Capitulo 64

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El Hogar de Nuestros Sueños
Mackenzie

La nueva casa era un lienzo en blanco. Algo en lo profundo de mi ser anhelaba que este nuevo hogar, a diferencia de cualquier otra casa en la que hubiera vivido antes, reflejara quiénes éramos como familia. Aunque la mansión en la que estábamos ya era impresionante y acomodada, no era algo que yo había creado. No había puesto mi toque personal en ella. Y eso, de alguna manera, me incomodaba. Quería algo más, algo que fuera verdaderamente nuestro, algo que creciera con nosotros y donde cada espacio contara una historia, la historia de nuestra vida juntos.

Cuando le mencioné la idea a Frederick, su respuesta fue tan predecible como reconfortante. No había ni un solo destello de duda en sus ojos; sabía lo importante que esto era para mí. Simplemente asintió, me ofreció su tarjeta de crédito y dijo: "Haz lo que creas conveniente, Mackenzie. Confío en ti". Era típico de él: directo, práctico, y siempre dejando claro que confiaba en mi juicio.

Pasé semanas esbozando ideas, buscando inspiración y seleccionando los mejores materiales. Quería que esta casa no solo fuera funcional, sino que cada rincón hablara de amor, de crecimiento y de unión. Empecé por lo básico: el diseño. La estructura debía ser moderna, con líneas limpias, grandes ventanales que dejaran entrar la luz natural y espacios abiertos que invitaran a la convivencia. Pero más allá de la arquitectura, quería que cada habitación tuviera un propósito, un significado.

La Habitación de los Niños

William, James y Emily ya tenían habitaciones que les encantaban, pero para esta nueva casa quería que cada uno tuviera un espacio que reflejara su personalidad, algo que pudiera evolucionar con ellos a medida que crecieran.

Para William, que a sus diez años ya mostraba una mente curiosa e inclinada hacia la tecnología, diseñé una habitación con una pared de pizarra para que pudiera dibujar y escribir todo lo que quisiera, junto a un rincón de lectura y un escritorio amplio. Quería que tuviera un espacio donde pudiera desarrollar sus ideas, donde pudiera dejar volar su imaginación.

La habitación de James, de cinco años, debía ser un lugar donde pudiera desbordar su energía. Pensé en colores vivos, una pared con dibujos de sus superhéroes favoritos y un espacio abierto donde pudiera jugar y correr libremente. Sabía que necesitaba un ambiente estimulante, algo que lo mantuviera entretenido y a la vez lo alentara a explorar.

Y luego estaba la pequeña Emily, la princesa de la casa. Había algo en ella, en su inocencia y dulzura, que me conmovía profundamente. Diseñé su habitación con tonos suaves de rosa y blanco, con una cuna convertida en cama y estantes llenos de cuentos de hadas y peluches. Quería que su espacio fuera un refugio, un lugar donde pudiera sentirse segura y amada.

El Cuarto de April

El diseño del cuarto de April fue uno de los momentos más especiales. Aunque todavía era pequeña, quería que su espacio reflejara el amor y la esperanza que sentíamos por ella desde antes de su nacimiento. Opté por tonos suaves y neutros, combinados con toques de color pastel, y elegí un mobiliario que pudiera adaptarse a medida que creciera. Un móvil colgando sobre la cuna, con figuras de estrellas y lunas, se movía lentamente, proyectando sombras que danzaban por la habitación. Era un espacio tranquilo, sereno, diseñado para que nuestra pequeña April creciera rodeada de calma y amor.

Nuestra Habitación

Por último, estaba nuestra habitación, el lugar que compartiría con Frederick. Quería que fuera un refugio, un lugar donde pudiéramos desconectar del mundo exterior y estar solo nosotros dos. Diseñé un espacio con líneas elegantes y colores cálidos, con una cama grande y cómoda, y un rincón para sentarnos juntos a leer o simplemente a hablar. La terraza privada, que daba a un jardín lleno de flores y árboles, se convertiría en nuestro pequeño rincón de paz, donde podríamos disfrutar de un café por la mañana o un vino al atardecer.

La verdad es que, aunque me encantaba el diseño, la parte más emocionante para mí era la decoración. Era la oportunidad de dar vida a los espacios, de llenarlos con detalles que reflejaran quiénes éramos. Quería que la casa se sintiera acogedora y viva, que cada rincón contara una historia y que cada objeto tuviera un propósito.

Elegir los Detalles

Pasé días recorriendo tiendas de muebles y decoración, buscando los objetos perfectos. Cada cuadro, cada alfombra, cada mueble fue elegido con cuidado. Me encantaba la idea de combinar lo moderno con lo vintage, de mezclar texturas y colores para crear algo único. Quería que cada habitación tuviera un toque de calidez, algo que la hiciera especial.

Frederick, aunque siempre confiaba en mi criterio, se mantenía al margen. Sabía que me encantaba tener el control sobre los detalles, y aunque a veces me daba su opinión, me dejaba hacer lo que quería. Había algo en su manera de hacerlo que me hacía sentir apoyada, que me daba la libertad de crear algo que fuera realmente nuestro.

La Cocina y el Comedor

Uno de los espacios que más me emocionaba era la cocina. Para mí, la cocina es el corazón de cualquier hogar. Diseñé un espacio amplio y luminoso, con una isla central donde pudiéramos preparar las comidas juntos, y una mesa de comedor que invitara a largas conversaciones en familia. Quería que fuera un lugar donde pudiéramos reunirnos todos, donde los niños pudieran hacer sus tareas mientras Frederick y yo cocinábamos, o donde simplemente pudiéramos sentarnos a compartir una comida juntos.

El comedor, justo al lado de la cocina, tenía una gran mesa de madera maciza que compramos juntos en una tienda de antigüedades. Encima, colgaba una lámpara moderna que contrastaba con la calidez de la madera, creando un ambiente acogedor y sofisticado a la vez. Sabía que esa mesa sería testigo de muchos momentos importantes en nuestra vida, desde las cenas familiares hasta las celebraciones de cumpleaños y Navidad.

El Jardín

El jardín era otro espacio importante para mí. Quería que fuera un lugar donde los niños pudieran correr y jugar libremente, donde pudieran disfrutar de la naturaleza y del aire libre. Planeé un pequeño huerto donde pudiéramos plantar nuestras propias verduras, y una zona de juegos con columpios y una casita de madera que Frederick había prometido construir con los niños. Quería que el jardín fuera un lugar lleno de vida, donde pudiéramos pasar tiempo juntos como familia.

Mientras la casa comenzaba a tomar forma, me sentí cada vez más emocionada. Sabía que este sería el lugar donde creceríamos juntos, donde nuestros hijos vivirían sus primeras aventuras y donde Frederick y yo construiríamos nuestra vida juntos. No era solo una casa; era un hogar, nuestro hogar, lleno de amor, risas y recuerdos.

Frederick, aunque no lo decía con palabras, se mostraba orgulloso de lo que estaba creando. Lo veía en su manera de observar cada detalle, en cómo se aseguraba de que todo estuviera perfecto para nuestra familia. Sabía que para él, esta casa representaba un nuevo comienzo, una oportunidad para hacer las cosas bien, para ser el esposo y padre que siempre había querido ser.

Finalmente, cuando todo estuvo listo, nos mudamos. Los niños estaban emocionados, corriendo de un lado a otro, explorando cada rincón de su nuevo hogar. Emily, que nunca se separaba de mí, estaba especialmente fascinada con su habitación, y cuando me llamó "mamá" por primera vez en ese nuevo hogar, supe que habíamos hecho lo correcto.

Estábamos en casa. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo más importante.

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