Satisfaciendo sus Antojos
FrederickHabía algo extrañamente fascinante en observar a Kenzie durante el embarazo. Su energía y, últimamente, sus antojos. Desde que la vi en la oficina, observando atentamente la ecografía de nuestra hija, algo había cambiado. Aunque mi naturaleza siempre había sido controladora y dominante, ella despertaba en mí un deseo diferente, algo protector y cariñoso que pocas veces me permitía mostrar. Y eso me llevaba, entre otras cosas, a tratar de satisfacer todos los caprichos que le surgían.
Esa noche, después de una larga jornada en la oficina, decidí regresar a casa antes de lo habitual. Los niños ya estaban en la cama, y la casa estaba en silencio cuando entré. Me dirigí a nuestro dormitorio y, al abrir la puerta, la encontré recostada en la cama, con una mano sobre su vientre ya prominente, leyendo un libro sobre maternidad.
—¿Qué haces despierta tan tarde? —pregunté mientras me quitaba la chaqueta y la dejaba en el respaldo de una silla cercana.
Kenzie levantó la vista, sonriendo suavemente.
—Estaba esperando que llegaras. —Dejó el libro a un lado y me miró con esos ojos que siempre parecían leer mi alma—. Además, tengo un antojo.
No pude evitar sonreír. Últimamente, esta frase se había vuelto común, y aunque al principio me había parecido una excusa, pronto me di cuenta de que los antojos durante el embarazo eran algo que no debía tomarse a la ligera.
—¿Qué es esta vez? —pregunté, acercándome a ella y sentándome en el borde de la cama.
—Helado de vainilla... con papas fritas. —Sus palabras me tomaron por sorpresa, y no pude evitar fruncir el ceño. Definitivamente, los antojos del embarazo no seguían ninguna lógica.
—¿Helado de vainilla con papas fritas? —repetí, asegurándome de que no estaba bromeando.
Ella asintió, su expresión completamente seria.
—Sí. Lo sé, suena raro, pero es lo que quiero.
Miré el reloj, ya era pasada la medianoche. Normalmente, mi instinto hubiera sido ignorar ese tipo de capricho y decirle que esperara hasta la mañana, pero Kenzie no era cualquiera, y esto no era cualquier situación. Me levanté de la cama, resignado a salir a buscar lo que necesitaba.
—¿A dónde vas? —preguntó, una mezcla de sorpresa y gratitud en su voz.
—Voy a buscar tu helado y tus papas fritas. —Me incliné y la besé suavemente en la frente—. No te preocupes, estaré de vuelta en un momento.
Ella me miró con una mezcla de asombro y ternura.
—No tienes que hacerlo, Frederick. Sé que es tarde.
—Sí, tengo que hacerlo —respondí, sonriendo—. Porque quiero que estés bien, y porque sé que no podrás dormir hasta que tengas lo que quieres.
Me deslicé por la puerta antes de que pudiera decir algo más, y salí de la casa. Mientras conducía por las calles desiertas de la ciudad, una parte de mí no podía evitar cuestionar mis acciones. ¿Qué estaba haciendo? Yo, Frederick, un hombre acostumbrado a tener todo bajo control, conduciendo por la ciudad a medianoche para satisfacer un capricho aparentemente irracional de una mujer, y no cualquiera si no de la mía. Y, sin embargo, no me molestaba en absoluto. De hecho, me sorprendía lo dispuesto que estaba a hacerlo.
Después de unos veinte minutos, logré encontrar una tienda de conveniencia abierta. Compré el helado de vainilla y, con algo de suerte, también unas papas fritas recién hechas en un local de comida rápida cercano. Mientras esperaba el pedido, no pude evitar sonreír. Me imaginé a Kenzie esperando en casa, ansiosa por disfrutar de su extraña combinación culinaria. Esta mujer realmente estaba cambiando mi vida de maneras que nunca había anticipado.
Regresé a casa con la misma determinación con la que había salido, y al entrar en nuestra habitación, la vi sentada en la cama, mirándome con una mezcla de sorpresa y agradecimiento. Le entregué el helado y las papas fritas, y me senté a su lado, observándola mientras se preparaba para disfrutar de su antojo.
—No puedo creer que hayas salido solo por esto —dijo mientras mojaba una papa frita en el helado.
—Tú me haces hacer cosas que jamás habría imaginado, Kenzie —respondí, con una sonrisa.
Ella tomó un bocado y cerró los ojos, suspirando de satisfacción.
—Está perfecto —murmuró, claramente complacida.
La observé mientras comía, sintiendo una extraña satisfacción al verla feliz. Kenzie era una mujer fuerte, decidida, y aún así, había algo en su vulnerabilidad durante el embarazo que me hacía querer protegerla más que nunca. Y aunque no estaba acostumbrado a ser el tipo de hombre que satisface caprichos a medianoche, me daba cuenta de que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para verla sonreír.
—Frederick... —dijo después de un rato, su voz suave y reflexiva.
—¿Sí?
—Gracias. No solo por el helado y las papas fritas, sino por estar aquí, por... entenderme.
Me acerqué a ella, acariciando suavemente su mejilla.
—No hay nada que agradecer. Esto es parte de lo que somos ahora, parte de lo que quiero ser para ti. —Tomé su mano y la llevé a mis labios, besándola suavemente—. Sé que no soy el hombre más cariñoso del mundo, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti, para ambos.
Kenzie sonrió, sus ojos brillando con una emoción que rara vez mostraba.
—Lo sé, Frederick. Y eso es lo que me importa.
Nos quedamos en silencio después de eso, disfrutando de la tranquilidad de la noche, de la sensación de estar juntos, de saber que, aunque nuestra relación no era convencional, estábamos construyendo algo real, algo sólido.
Después de que terminó su pequeño festín, Kenzie se acurrucó a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro. Su respiración se fue volviendo más lenta y profunda, señal de que finalmente se estaba quedando dormida. La observé por un momento, sintiendo una mezcla de emociones que pocas veces experimentaba. Había algo profundamente satisfactorio en saber que podía darle lo que necesitaba, que podía ser su apoyo en estos momentos tan importantes.
Mientras me acomodaba junto a ella, una idea cruzó por mi mente. Tal vez, después de todo, este proceso de aprender a ser un hombre más cariñoso, aunque difícil, no era tan malo. Y si Kenzie, con su tenacidad y su amor, lograba sacar lo mejor de mí, entonces estaba dispuesto a seguir adelante, un paso a la vez, por ella, por nosotros, y por la pequeña vida que pronto se uniría a nuestra familia.
Cerré los ojos, dejando que el cansancio del día me alcanzara, pero no antes de sentir la suave caricia de la mano de Kenzie sobre mi abdomen, un gesto que me hizo sonreír en la oscuridad. Estábamos en esto juntos, y aunque el camino no sería fácil, estaba seguro de que valdría la pena cada paso que diéramos.
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Building dreams
Teen FictionFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...