la fortaleza que sentía. Su mano se sentía débil en la mía, y me esforzaba por mantenerme firme. La realidad de la situación se asentaba en mí con un peso insoportable. Mirarla así, conectada a tubos y monitores, era desgarrador. Cada minuto que pasaba se sentía como una eternidad, y cada movimiento o ajuste en los aparatos me hacía sentir una desesperación creciente.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y traté de contenerlas, pero fue en vano. Cada lágrima que caía parecía ser un reflejo del dolor y la incertidumbre que sentía. Mi respiración se volvía irregular mientras trataba de asimilar la magnitud de lo que estaba pasando.

—Estamos aquí contigo, Ana —murmuré, mi voz apenas audible—. Te amo más de lo que las palabras pueden expresar. Estamos esperando, esperando que despiertes y vuelvas a nosotros.

Me incliné sobre su cama, tratando de acercarme a ella sin interrumpir el trabajo de los médicos. Mi corazón estaba lleno de un miedo abrumador, pero también de una esperanza persistente. Cada segundo que pasaba me sentía más cerca del borde del desespero, pero al mismo tiempo, aferrada a la esperanza de que Ana podría superar esto.

Jan estaba a mi lado, su presencia era un consuelo en medio de mi angustia. A veces, nuestras miradas se cruzaban, compartiendo un entendimiento tácito de la situación. Su tristeza y dolor se reflejaban en sus ojos, y juntos compartíamos el peso de la incertidumbre y la esperanza.

La habitación estaba en silencio, salvo por el sonido constante de los monitores y el suave respiración de Ana. Me aferré a su mano con fuerza, rogando en silencio por que ella pudiera sentir nuestro amor y que esa conexión pudiera darle la fuerza necesaria para luchar. Sabía que las próximas horas serían cruciales, y cada momento que pasara sin una señal de mejora era una prueba de paciencia y fe.

Así, sentada a su lado, el tiempo parecía detenerse, y todo lo que podía hacer era esperar, aferrándome a la esperanza de que, con el tiempo, Ana pudiera despertar y volver a estar con nosotros.
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Bueno mira al menos no se ha muerto😁

Como me gusta decir, trust the process, o no😈

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora