XVIII

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Jana

Las luces frías del hospital no hacían más que acentuar la sensación de angustia en el aire. Las horas parecían haberse detenido, y el tiempo se había convertido en un enemigo silencioso, burlándose de nosotras con su lenta pero constante marcha. Estábamos sentadas en la sala de espera, rodeadas de un silencio inquietante, interrumpido solo por los ocasionales pasos de los médicos y las conversaciones apagadas que se escuchaban en la distancia.

Ana estaba sentada a mi lado, pero apenas se movía. Su cuerpo estaba inclinado hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cubriendo su rostro. Parecía atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros, y su pierna derecha no dejaba de moverse nerviosamente arriba y abajo, en un ritmo frenético que reflejaba su desesperación.

Podía sentir su angustia como si fuera mía. No habíamos hablado mucho en las últimas horas; cada intento de conversación se había desvanecido en el aire pesado del hospital, como si las palabras no tuvieran fuerza suficiente para atravesar la barrera de preocupación que se cernía sobre nosotras. No podía imaginar lo que debía estar sintiendo en ese momento. La incertidumbre, el miedo por su madre, la impotencia. Todo eso la estaba consumiendo, y yo estaba aquí, sentada a su lado, deseando poder hacer algo para aliviar su dolor, pero sin saber cómo.

El reloj en la pared marcaba una hora indecente, y el cansancio comenzaba a hacer mella en mí, pero no me atreví a cerrar los ojos ni por un segundo. No podía permitirme el lujo de descansar cuando Ana estaba aquí, tan deshecha por la situación. Mi mente vagaba entre la preocupación por ella y la esperanza de que, en cualquier momento, un médico saliera por esa puerta y nos diera alguna noticia. Pero las horas pasaban, y nadie venía. El vacío de la espera se hacía cada vez más insoportable.

De vez en cuando, Ana bajaba las manos de su rostro y miraba a su alrededor, como si esperara que algo cambiara, pero su mirada siempre terminaba perdiéndose en el suelo, como si ya no tuviera fuerzas para enfrentarse a la realidad que la rodeaba. La veía morderse el labio, con los ojos enrojecidos por el agotamiento y la preocupación. Mi corazón se rompía un poco más cada vez que la veía así.

Finalmente, después de lo que parecieron ser siglos de silencio, Ana levantó la cabeza y me miró. Había algo en su expresión que me hizo sentir un nudo en la garganta, una mezcla de dolor y resignación que no había visto en ella antes. Se pasó una mano por el cabello, intentando sin éxito calmarse, antes de hablar.

—Jana, es muy tarde —dijo en voz baja, su tono era suave, casi derrotado—. No tienes que quedarte aquí toda la noche. Ve a casa, por favor. Descansa un poco. No tiene sentido que te quedes conmigo.

Sus palabras me tomaron por sorpresa. Sabía que Ana estaba tratando de ser fuerte, de no cargarme con su preocupación, pero no podía dejarla sola en un momento como este. La idea de irme, de abandonarla cuando más necesitaba apoyo, me resultaba inconcebible.

—No pienso dejarte sola, Ana —respondí, tratando de sonar firme, aunque mi voz temblaba ligeramente—. No voy a ninguna parte hasta que sepamos algo de tu madre. Estoy aquí para ti.

Ana cerró los ojos por un momento, como si mis palabras fueran un peso más sobre sus hombros. Vi cómo sus manos se apretaban en puños, luchando por mantener el control.

—De verdad, Jana —insistió, su voz ahora un poco más tensa—. No tienes que hacer esto. Ya has hecho suficiente al acompañarme hasta aquí. No quiero que te desgastes por mi culpa.

La escuché con el corazón en un puño. Sabía que su orgullo y su deseo de protegerme la estaban llevando a decir esas palabras, pero también sabía que en el fondo no quería estar sola. Nadie querría estar solo en una situación como esta. Mi mente buscaba las palabras adecuadas, algo que pudiera transmitirle cuánto me importaba, cuánto significaba para mí estar aquí con ella.

—Ana, no me estoy desgastando —le respondí suavemente, intentando que entendiera—. No me importa lo tarde que sea, no me importa si paso toda la noche aquí. Lo único que me importa es que tú estés bien, y si eso significa quedarme contigo hasta que haya noticias, entonces es lo que haré. No puedo imaginar lo que estás pasando, pero no voy a dejar que lo enfrentes sola.

Ana me miró, y pude ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas que luchaba por contener. La veía debatiéndose entre su deseo de protegerme y su necesidad de apoyo, y supe que debía ser paciente, darle el espacio para procesar lo que estaba sintiendo.

Finalmente, exhaló un largo suspiro y volvió a cubrirse el rostro con las manos. Estaba agotada, emocional y físicamente. Mi corazón se rompía al verla así, tan vulnerable y perdida.

—No quiero que me veas así —murmuró, su voz apenas audible—. No quiero que me veas… tan débil.

Las palabras de Ana me golpearon con fuerza. Siempre había sido la persona fuerte, la que enfrentaba todo con valentía y determinación. Verla admitir esa debilidad, aunque solo fuera por un momento, me hizo darme cuenta de cuánto estaba sufriendo realmente.

—No eres débil, Ana —le dije con toda la sinceridad que pude reunir—. Estás pasando por algo increíblemente difícil, y es normal que te sientas así. No tienes que ser fuerte todo el tiempo. No conmigo.

Hubo un largo silencio después de mis palabras. Podía ver cómo estaba luchando consigo misma, cómo intentaba encontrar un equilibrio entre lo que quería y lo que sentía que debía hacer. Al final, asintió levemente, pero su rostro seguía mostrando esa expresión de agotamiento y preocupación.

—Gracias, Jana —susurró, su voz quebrada—. De verdad, gracias por quedarte conmigo. Pero prométeme que, si te cansas, irás a descansar. No quiero que esto te afecte también.

Asentí, aunque sabía que no podría cumplir esa promesa si las cosas se ponían peor. Estaba decidida a estar con ella, sin importar lo que ocurriera.

Las horas continuaron pasando, y el hospital seguía tan silencioso como antes. La espera era insoportable, una prueba de resistencia mental que ninguna de las dos había anticipado. Sentí cómo mis párpados se volvían cada vez más pesados, pero cada vez que parpadeaba, la imagen de Ana, inclinada hacia adelante con las manos cubriendo su rostro, me mantenía despierta. No podía dejarla sola en su dolor, ni siquiera por un segundo.

En algún momento, Ana dejó de moverse tanto. Parecía haberse resignado a la espera, aunque su tensión seguía siendo palpable. Había un aura de tristeza a su alrededor que me partía el corazón. Me acerqué un poco más a ella, con la esperanza de ofrecerle un poco más de consuelo, aunque solo fuera con mi presencia.

Finalmente, cuando el reloj marcaba una hora indecente, un médico salió por la puerta y se dirigió hacia nosotras. Ana levantó la cabeza de inmediato, sus ojos fijos en el hombre mientras se acercaba. Podía sentir la tensión en su cuerpo, la esperanza y el miedo luchando dentro de ella.

El médico se detuvo frente a nosotras, con una expresión seria pero profesional. Ana se levantó lentamente, su cuerpo temblando ligeramente mientras esperaba las palabras que podrían cambiarlo todo.

—Ana —dijo el médico con suavidad y confianza, posiblemente se hubieran visto en varias ocasiones, cosa que me hacía pensar en todo lo que no sabía sobre Ana—, hemos hecho todo lo posible, pero la situación de su madre es crítica. Está estable por ahora, pero los próximos días serán decisivos. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que se recupere.

Las palabras del médico parecieron golpear a Ana como un mazo. Vi cómo sus rodillas casi cedían bajo el peso de la noticia, y di un paso adelante para sostenerla. Su cuerpo temblaba, y su respiración se hizo errática. Agradecí al médico por su honestidad y lo vi alejarse, dejándonos solas con la realidad de la situación.

Ana se dejó caer en la silla, sus manos agarrándose a los bordes mientras luchaba por procesar lo que acababa de escuchar. Me senté a su lado, tomándola de la mano, ofreciéndole un ancla en medio de la tormenta que se desataba en su mente.

—Ana… —susurré, pero no había palabras que pudieran consolarla en ese momento.

Ella permaneció en silencio, mirando fijamente al suelo. Los minutos pasaron y, aunque la calma volvía lentamente, sabía que Ana estaba luchando con una avalancha de emociones. Su madre estaba viva, pero por un hilo.
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PRIMER SOBRE DE LA TARDE Y ME SALE KARCHAOUI DE 99 ESTO QUE ES (el sobre era de 83 JAJJAJA)

En nada subo el siguiente que cuando hay drama los capítulos me salen fáciles😝

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora