Capitulo 5

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Entre Líneas y Paredes
Mackenzie

El día siguiente me encontró en la misma rutina, rodeada de planos y llamadas constantes con proveedores y constructores. El proyecto avanzaba, pero cada vez que Frederick Montgomery cruzaba mi mente —y lo hacía más de lo que estaba dispuesta a admitir—, sentía que algo más avanzaba también. Algo incómodo. Inexplicable. Tal vez incluso innecesario.

La noche anterior, en ese ascensor, Frederick había dejado entrever algo diferente. No estaba segura de qué era, pero ese hombre impenetrable y frío había mostrado una grieta. Una sombra de vulnerabilidad que parecía colarse a través de sus paredes. Una parte de mí quería ignorarlo. A fin de cuentas, no era mi problema. Yo estaba aquí para diseñar edificios, no para analizar la vida emocional de mi jefe. Pero otra parte, una más curiosa, sentía la necesidad de entender más. ¿Por qué me afectaba tanto?

Sacudí la cabeza mientras me concentraba en la estructura principal del proyecto, intentando distraerme de mis pensamientos. Era un edificio audaz, con líneas modernas que transmitían una sensación de poder y elegancia. Cada detalle había sido meticulosamente pensado, y Frederick había aprobado el diseño inicial con pocas correcciones, lo cual era inusual según lo que había escuchado de otros arquitectos que habían trabajado para él. La mayoría de ellos hablaban de largas sesiones de revisión en las que nada parecía ser lo suficientemente bueno para él.

"Quizás sea un paso hacia la confianza," pensé, mientras trazaba una línea en el plano. Pero incluso mientras me esforzaba en concentrarme, la imagen de su rostro, más relajado que nunca, volvía a mi mente.

Las horas pasaron rápidamente, y el sol ya empezaba a caer cuando me di cuenta de que había estado trabajando sin descanso. Necesitaba un respiro, aunque fuera breve. Me levanté de mi escritorio y decidí caminar hasta la cafetería. Tal vez un café cargado me despejaría la mente.

A medida que bajaba por el pasillo, noté que la oficina estaba más silenciosa de lo habitual. Muchas personas ya habían salido, y la energía de la tarde daba paso al cansancio típico del final del día. Justo cuando doblé la esquina para entrar a la cafetería, me encontré con Frederick de nuevo, como si el destino estuviera jugando conmigo.

Él estaba ahí, sentado en una mesa al fondo, con un montón de papeles frente a él y una expresión que, por una vez, parecía distraída. No me vio entrar, y me quedé inmóvil por un momento, observándolo. Era extraño ver a alguien tan acostumbrado al control absoluto parecer vulnerable, incluso por un breve instante. ¿Qué estaba pensando? ¿Acaso él también lidiaba con alguna distracción?

—Taylor —dijo de repente, sin apartar la vista de los papeles.

Me sobresalté. ¿Cómo diablos sabía que estaba ahí? Me acerqué a su mesa, intentando recuperar mi compostura.

—Montgomery —respondí, con la misma formalidad que él siempre usaba conmigo.

Me senté frente a él antes de que pudiera invitarme, aunque dudaba que lo fuera a hacer. Él levantó la mirada de los papeles y me miró con esa expresión inescrutable que me irritaba y me intrigaba al mismo tiempo.

—¿Te encuentras a menudo trabajando tan tarde? —preguntó sin preámbulos.

Lo miré, evaluando si su pregunta era una crítica o una simple observación.

—Cuando es necesario —dije, encogiéndome de hombros—. Este proyecto requiere dedicación. Pero podría preguntarte lo mismo. Pareces ser un habitual de las noches largas.

Frederick sonrió, pero fue más un gesto de reconocimiento que de alegría genuina.

—Montgomery Enterprises nunca duerme —contestó—. Y, si no duermo yo, tampoco lo hará la empresa.

Había algo en su tono que me hizo pensar en lo que debía ser su vida. Era evidente que llevaba una carga pesada. Lo sabía por la manera en que hablaba de la empresa, como si todo su ser estuviera atado a su éxito y a cada movimiento que hacía. Pero, ¿quién era Frederick Montgomery fuera de esos papeles, fuera de esa oficina?

Decidí arriesgarme. Tal vez me arrepentiría, pero no podía evitar sentir curiosidad.

—No siempre puedes tener el control de todo, ¿no? —pregunté, sin apartar los ojos de él.

Sus ojos se oscurecieron por un momento, como si hubiera tocado una fibra sensible. Había esperado que me ignorara o que me diera alguna respuesta vaga, pero, para mi sorpresa, Frederick se recostó ligeramente en su silla y dejó escapar un suspiro casi imperceptible.

—No, no puedo —dijo en voz baja—. Pero eso no significa que deje de intentarlo.

Su sinceridad me tomó por sorpresa. No esperaba que él fuera a compartir algo tan personal. En cierto modo, era la primera vez que Frederick Montgomery hablaba conmigo de una forma que no estaba teñida de profesionalismo frío. Era como si, por un segundo, estuviera siendo... humano.

—Y tú —continuó, con un tono más serio—. Pareces querer controlar cada aspecto de este proyecto. Lo noto en tus planos, en tus correcciones. Pero, ¿te has detenido a pensar en lo que sucede cuando algo no sale según lo planeado?

Su pregunta me desarmó. Claro, sabía que en cualquier proyecto arquitectónico siempre había variables que se salían de control, pero me gustaba creer que podía manejar todo, que mi habilidad era suficiente para superar cualquier obstáculo. Pero ahí estaba él, cuestionándome, retándome, y, de alguna manera, tocando una verdad que yo había evitado enfrentar: no siempre tenía el control.

—Tal vez sea porque no me gusta dejar espacio para el fracaso —admití, sin perder su mirada.

Él asintió, como si entendiera perfectamente ese sentimiento.

—El fracaso no es una opción para ninguno de los dos, ¿verdad? —preguntó, aunque la respuesta era evidente.

Nos quedamos en silencio por un momento, compartiendo una verdad que ambos parecíamos conocer demasiado bien. Éramos perfeccionistas, impulsados por la misma necesidad de éxito, pero quizás por razones diferentes. Mientras que yo buscaba reconocimiento y satisfacción personal, Frederick parecía estar huyendo de algo, tal vez de su propia vulnerabilidad, de sus errores, de sus sacrificios.

—Me pregunto si eso es lo que nos hace tan buenos en lo que hacemos —murmuré, más para mí misma que para él.

—O tal vez es lo que nos destruye —dijo Frederick, su voz apenas un susurro, como si esa idea lo persiguiera desde hace tiempo.

Nos miramos un momento más antes de que él volviera a enfocarse en los papeles frente a él. Yo, por mi parte, sentí una mezcla de inquietud y fascinación. Frederick Montgomery no era el hombre que yo creía conocer. Y, por alguna razón, ese descubrimiento me dejaba más preguntas que respuestas. ¿Quién era realmente este hombre?

Sabía que descubrirlo podía ser un camino peligroso, pero algo dentro de mí me decía que, de alguna manera, ya estaba comprometida a seguir ese camino, aunque no supiera exactamente adónde me llevaría.
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