La Necesidad del Refugio
MackenzieEl embarazo, que hasta ahora había sido una experiencia más emocional que física, comenzaba a pesarme de una manera que no esperaba. Había pasado por semanas de emoción, miedo y confusión, pero nada me había preparado para el agotamiento, las náuseas constantes y esa sensación de fragilidad que, hasta ese momento, había logrado ignorar. Me consideraba una mujer fuerte, capaz de manejar cualquier cosa, pero aquel día, todo se desmoronaba.
Desperté sintiéndome más cansada de lo normal. Mi cuerpo se sentía pesado, como si llevara el peso del mundo sobre mis hombros. Intenté levantarme de la cama, pero un mareo me golpeó con fuerza, obligándome a sentarme nuevamente. Cerré los ojos y respiré profundamente, esperando que la sensación pasara, pero en lugar de mejorar, solo empeoraba.
Me miré en el espejo del baño, viendo mi reflejo pálido. Mis ojos parecían más oscuros, con sombras que no había notado antes. El brillo natural que normalmente me acompañaba había desaparecido, reemplazado por un cansancio que no podía ocultar. Pasé una mano temblorosa por mi cabello, intentando darle algo de orden, pero todo se sentía inútil.
Sabía que tenía que ir a la oficina, que el proyecto en el que estábamos trabajando necesitaba mi atención, pero la idea de enfrentar otro día agotador me resultaba abrumadora. Por un momento, consideré quedarme en casa, descansar e intentar recuperar algo de energía, pero la parte de mí que siempre se exigía más, que nunca permitía una debilidad, se negó a ceder.
Me vestí con lo que parecía la opción más cómoda, una blusa holgada y unos pantalones de maternidad que apenas empezaban a ser necesarios, pero que me daban algo de alivio. Traté de ocultar las señales de mi malestar con un poco de maquillaje, pero a medida que me preparaba, el mareo y la fatiga no hacían más que intensificarse.
Finalmente, decidí ir a la oficina. No estaba segura de qué esperaba encontrar allí, pero necesitaba estar cerca de Frederick. Aunque nuestra relación seguía siendo complicada y llena de altibajos, había momentos en los que su presencia era lo único que me hacía sentir segura. Y hoy, más que nunca, necesitaba ese consuelo.
El trayecto en auto hacia la oficina fue una lucha constante por mantenerme enfocada. Las calles parecían difusas, y más de una vez tuve que parar en la acera para tomar aire y calmarme. Finalmente, llegué al edificio y subí al ascensor, mi cuerpo pesado como si me arrastrara.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de la oficina de Frederick, sentí un alivio momentáneo, como si al menos hubiera logrado llegar a un lugar seguro. Caminé hacia su despacho, ignorando las miradas preocupadas de los empleados que pasaban a mi lado. No podía lidiar con preguntas o miradas de lástima en ese momento.
Al llegar a su oficina, noté que la puerta estaba entreabierta. Me acerqué y, sin pensar mucho, empujé la puerta con suavidad. Frederick estaba sentado en su escritorio, enfrascado en una conversación con una persona que no reconocí de inmediato. Parecían estar discutiendo algo importante, pero mi mente no lograba concentrarse en nada más que en la necesidad urgente de estar cerca de él.
Sin decir una palabra, caminé hacia él, notando la sorpresa en su rostro cuando me vio entrar sin previo aviso. La persona con la que hablaba se quedó en silencio, mirándome con curiosidad, pero en ese momento no me importaba en lo más mínimo.
Llegué hasta él y, sin dudarlo, me dejé caer en su regazo. Frederick se tensó al principio, probablemente sorprendido por mi acción inesperada, pero no dijo nada. Me acomodé, dejando que mi cuerpo se relajara contra el suyo, y apoyé mi cabeza en la unión de su cuello y su hombro, buscando el refugio que tanto necesitaba.
Sentí su respiración detenerse por un instante antes de que soltara un suspiro largo. Su brazo rodeó mi cintura de manera protectora, mientras el otro descansaba sobre mi espalda, acariciándola suavemente.
—Mackenzie... —susurró, su voz baja y preocupada.
—Lo siento —respondí en un susurro, sintiendo las lágrimas acumulándose detrás de mis ojos—. Solo... no me siento bien.
Frederick no dijo nada por un momento. Pude sentir el calor de su cuerpo a través de la tela de su camisa, su respiración profunda contra mi oído. Mi propia respiración, entrecortada y temblorosa, empezó a calmarse poco a poco mientras me aferraba a él.
La persona que estaba en la oficina se aclaró la garganta, claramente incómoda por la situación. Me di cuenta de que debía ser un colega importante, alguien que venía a discutir negocios serios, pero ahora estaba presenciando algo profundamente personal e inesperado.
—Podemos continuar esta conversación más tarde —dijo Frederick, su tono firme pero educado.
El hombre asintió rápidamente y se levantó de su asiento, recogiendo sus cosas. Frederick lo acompañó hasta la puerta con la mirada, sin soltarme, y una vez que el hombre salió, la cerró con un suave clic.
Cuando volvió a su lugar, me apretó un poco más contra él, como si entendiera cuánto necesitaba ese contacto. Sentí su mano en mi espalda, dibujando círculos lentos y reconfortantes, mientras mis lágrimas finalmente empezaban a caer, mojando la tela de su camisa.
—Lo siento —dije nuevamente, entre sollozos—. No quería interrumpir... solo necesitaba estar contigo.
Frederick negó con la cabeza, sus labios rozando mi cabello.
—No tienes que disculparte, Mackenzie. Estoy aquí para ti. ¿Qué está pasando? ¿Qué necesitas?
Cerré los ojos, dejando que el ritmo constante de su respiración y el suave toque de sus manos me calmaran. No sabía cómo explicarle lo abrumada que me sentía, lo frágil que me había vuelto con el embarazo. No era solo el agotamiento físico; era la sensación de estar perdiendo el control sobre todo lo que me rodeaba.
—Todo es tan difícil ahora —confesé, mi voz temblando—. Siento que estoy perdiendo el control de mi cuerpo, de mis emociones... de todo. Y no sé cómo manejarlo.
Frederick me escuchó en silencio, sus manos nunca dejando de moverse de manera tranquilizadora. No intentó darme soluciones ni decirme que todo estaría bien. Simplemente me dejó hablar, desahogarme, mientras me sostenía con fuerza, como si sus brazos fueran el único lugar seguro en el mundo en ese momento.
—Estás haciendo lo mejor que puedes, Mackenzie —dijo finalmente, su voz baja y firme—. Esto no es fácil, y no tienes que hacerlo sola. Estoy aquí contigo, en cada paso. No voy a dejar que te enfrentes a esto sola.
Sus palabras me llenaron de un calor que no esperaba. Durante semanas había estado luchando con mis propios miedos y dudas, intentando ser fuerte por el bien del bebé, por mi carrera, por nuestra complicada relación. Pero en ese momento, al escuchar su promesa, sentí que tal vez, solo tal vez, podía permitirme ser vulnerable.
—Gracias —susurré, mi voz apenas audible.
Nos quedamos así durante lo que pareció una eternidad, simplemente abrazándonos, compartiendo un momento de paz en medio del caos que era nuestra vida en ese momento. Y por primera vez en semanas, sentí que estaba bien dejarme llevar, que no tenía que ser fuerte todo el tiempo. Al menos, no mientras él estuviera allí para sostenerme.
Después de un tiempo, cuando finalmente sentí que podía enfrentar el mundo de nuevo, me aparté un poco, lo suficiente para mirarlo a los ojos. Frederick me miraba con una mezcla de preocupación y cariño, algo que no mostraba muy a menudo, pero que en ese momento significaba más de lo que podía expresar.
—Prometo que intentaré ser más fuerte —dije, con una sonrisa débil pero sincera—. Pero gracias por ser mi refugio hoy.
Frederick acarició mi mejilla con suavidad, inclinándose para besar mi frente.
—Eres más fuerte de lo que crees, Mackenzie. Y no tienes que hacerlo todo sola. Estoy aquí, y estaré aquí mientras me necesites.
Su promesa resonó en mi corazón, dándome la fuerza que necesitaba para seguir adelante. No sabía qué nos deparaba el futuro, pero en ese momento, mientras me aferraba a él, supe que no estaba sola. Y eso era suficiente para seguir adelante.
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Building dreams
Teen FictionFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...