Nuevos Horizontes
MackenzieHabía algo diferente en la oficina cuando llegué esa mañana. No era el bullicio habitual de los empleados ocupados, ni los proyectos apilados sobre mi escritorio que esperaban ser revisados. Era más como una tensión en el aire, una que podía sentir, pero no identificar del todo. Respiré hondo antes de salir del ascensor, preparándome mentalmente para lo que el día me traería. Desde que empecé a trabajar aquí, cada día parecía estar cargado de sorpresas, y la mayoría de ellas, recientemente, estaban relacionadas con Frederick.
Desde nuestro último encuentro en la oficina con los niños, me había quedado pensando en lo diferentes que eran cuando estaban cerca de él. Para alguien tan frío y controlado como Frederick, era extraño ver cuánto se suavizaba cuando sus hijos estaban presentes. Había algo tierno en la manera en que los miraba, aunque tratara de disimularlo. Y había visto la misma expresión en sus ojos cuando ellos me miraban a mí.
Mientras caminaba hacia mi oficina, escuché la risa de unos niños. Me detuve por un momento y sonreí. No podía evitar preguntarme si Frederick había traído a los niños de nuevo. Era probable, considerando cómo se habían comportado la última vez. James, William y Emily... esos tres habían dejado una impresión en mí, algo que no esperaba.
Abrí la puerta de mi oficina y, efectivamente, ahí estaban, sentados en mi escritorio, con una expresión traviesa que me hizo reír.
—¡Mackenzie! —gritó James, levantándose de un salto—. ¡Mira lo que hicimos!
En su mano, sostenía un dibujo que, para ser honesta, no tenía mucha forma. Pero su entusiasmo era contagioso.
—¡Es un rascacielos! —anunció orgulloso, señalando las torres desiguales que había dibujado—. ¿No es genial?
Sonreí, inclinándome para observar su obra de arte más de cerca.
—Es impresionante, James —dije sinceramente—. Estoy segura de que será el edificio más alto del mundo cuando lo construyas.
James se iluminó aún más con mis palabras. William, que estaba sentado a su lado, parecía más interesado en el libro de arquitectura que le había dejado la última vez. Era un niño tranquilo, reflexivo, y podía ver cómo absorbía todo lo que leía, analizando cada detalle con una intensidad poco común para su edad.
—William, ¿te ha gustado el libro que te di? —le pregunté, sabiendo que probablemente ya lo había terminado.
Él asintió, levantando la vista.
—Sí. Me gustó la parte sobre los puentes. Quiero saber cómo hacer uno de esos —respondió, con su típica seriedad.
—Bueno, tal vez puedas enseñarme cuando construyas el tuyo —respondí, guiñándole un ojo.
Emily, la más pequeña, estaba sentada en mi silla, jugando con unos lápices de colores. Apenas hablaba, pero tenía una forma de mirar que me hacía sentir como si estuviera evaluando todo a su alrededor, incluso a mí. Su pequeño mundo de juguetes y risas era una mezcla encantadora de inocencia y curiosidad.
—Parece que tenemos futuros arquitectos en la familia —dije, acomodándome en el borde del escritorio mientras los miraba.
Fue en ese momento cuando la puerta de mi oficina se abrió de golpe. Ahí estaba Frederick, alto y elegante, con esa expresión estoica que siempre llevaba consigo, aunque ahora había algo diferente en sus ojos. Me miró brevemente antes de centrar su atención en los niños, que se habían quedado callados al notar su presencia.
—Niños —dijo, en un tono que intentaba ser autoritario, pero que tenía un matiz de exasperación—. Les dije que no debían molestar a Mackenzie mientras trabajaba.
—No es ninguna molestia —me apresuré a decir antes de que los niños pudieran responder—. De hecho, creo que han hecho un buen trabajo entreteniéndose mientras tanto.
Frederick me miró por un momento, como si estuviera evaluando si mis palabras eran sinceras. Luego, dirigió su atención a James, que sostenía su dibujo del rascacielos con orgullo.
—Papá, mira lo que hice —dijo James, mostrándole su obra maestra—. Mackenzie dijo que es genial.
Por un segundo, vi cómo Frederick relajaba su postura. A pesar de su expresión neutral, podía ver que se esforzaba por equilibrar su rigidez con la ternura que sus hijos despertaban en él. Se acercó al dibujo, lo observó con detenimiento y luego asintió lentamente.
—Es... interesante —respondió finalmente, en su típica forma reservada.
James parecía satisfecho con esa respuesta, y Emily soltó una pequeña risita desde la silla. El ambiente en la oficina era inusualmente cálido, y mientras Frederick estaba ahí con nosotros, no pude evitar sentir que algo había cambiado en él desde la última vez que lo había visto interactuar con los niños.
—Deberíamos dejar que Mackenzie trabaje —dijo Frederick, mirando a sus hijos—. Vamos.
—¿Podemos volver a verla después? —preguntó James, con esa energía inagotable que solo un niño podía tener.
Frederick me miró brevemente, como si estuviera buscando mi aprobación. No pude evitar sonreír.
—Cuando termine de trabajar, pueden venir a ver qué hemos hecho aquí —dije, lanzando una mirada cómplice a James y William.
Con esa promesa, los niños salieron de la oficina, aunque no sin algunas protestas por parte de James, que parecía querer quedarse todo el día. Frederick los siguió, pero antes de cruzar la puerta, se detuvo y giró hacia mí.
—Gracias por ser tan paciente con ellos —dijo, en un tono que, aunque distante, contenía una sinceridad que no esperaba.
—No hay de qué —respondí, sonriendo—. Me recuerdan lo que realmente importa en la vida.
Frederick no dijo nada más. Asintió una vez, y luego se fue, cerrando la puerta detrás de él. Me quedé un momento en silencio, reflexionando sobre lo que acababa de ocurrir. Había algo en Frederick que no podía terminar de entender. Era un hombre de contrastes: frío y distante, pero al mismo tiempo, había momentos en los que podía percibir una calidez escondida, una vulnerabilidad que solo parecía mostrarse cuando estaba con sus hijos.
De alguna manera, ellos eran su punto débil, pero también su fuerza. Y aunque yo no tenía la intención de involucrarme en su vida personal más allá del ámbito laboral, no podía negar que ver esa faceta de él, una tan opuesta a la imagen que proyectaba en el trabajo, me hacía querer saber más.
Suspiré, volviendo a mi escritorio. Tenía proyectos que revisar, diseños que terminar, y reuniones por delante. Pero, por alguna razón, mi mente seguía vagando hacia Frederick y sus hijos. Hacia lo que significaba ser parte de una familia, algo que siempre había dejado en un segundo plano en mi vida.
Quizás, sin darme cuenta, estos niños estaban empezando a afectar más de lo que había previsto. Y tal vez, solo tal vez, eso no era algo tan malo.
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Building dreams
Teen FictionFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...