Un Nuevo Compromiso
FrederickLos días pasaron más rápido de lo que esperaba. El trabajo seguía exigiendo su cuota habitual de mi tiempo y energía, pero algo había cambiado en mi rutina. Algo pequeño, pero profundo. Empecé a darme cuenta de que, por más ocupado que estuviera, había algo que estaba dejando de lado desde hacía mucho tiempo: a mis hijos. Ver cómo Mackenzie había capturado su atención de una manera tan natural me hizo replantearme muchas cosas.
Al principio, no estaba seguro de cómo hacerlo. Había pasado tanto tiempo sumergido en mi trabajo, en la empresa, en mis responsabilidades como el líder de un imperio, que me había olvidado de lo que significaba ser padre más allá de proveer para ellos. Me costaba recordar la última vez que simplemente había pasado tiempo con James, William y Emily, sin preocuparme por el reloj o por la agenda del día siguiente.
Un sábado por la mañana, tomé una decisión. Cerré el portátil, dejé el teléfono en el despacho y fui a buscarlos. La casa estaba en silencio, lo cual era raro, pero supuse que estaban ocupados en sus respectivas actividades. Los encontré en el salón. James estaba jugando con sus bloques de construcción, William hojeaba uno de sus libros de ingeniería, y Emily estaba sentada en el sofá con su peluche. Todos parecían absorbidos por lo que hacían.
—¿Qué tal si hacemos algo juntos hoy? —pregunté, rompiendo el silencio de la habitación.
James levantó la vista, sorprendido, y una sonrisa rápida iluminó su rostro. William me observó con esa mirada crítica que había heredado de mí, tratando de entender si hablaba en serio. Emily, siempre más receptiva, soltó una pequeña risa y extendió los brazos hacia mí.
—¿Cómo qué? —preguntó James, expectante.
—Podemos salir a dar una vuelta, ir a algún parque o hacer algo diferente. Lo que quieran.
La respuesta no fue inmediata, pero pude ver cómo las mentes de mis hijos procesaban la idea. No era algo común para ellos, pasar tiempo conmigo fuera del entorno estructurado de la casa o la rutina nocturna. Finalmente, James saltó de su asiento, emocionado.
—¡Quiero ir al parque! —dijo—. Hay uno que tiene una parte donde puedes trepar, y es como una gran torre.
Miré a William, esperando su respuesta. Sabía que él prefería actividades más tranquilas, más intelectuales, pero también era consciente de que le vendría bien un cambio de ritmo. Con una pequeña inclinación de cabeza, aceptó.
—Está bien, pero no quiero quedarme mucho tiempo —dijo, siempre razonable.
Emily, por su parte, no necesitaba más convencimiento. Asentía con entusiasmo, aunque no estaba del todo segura de qué era lo que estábamos haciendo.
No tardamos mucho en prepararnos y salir. El trayecto al parque fue breve, pero para mí, lleno de silencios y reflexiones. Mientras conducía, escuchaba cómo James y William discutían sobre el mejor modo de escalar la estructura que mencionaban, mientras Emily jugaba con sus manos. Sus voces, normalmente una parte del ruido de fondo en mi vida, ahora se sentían más claras, más presentes.
Al llegar al parque, James y William salieron disparados hacia la zona de juegos. Emily, con pasos pequeños y torpes, intentaba seguirles, pero su diminuta figura no lograba mantener el ritmo. Me incliné y la levanté, llevándola conmigo mientras nos acercábamos al lugar donde sus hermanos ya exploraban con entusiasmo la gran estructura para trepar.
—¡Mira, papá! —gritó James desde lo alto de la torre—. ¡Puedo llegar hasta aquí sin ayuda!
Sonreí, impresionado por su agilidad. Desde abajo, William lo observaba, esperando su turno, aunque con su usual cautela. Me senté en un banco cercano, colocando a Emily en mis piernas, mientras observaba a mis hijos interactuar en su propio mundo.
Los minutos se convirtieron en horas, y por primera vez en mucho tiempo, no me sentía apresurado, no estaba pensando en el próximo correo o la reunión que tenía pendiente. Me permití disfrutar del momento, de la simplicidad de estar ahí, solo siendo su padre. Emily se acurrucaba en mi pecho, mientras yo seguía el juego de sus hermanos con una mezcla de orgullo y nostalgia.
—Papá —dijo William después de un rato, acercándose a mí—. James dice que quiere construir una torre como esta cuando sea mayor. Pero no tiene sentido, ¿cómo va a hacer algo tan grande?
Su tono era crítico, casi burlón, pero pude ver el brillo de curiosidad en sus ojos. William siempre había sido más lógico, más pragmático, pero debajo de esa fachada, sabía que también tenía sueños, aunque no los expresara con tanta libertad como su hermano.
—Bueno, todo empieza con una idea —le respondí, usando las mismas palabras que Mackenzie había empleado—. Lo más importante es que crea que puede hacerlo. Con trabajo, puede lograrlo, igual que tú puedes construir cualquier cosa que imagines.
William pareció considerar mis palabras por un momento, antes de asentir lentamente. No respondió, pero su expresión cambió ligeramente, como si estuviera dispuesto a aceptar la posibilidad de que, tal vez, su hermano tenía razón. Me recordó a mí mismo, cuando era niño: siempre buscando respuestas lógicas, pero secretamente esperando que los sueños pudieran hacerse realidad.
El resto de la tarde pasó de manera similar. James siguió explorando el parque, corriendo de un lado a otro, mientras William se dedicaba a observar y a analizar, ocasionalmente participando en los juegos cuando algo despertaba su interés. Emily, contenta de estar en mis brazos, no pedía más que mi atención y, ocasionalmente, alguna palabra de consuelo.
Al caer la tarde, volvimos a casa, cansados pero satisfechos. En el camino, James habló sin parar sobre lo que quería hacer en el futuro: construir rascacielos, puentes, torres que llegaran hasta las nubes. William, más callado, escuchaba con atención, aunque no podía evitar corregir a su hermano cuando decía algo que no tenía sentido lógico.
—Eso es imposible, James —dijo en un momento, sin malicia—. Nadie puede construir algo que llegue hasta las nubes.
—¡Pero yo puedo! —respondió James, con el entusiasmo inquebrantable de un niño que aún no conoce los límites del mundo.
Sonreí ante su intercambio. Aunque eran diferentes en muchos aspectos, los dos compartían una pasión por la creación y la construcción que no había notado hasta ahora. Me pregunté si, de alguna manera, Mackenzie había despertado ese interés en ellos, con su manera de explicar las cosas y su enfoque creativo.
Al llegar a casa, los niños subieron rápidamente a sus habitaciones, exhaustos pero felices. Después de asegurarme de que Emily estuviera cómoda en su cuna, me dirigí al despacho, donde el teléfono y la computadora me esperaban. Por un momento, estuve tentado de revisar los correos acumulados, de volver a la rutina que conocía tan bien. Pero algo me detuvo.
Me quedé en la puerta, observando el escritorio impecable, las pantallas en espera, y sentí una extraña sensación de distancia. Como si ese lugar, que siempre había sido mi refugio, ya no fuera tan importante como lo había sido antes. Decidí cerrar la puerta sin encender nada. Mañana podría esperar.
Esa noche, mientras me acostaba, no podía evitar pensar en cómo pequeños momentos como el de hoy podían hacer una gran diferencia. No había hecho nada extraordinario, pero el simple hecho de estar presente para mis hijos, de escuchar sus sueños y preguntas, me había permitido ver un lado de ellos que rara vez tenía la oportunidad de conocer.
Había pasado tanto tiempo enfocado en mi empresa, en mis logros, en mantener la distancia emocional que creía necesaria para protegernos del dolor de la pérdida de Rebecca, que había olvidado lo que significaba simplemente estar allí. Ahora, con cada día que pasaba, me daba cuenta de que ser su padre no era solo proveerles una vida cómoda y segura. Era estar presente, escucharles, y sobre todo, darles la libertad de soñar.
Y aunque aún me costaba aceptar la idea de que Mackenzie había jugado un papel importante en despertar esa curiosidad en ellos, no podía negar su impacto. De alguna manera, esa mujer había logrado lo que yo no había podido durante años: abrir una puerta hacia sus corazones y mentes, y ahora me encontraba en la extraña pero bienvenida tarea de seguir ese mismo camino.
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Building dreams
Teen FictionFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...