Capitulo 19

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Entre Copas y Decisiones Imprudentes
Mackenzie

La sensación de sus labios aún hormigueaba en los míos. No estaba segura de cómo habíamos llegado a este punto, pero el beso entre Frederick y yo había sido tan natural, tan inevitable, que no me sentía ni culpable ni avergonzada. Solo me sentía... viva.

—¿Otra botella? —repetí en tono de broma, como si fuera lo más lógico después de un beso así.

Frederick asintió, su mirada era intensa, pero también juguetona. Era como si ambos estuviéramos de acuerdo en que esa noche no tenía reglas. Y, francamente, después de semanas de tensiones, reuniones interminables, y días sin descanso, no quería reglas. Solo quería disfrutar el momento.

La siguiente botella llegó rápidamente, y con ella, nuestras inhibiciones se diluyeron aún más. Para entonces, ya habíamos dejado de hablar de cosas triviales. El trabajo, las responsabilidades, incluso la cordura, todo eso quedó en segundo plano. Lo único que importaba era el vino, el ambiente íntimo y la palpable química que crecía entre nosotros.

—¿Siempre has sido tan impulsiva? —preguntó Frederick, con una sonrisa traviesa.

Tomé un sorbo de mi copa, sin apartar la vista de él.

—Solo cuando estoy segura de que valdrá la pena.

Lo dije sin pensar demasiado, pero supe que él entendió el mensaje detrás de mis palabras. Su mirada se volvió más intensa, y por un momento pensé que podría besarme de nuevo, aquí mismo, frente a todo el restaurante. La idea no me molestaba en absoluto.

—Eres peligrosa —murmuró, acercándose más a mí.

—Tú tampoco eres tan inofensivo como parece —le respondí, con una sonrisa ladeada.

Las copas siguieron llenándose, y pronto, la conversación se transformó en risas ligeras, miradas furtivas y una creciente tensión entre nosotros. El vino hacía que todo se sintiera borroso, pero a la vez, tan claro. No había espacio para dudas o arrepentimientos. Ambos estábamos en la misma página, aunque ninguno lo dijera en voz alta.

En algún momento, después de lo que debió ser nuestra tercera o cuarta copa de la nueva botella, me incliné hacia él, sintiendo la necesidad de acortar la distancia entre nosotros.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Frederick me miró, y por un segundo, vi un destello de incertidumbre en sus ojos. Pero fue solo eso, un segundo. Luego, su expresión se endureció ligeramente, pero no de una manera fría. Era una decisión.

—Vamos a mi casa —dijo, con una calma sorprendente.

Mis ojos se abrieron un poco más. No esperaba que fuera tan directo, pero tampoco me sorprendió del todo. Después de todo, ¿qué esperaba que sucediera esta noche? Ambos sabíamos que las líneas entre lo profesional y lo personal se habían desdibujado hace rato. Y ahora, estaba claro hacia dónde nos dirigíamos.

—¿A tu casa? —repetí, como si necesitara confirmar lo obvio.

—Sí —respondió, sin titubear—. Y tú vienes conmigo.

Mi corazón dio un pequeño vuelco, pero no de miedo, sino de emoción. El Frederick que conocía, el hombre rígido y controlado, nunca hubiera propuesto algo así. Pero esta noche, las reglas no aplicaban.

Asentí, tal vez más rápido de lo que debería, pero en ese momento, no me importaban las consecuencias. Estaba demasiado atrapada en la electricidad de la situación, en la forma en que sus palabras me habían encendido. Y el vino, claro. Ese maldito vino.

Nos levantamos de la mesa sin decir una palabra más, como si ambos supiéramos que lo mejor era no hablar demasiado y simplemente dejar que las acciones hablaran por nosotros. Frederick pagó la cuenta con una rapidez eficiente, y antes de darme cuenta, estábamos saliendo del restaurante. El aire fresco de la noche golpeó mi rostro, pero no fue suficiente para despejar la niebla en mi cabeza. Seguía sintiendo esa mezcla de deseo, de curiosidad y de imprudencia latente.

Cuando llegamos al coche de Frederick, apenas podía pensar con claridad. Todo lo que sabía era que iba a su casa. Su casa. La residencia de un hombre que, hasta hacía unas horas, solo veía como mi jefe. ¿Y ahora? Ahora, la situación era completamente diferente.

El trayecto fue rápido, o al menos eso me pareció. No podía recordar el camino que tomamos, solo la sensación de su mirada de reojo mientras conducía. Ni siquiera intentamos hablar, porque sabíamos que ya no era necesario. El destino estaba claro.

Cuando llegamos, el enorme portón de su casa se abrió ante nosotros, y sentí una pequeña punzada de nervios. ¿Los niños? ¿Dónde estaban? Pero el pensamiento fue fugaz, perdido entre el eco del vino y el deseo.

Frederick apagó el motor y se volvió hacia mí, su mirada firme.

—Están con la niñera —dijo, como si hubiera leído mis pensamientos—. No estarán en casa esta noche.

Un suspiro de alivio y anticipación salió de mis labios antes de poder detenerlo. De alguna manera, todo se sentía surrealista. Frederick, el hombre más controlado que conocía, me estaba llevando a su casa sin más que una botella de vino entre nosotros y una atracción que ya no podía ignorar.

Entramos en la casa en silencio, pero la tensión entre nosotros era palpable. La puerta se cerró detrás de mí, y el sonido reverberó en el amplio hall de entrada. La casa era tan majestuosa como imaginaba, todo en tonos neutros, líneas modernas y detalles impecables. Pero no me detuve a admirar la arquitectura. Mi atención estaba fija en Frederick, en el hombre que se movía con una confianza tranquila, guiándome a través del espacio como si supiera exactamente lo que iba a suceder.

Llegamos a una sala de estar, un lugar cálido con una chimenea encendida. Me detuve por un segundo, sintiendo que la realidad me golpeaba con fuerza. Esto estaba sucediendo. Estaba en la casa de Frederick, con él, a solas, y ambos sabíamos qué significaba eso.

Antes de que pudiera procesarlo por completo, sentí su mano en la mía, suave pero firme, tirando de mí hacia él. Nuestras miradas se encontraron, y vi en sus ojos la misma mezcla de deseo e incertidumbre que sentía. Pero no hubo más palabras, porque en ese momento, las palabras eran innecesarias.

Nos besamos de nuevo, y esta vez no hubo vacilaciones ni dudas. Fue más profundo, más intenso, como si ambos supiéramos que este era el punto de no retorno. Frederick me guió hacia el sofá, y nos dejamos caer juntos, sin romper el contacto. Frederick me quito el vestido y yo le quite la camisa, no podía parar era algo adictivo. Pero sabía que estaba mal, pero no me importaba. El fuego crepitaba en el fondo, pero todo lo que podía sentir era el calor de su cuerpo, el sabor de su boca, y la embriagante sensación de estar haciendo algo completamente imprudente, pero irresistible.

Sin pensarlo dos veces, Frederick me rompió las bragas y se quitó el bóxer rápidamente introduciendo su gran miembro, cada estocada era más fuerte que la otra.

Apenas llegue al orgasmo el me siguió, me recosté en su pecho y recién en ese momento pensé en el condón, pero ya era demasiado tarde. 

El mundo exterior se desvaneció por completo. La oficina, los niños, incluso la lógica, todo quedó en segundo plano. Lo único que importaba era ese momento, ese espacio compartido entre nosotros dos.

Las copas de vino habían desaparecido, pero el efecto aún seguía ahí.

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