Capitulo 21

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La Sorpresa en Casa
Frederick

La casa estaba más tranquila de lo usual cuando llegué. Después de una noche llena de emociones y de decisiones impulsivas, la calma del hogar era casi extraña. A pesar de lo que había sucedido con Mackenzie, había algo en el ambiente que me hacía sentir un poco de paz, aunque sabía que esa paz no duraría mucho. Sabía que los niños volverían en cualquier momento, y con ellos, la realidad.

Estaba perdido en esos pensamientos cuando oí la puerta principal abrirse de golpe, acompañada por el sonido familiar de risitas y pasos pequeños corriendo por el pasillo. Mi corazón dio un vuelco, y por un momento, olvidé todo lo que había sucedido la noche anterior. Era el sonido de mis hijos, los únicos que lograban que todo lo demás en mi vida quedara en segundo plano.

—¡Papá! —La voz de William, mi hijo mayor, resonó primero. Siempre era el líder, siempre el primero en correr hacia mí con su energía inagotable.

—¡Papá, papá! —James, mi hijo de cinco años, no se quedó atrás. Sus pasitos acelerados lo seguían de cerca mientras se acercaban.

Emily, mi pequeña de apenas un año, estaba un poco más lenta, probablemente porque la niñera aún la estaba ayudando a entrar. Pero sabía que no tardaría mucho en unirse a la algarabía.

Respiré hondo y me preparé para el torbellino que era tener a tres niños corriendo por la casa. Siempre me recordaban que, a pesar de mis responsabilidades y la presión del trabajo, mi vida aquí en casa era lo más importante.

—¡Papá, papá! —James llegó corriendo y se lanzó a mis brazos. Lo alcé sin esfuerzo, y él empezó a hablar sobre su día con esa emoción pura que solo los niños tienen—. ¡Jugamos al escondite! ¡Y gané!

—¡Eso es genial, campeón! —Le sonreí, besando su frente mientras lo bajaba.

William ya estaba a mi lado, con esa expresión mezcla de madurez y entusiasmo que tenía desde que había asumido el papel de hermano mayor.

—Papá, tenemos que hacer algo muy importante hoy. —Dijo William con seriedad, cruzándose de brazos como si estuviera a punto de plantearme una estrategia militar.

—¿Sí? ¿Y qué es tan importante? —Pregunté, jugando con su seriedad.

—Tenemos que ver a Mackenzie —respondió sin dudar.

El nombre de Mackenzie me golpeó de inmediato, como una ráfaga inesperada de viento frío. Mis ojos se dirigieron automáticamente hacia las escaleras, donde Mackenzie aún dormía, seguramente usando la camisa que le había prestado anoche.

—Mmm, ¿Mackenzie? —Pregunté, tratando de sonar despreocupado. No había forma de que los niños supieran que ella estaba en la casa... aún.

—¡Sí! —James brincó emocionado—. ¡La vimos el otro día y es la mejor! ¿Podemos verla hoy, papá? ¡Por favor!

Antes de que pudiera responder, escuché un suave sonido de pasos en las escaleras. Mackenzie estaba bajando por segunda vez pero esta vez con mi camiseta, parece que el café no había hecho efecto ya que todavía estaba medio adormilada, con mi camisa puesta, que le quedaba demasiado grande pero de una manera que la hacía verse encantadora. La camisa apenas cubría sus piernas, y el contraste entre su aspecto desaliñado pero increíblemente natural y la sofisticación habitual de la casa me dejó sin palabras.

Los niños, sin embargo, no se quedaron sin palabras. Todo sucedió en un instante.

—¡Mackenzie! —Gritó James, con sus ojos abiertos como platos. William se quedó congelado, pero con una sonrisa enorme creciendo en su rostro. Emily, que apenas había entrado en la sala de estar, se quedó parada, mirándola con sus grandes ojos curiosos.

Mackenzie parpadeó, claramente sorprendida, pero rápidamente se adaptó a la situación. Forzó una sonrisa y se inclinó ligeramente hacia los niños, como si tratara de suavizar la sorpresa de encontrarse en nuestra casa, en mi camisa.

—¡Hola chicos! —Saludó con un tono que intentaba ser despreocupado, aunque podía ver la ligera incomodidad en sus ojos.

James corrió hacia ella, tomándola de la mano con naturalidad, como si verla en la casa fuera lo más normal del mundo.

—¿Por qué llevas la camisa de papá? —Preguntó William, siempre tan directo y observador.

Me congelé. Ese era el tipo de preguntas que ningún padre estaba preparado para responder, especialmente en una situación tan... inesperada. Pero antes de que pudiera inventar una excusa convincente, Mackenzie, con una sorprendente rapidez mental, respondió:

—Bueno, anoche estaba trabajando tarde con su papá, y me quedé aquí porque me sentía muy cansada. Me prestó su camisa para que estuviera más cómoda.

La forma en que lo dijo, tan natural, casi me hizo reír. James la miró con ojos brillantes, completamente convencido.

—¿Trabajaste mucho, Mackenzie? —Preguntó James con esa curiosidad infantil que no tiene límites.

—Sí, mucho —dijo ella, sonriendo—. Tu papá y yo teníamos algunos proyectos importantes que revisar.

William cruzó los brazos, evaluando la situación como si aún no estuviera completamente convencido, pero antes de que pudiera hacer más preguntas, Emily, que hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó los brazos hacia Mackenzie, pidiendo que la cargara.

Mackenzie se agachó y tomó a Emily en sus brazos, algo sorprendida, pero claramente conmovida por el gesto. Emily, siendo la más pequeña, rara vez se sentía cómoda con extraños, pero con Mackenzie parecía haber una conexión instantánea.

—¡Tú eres bonita, Mackenzie! —Dijo Emily con una sonrisa inocente, y la tensión que había en el aire se disipó por completo.

Mackenzie rió suavemente, mirando a la pequeña con ternura.

—Gracias, Emily. Tú también eres muy bonita.

Los niños continuaron rodeando a Mackenzie, haciéndole preguntas sobre su trabajo, su día, y sobre todo lo que se les ocurría. La incomodidad inicial se desvaneció rápidamente, y pronto parecían estar completamente absorbidos por su presencia.

Me quedé de pie, observando la escena con una mezcla de asombro y gratitud. No era solo la capacidad de Mackenzie para adaptarse a la situación lo que me impresionaba, sino cómo mis hijos la aceptaban de inmediato. Ya la amaban. James no paraba de reír con ella, William la observaba con admiración, y Emily no quería soltarla.

Y mientras los veía interactuar, no pude evitar preguntarme si esto era una señal de algo más. Algo más grande, algo que nunca había esperado. Mackenzie se había colado en nuestras vidas de una manera que ninguno de nosotros había anticipado. Y lo que estaba viendo en ese momento me hizo darme cuenta de que, tal vez, esto era solo el comienzo.

El ruido de las risas llenaba la casa, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez estaba bien dejar de controlar todo.

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