XXIV

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Salí del hospital con un nudo en la garganta y las lágrimas aún húmedas en mi rostro. El dolor era casi físico, una presión constante en mi pecho que me impedía respirar con facilidad. El mundo parecía haberse desmoronado a mi alrededor, y cada paso que daba me alejaba un poco más de la calma que había tenido al amanecer.

El hospital era un lugar que ahora solo me traía recuerdos dolorosos, así que decidí irme sin más demora. Mi hermano estaba en el colegio, así que no tenía que preocuparme por él por el momento. No quería estar en casa, no quería ver las cosas que me recordaban a mi madre. Lo único que necesitaba era escapar de la realidad que me envolvía, y me dirigí a mi bici con la esperanza de encontrar algo de alivio.

Monté la bicicleta, el manillar frío en mis manos, y comencé a pedalear con una determinación que apenas entendía. La ciudad pasaba rápidamente a mi lado, pero mi mente estaba demasiado ocupada en el dolor y la confusión para prestar atención al paisaje. El sol que antes había parecido tan prometedor ahora se sentía como una luz cruel que iluminaba la tristeza en mi corazón.

Pedaleé sin rumbo fijo, siguiendo el impulso de encontrar un lugar donde pudiera despejar mi mente y escapar del tormento que sentía. Mi ritmo se volvió frenético, y el esfuerzo físico se convirtió en una forma de liberar parte de la carga emocional que me aplastaba. Cada pedalada era un intento de escapar, de dejar atrás la realidad que había sacudido mi mundo.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, llegué a un parque apartado en las afueras de la ciudad. Era un lugar que solía visitar cuando necesitaba claridad, un rincón de tranquilidad donde podía despejar mi mente y encontrar un poco de paz. El parque estaba rodeado de árboles altos y frondosos que ofrecían sombra y un respiro del mundo exterior. Los caminos de tierra y las áreas verdes eran un contraste acogedor con el asfalto de la ciudad.

Me detuve frente a la entrada del parque, mi corazón aún palpitante por el esfuerzo. Bajé de la bicicleta, dejándola en el suelo mientras me dirigía hacia un banco solitario bajo un gran roble. Me senté, el cansancio de los pedales y el dolor emocional se mezclaban en un torbellino de agotamiento.

Me recosté en el banco, mirando hacia el cielo a través de las hojas que se movían suavemente con la brisa. El silencio del parque era un bálsamo para mi mente, un respiro de calma en medio de la tormenta. El canto de los pájaros y el susurro de las hojas eran casi como una melodía tranquilizadora que me ayudaba a calmar mi agitación interna.

Jana

Llevaba varias horas sin saber nada de Ana y la preocupación comenzó a asomar. El día anterior habíamos pasado una tarde maravillosa, y después de dejar a su hermano en casa, todo parecía estar bien. Pero desde entonces, Ana no había respondido a ninguno de mis mensajes ni a mis llamadas, y el reloj avanzaba sin que ella contestara. Sabía que no estaba en el trabajo porque ya había terminado su turno, y la creciente inquietud se convertía en ansiedad palpable.

Decidí actuar. No podía quedarme de brazos cruzados, así que me dirigí a su casa, con la esperanza de que tal vez estaba ocupada o simplemente no había visto mis mensajes. La noche estaba cayendo y las luces de la calle comenzaban a encenderse mientras conducía con rapidez hacia su dirección.

Al llegar a la casa de Ana, toqué el timbre varias veces y golpeé la puerta con firmeza. Nadie contestó. El silencio en la casa me hizo sentir aún más inquieta. Miré a mi alrededor, tratando de discernir cualquier señal de que Ana pudiera estar allí. La falta de respuesta me hizo pensar que quizás había algún problema más grande. La preocupación se intensificó con cada segundo que pasaba sin que nadie me abriera.

Consciente de que no podía quedarme allí sin hacer nada, empecé a pensar en otros lugares donde Ana podría estar. Al estar cerca comprobé si estaba en el skatepark pero allí no había nadie, recordé la primera vez que quedamos, cuando fuimos a ese parque tranquilo, un lugar donde Ana parecía encontrarse en paz. Mi mente se centró en ese rincón de la ciudad y decidí que era el último lugar al que podía ir antes de considerar llamar a la policía o buscar ayuda adicional.

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora