Capitulo 55

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Bienvenida a Casa
Frederick

Las últimas dos semanas habían sido una prueba de paciencia y resistencia, tanto para mí como para Mackenzie. Cada día, después de llevar a los niños al colegio, nos dirigíamos al hospital para estar con April, sosteniéndola en nuestras manos, aunque fuera por breves momentos, hablando con los médicos, buscando señales de progreso en su pequeña figura frágil. Era increíble lo mucho que podía afectar a una persona un ser tan diminuto. April, con su lucha silenciosa y constante, había cambiado mi mundo de formas que ni siquiera podía empezar a comprender.

Había notado en Mackenzie un agotamiento profundo, no solo físico sino emocional. Ella intentaba mantenerse fuerte, pero cada día la veía luchando contra la desesperación de no poder llevar a nuestra hija a casa. Y a pesar de mi propia preocupación, sabía que debía ser su pilar, mantenerme firme para ambos.

Aquella mañana, al entrar en la unidad de cuidados intensivos neonatales, sentí que algo era diferente. Había una energía en el aire, un susurro de buenas noticias que aún no se había comunicado. Nos acercamos a la incubadora de April, que ahora parecía más grande para su pequeño cuerpo en crecimiento. Ella estaba más alerta, sus ojos comenzaban a fijarse en nosotros con una curiosidad nueva, y su respiración, aunque aún monitoreada de cerca, era más fuerte, más segura.

El doctor entró poco después de nosotros, con una sonrisa que intentaba disimular, pero que no logró ocultar del todo.

—Tengo buenas noticias —dijo, su tono profesional, pero con un toque de alegría—. April ha mostrado una notable mejoría en las últimas 48 horas. Su peso está en un rango saludable, y su desarrollo pulmonar ha avanzado mejor de lo que esperábamos.

Mackenzie me miró con los ojos llenos de esperanza, apretando mi mano mientras esperábamos que el doctor continuara.

—Creo que es hora de llevarla a casa —anunció finalmente, haciendo que una ola de alivio y emoción recorriera todo mi cuerpo.

Mackenzie se llevó una mano a la boca, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero esta vez no eran de tristeza, sino de pura felicidad.

—¿Podemos llevarla a casa hoy? —pregunté, queriendo asegurarme de que no estaba soñando.

El doctor asintió.

—Hoy mismo. Vamos a hacerle algunos controles finales, y si todo va bien, podrá irse con ustedes esta tarde. Es un gran paso, pero confío en que ambos sabrán cuidarla bien en casa.

Mackenzie y yo nos abrazamos con una mezcla de alivio y alegría que no habíamos sentido en semanas. Después de todo el miedo y la incertidumbre, finalmente podíamos llevar a nuestra hija a casa.

Las horas que siguieron fueron un torbellino de preparativos. Mientras los médicos y enfermeras realizaban los últimos controles a April, yo coordinaba con el personal de la casa para asegurarnos de que todo estuviera listo para su llegada. Mackenzie no se separó de April ni por un segundo, acariciando su suave piel y murmurándole palabras de amor.

Finalmente, llegó el momento. Con April envuelta en una manta suave, cuidadosamente colocada en sus brazos, Mackenzie y yo caminamos por los pasillos del hospital, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. Cada paso que dábamos nos acercaba más a nuestro nuevo comienzo como familia.

Cuando llegamos al coche, Mackenzie se acomodó en el asiento trasero con April, asegurándose de que estuviera perfectamente sujeta en su asiento para bebés. La vi sonreír mientras observaba a nuestra hija, su rostro radiante de felicidad a pesar del cansancio.

El viaje de regreso a casa fue silencioso, pero lleno de una paz que no habíamos experimentado en mucho tiempo. Incluso en mis momentos más difíciles, cuando me sentía abrumado por mis responsabilidades, había una sensación de plenitud al saber que mi familia estaba junta, completa.

Al llegar a la mansión, los niños nos esperaban con una mezcla de emoción y ansiedad. Habían estado preguntando todos los días por su hermana, ansiosos por conocerla. Emily, en particular, había mostrado un interés especial, tal vez porque, en su mente infantil, Emily era una extensión de Mackenzie, a quien ya había adoptado como su madre.

Cuando entramos por la puerta principal, los tres corrieron hacia nosotros, sus ojos brillando de emoción. Emily, la más pequeña, fue la primera en acercarse, tirando suavemente de la mano de Mackenzie para ver a la nueva integrante de la familia.

—¿Es April? —preguntó con una voz susurrante, como si hablara de un pequeño milagro.

Mackenzie se arrodilló para que Emily pudiera ver mejor.

—Sí, cariño. Esta es tu hermanita, April —dijo, con una sonrisa tierna.

William y James se acercaron con más cautela, sus rostros mostrando una mezcla de curiosidad y responsabilidad. William, como el mayor, parecía ya estar adoptando un papel protector, mientras que James observaba a su nueva hermana con una mezcla de asombro y adoración.

—Es tan pequeña —comentó James, maravillado—. ¿La puedo tocar?

Mackenzie asintió y acercó a April para que James pudiera acariciarla suavemente.

—Con cuidado, James. Ella es muy frágil todavía.

Los ojos de James se iluminaron mientras tocaba la suave mejilla de su hermana. William se unió a él, su expresión seria mientras miraba a April, como si estuviera asumiendo una gran responsabilidad.

—Voy a cuidar de ella —dijo William con firmeza, como si hiciera una promesa solemne.

Emily, mientras tanto, había permanecido muy cerca de Mackenzie, sus ojos nunca apartándose de su madre adoptiva y de la nueva bebé.

—Mamá, ¿April se va a quedar aquí? —preguntó con la inocencia propia de su edad.

Mackenzie la miró con amor y asintió.

—Sí, mi amor. April va a vivir con nosotros.

La sonrisa de Emily fue pura felicidad. Luego, se abrazó a Mackenzie, presionando su pequeña cabeza contra el hombro de su madre, y dijo algo que me hizo detenerme en seco.

—Te quiero, mamá. Y también quiero a April.

El corazón se me detuvo por un momento. La forma en que Emily, tan joven, había aceptado a Mackenzie como su madre y ahora, con la misma naturalidad, aceptaba a April, me llenó de un profundo sentido de gratitud. Era como si, en su inocencia, Emily hubiera comprendido algo que a nosotros nos había tomado tiempo asimilar: que el amor no conoce barreras ni límites.

Finalmente, llevamos a April a la habitación que habíamos preparado para ella. La cuna, que había estado vacía durante semanas, ahora parecía completa con nuestra pequeña allí, durmiendo plácidamente. Mackenzie la acostó con cuidado, acomodando las mantas a su alrededor mientras la miraba con una mezcla de alivio y amor.

Mientras observaba la escena, me di cuenta de lo lejos que habíamos llegado. Desde aquel primer día en el hospital hasta ahora, habíamos superado tantas pruebas, enfrentado tantos miedos, y aún estábamos aquí, juntos, como una familia.

Me acerqué a Mackenzie, rodeando su cintura con mis brazos mientras ambos observábamos a April dormir. Sentí cómo ella se apoyaba en mí, relajándose por primera vez en semanas.

—Lo logramos, Frederick —susurró Mackenzie, con la voz llena de emoción.

Asentí, sin apartar la vista de nuestra hija.

—Sí, lo hicimos. Y esto es solo el comienzo.

Mientras estábamos allí, en esa habitación iluminada suavemente por la luz del atardecer, supe que, a pesar de las dificultades que aún podríamos enfrentar, teníamos lo más importante: teníamos a nuestra familia. Y con eso, podíamos superar cualquier cosa.

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Claro que no podía matar a una de mis Montgomery favoritas.
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