XXIII

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Ana

Cuando desperté esa mañana, una sensación de alegría inundó mi ser. Había pasado una noche maravillosa, y el beso con Jana era lo único en lo que podía pensar. La felicidad que sentía era tan abrumadora que me hizo sonreír incluso antes de abrir los ojos. Todo parecía más brillante y lleno de posibilidades, y el simple hecho de imaginar la cara de mi madre al escuchar mi noticia me llenaba de emoción.

Me preparé rápidamente, eligiendo mi ropa con una sonrisa en los labios, queriendo que todo estuviera perfecto para contarle a mi madre sobre el beso y compartir la alegría que había encontrado. La mañana pasó en un suspiro, y al llegar al hospital, sentí que cada paso me acercaba a un momento de conexión y ternura que esperaba ansiosamente.

Al llegar al ala del hospital, me dirigí rápidamente a la habitación de mi madre. Mi mente estaba llena de imágenes de su rostro iluminado al escuchar mis noticias, y me apresuré a entrar en la habitación con la esperanza de ver su sonrisa. Pero cuando abrí la puerta, la visión que encontré me paralizó.

La habitación estaba vacía. Las sábanas de la cama estaban ordenadas, y el monitor que había estado funcionando estaba apagado. Todo parecía en su lugar, excepto por la ausencia de mi madre. La confusión se apoderó de mí de inmediato. No entendía por qué la habitación estaba vacía, y un sentimiento creciente de ansiedad comenzó a tomar forma.

De repente, escuché pasos detrás de mí y me volví para ver a un médico acercándose. Su expresión era grave, y la forma en que me miraba me hizo sentir un escalofrío. Me sentí bloqueada, incapaz de moverme o siquiera formular una pregunta.

—Ana —dijo el médico con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas sobre la seriedad de la situación—. Necesito hablar contigo.

Traté de tragar el nudo que se había formado en mi garganta. Cada palabra que el médico pronunciaba parecía tener un peso que me oprimía el pecho. Me sostuve en el marco de la puerta para evitar desplomarme.

—¿Dónde está mi madre? —pregunté, mi voz temblorosa, luchando por mantener la calma—. ¿Por qué está vacía la habitación?

El médico respiró profundamente, su rostro mostrando una compasión que me hizo temer lo peor. La tristeza en sus ojos era casi palpable, y sentí que el mundo se tambaleaba bajo mis pies.

—Lo siento mucho —dijo, su voz llena de una pena profunda—. Tú madre ha fallecido. Ha ocurrido hace unas horas.

El golpe de sus palabras fue como un impacto directo. El tiempo pareció detenerse y el sonido de mi propia respiración se volvió ensordecedor. Me tambaleé, incapaz de comprender lo que acababa de escuchar. La realidad que había estado evitando, que había intentado mantener a raya, se desmoronó de golpe. Sentí cómo las lágrimas comenzaban a nublar mi visión, y el dolor en mi pecho era casi físico.

—¿Cómo...? —pregunté, tratando de encontrar alguna explicación que pudiera ofrecerme un consuelo, aunque fuera mínimo. Mi mente era un caos, tratando de entender cómo podía ser posible que todo hubiera cambiado tan repentinamente.

El médico me miró con una tristeza profunda, y su mirada era la de alguien que había presenciado demasiado sufrimiento. No había palabras mágicas que pudieran aliviar el dolor que sentía en ese momento, y su expresión me lo confirmaba. La realidad de que mi madre ya no estaba allí era un peso abrumador que se asentaba sobre mis hombros.

—Lo siento mucho, Ana —dijo—. Sabíamos que su condición era grave, pero la rapidez con la que ocurrió esto es algo que ninguno de nosotros esperaba.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y mi cuerpo se sacudía con la intensidad del dolor. Me senté en una silla cercana, sintiendo que las fuerzas me abandonaban. El dolor era tan profundo que parecía consumir todo lo que había en mí. La alegría y el entusiasmo que había sentido esa mañana se habían desvanecido, reemplazados por un vacío abrumador.

No podía dejar de pensar en todos los momentos que ya no tendría con mi madre, en las conversaciones y risas que nunca compartiría. El pesar me envolvía y cada pensamiento era un recordatorio de lo que había perdido. El dolor en mi pecho era una carga que sentía casi físicamente, una sensación de pérdida tan inmensa que no podía describir con palabras.

El médico se mantuvo a mi lado, ofreciéndome su apoyo silencioso. Sus palabras eran un consuelo incompleto en medio del torbellino de mis emociones. Todo lo que podía hacer era sentarme allí, intentando procesar la magnitud de lo que acababa de suceder. La tristeza y el dolor eran tan intensos que me resultaba difícil respirar, y cada segundo parecía un recordatorio constante de mi pérdida.

La habitación, que había estado llena de esperanza y emoción, ahora se sentía fría y desolada. El espacio vacío me recordaba constantemente la ausencia de mi madre y la realidad de que ya no podría compartir con ella ni los momentos buenos ni los malos. El mundo exterior parecía tan lejano y ajeno, y me sentí como si estuviera atrapada en un mar de tristeza y confusión.

El dolor seguía presionando en mi pecho como una losa implacable, y el vacío en la habitación parecía intensificar mi desesperación. Las lágrimas seguían rodando por mis mejillas, mezclándose con el dolor que sentía. Todo lo que había planeado, la alegría que había traído conmigo al hospital, se había desvanecido en un instante cruel. Sentía una furia creciente, una necesidad de entender por qué el mundo se había vuelto tan injusto.

—No puede ser —exclamé, levantándome de la silla con un estallido de frustración—. Me dijeron que todo estaba bien. Que mi madre se estaba recuperando. ¿Por qué no me dijeron la verdad?

Mi voz se quebró con la intensidad de mis emociones, y el médico, que había estado esperando en un rincón de la habitación, se volvió hacia mí con una expresión de compasión. La seriedad de su rostro parecía más un recordatorio de mi dolor que un consuelo.

—¿Cómo pudieron decirme que todo estaba bien? —insistí, mi voz cargada de ira y desolación—. Me hicieron creer que mi madre estaba mejorando. ¿Por qué no me dijeron la verdad?

El médico se inclinó hacia mí, sus ojos reflejando un dolor y una tristeza que no podía ocultar. Su tono era suave, pero cargado de una pena que se sentía palpable.

—Tu madre nos pidió específicamente que no te dijéramos nada —explicó, su voz llena de pesar—. Ella decidió que no quería que supieras la verdad sobre su condición. A la única persona a la que le dijo cómo se sentía fue a una chica morena que vino a visitarla.

Las palabras del médico fueron como un golpe seco, un impacto que me dejó completamente bloqueada. La mención de la "chica morena" me sorprendió, y mi mente trató de procesar quién podría ser. El mundo alrededor de mí se desdibujó mientras pensaba en esa visitante. Mis pensamientos rápidamente volvieron a Jana. La descripción coincidía con ella, y el impacto de esa revelación fue como una bofetada en la cara.

—¿Chicas morena?—murmuré, mis pensamientos corriendo a mil por hora—. ¿Ella estuvo aquí?

El médico asintió, su mirada comprensiva.

—Sí —confirmó—. Lo siento mucho, Ana. La decisión de su madre fue difícil de aceptar para todos, pero tratamos de respetar sus deseos.

Mis piernas se sintieron débiles bajo el peso de la información. Sentí un torbellino de emociones y pensamientos encontrándose en mi mente, la confusión y la ira se mezclaban con el dolor. Me sentí traicionada, no solo por la enfermedad que se había llevado a mi madre, sino también por el hecho de que Jana había estado al tanto de la verdad y yo no.

Mientras el médico se retiraba para darme tiempo para procesar, me quedé sola en la habitación. Las lágrimas seguían cayendo sin cesar, y el dolor era una presencia constante, un recordatorio cruel de todo lo que había perdido. La revelación de que Jana sabía lo que estaba ocurriendo con mi madre y que yo había sido mantenida en la oscuridad fue una herida adicional, una traición que no sabía cómo enfrentar.

Intenté respirar profundamente, buscando algún tipo de consuelo en medio del caos emocional. La realidad de la pérdida se sentía abrumadora, y el hecho de que Jana había estado al tanto de la gravedad de la situación solo intensificaba mi angustia. La combinación de tristeza, ira y confusión era casi insoportable, y sentía que estaba al borde del colapso.
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Ups😔

Aviso que como vea la palabra psicólogo en los comentarios me enfado😡

𝐍𝐎𝐓 𝐄𝐍𝐎𝐔𝐆𝐇-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora