Capitulo 18

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Bajo el Efecto del Vino
Frederick

Cuando Emett y Sarah desaparecieron en la barra, me encontré solo con Mackenzie en la mesa, en un ambiente que no habíamos compartido nunca. Fuera del trabajo, sin la barrera del estrés, de las expectativas o de los proyectos apremiantes, la situación se sentía irreal. Mi mirada seguía posándose sobre ella, y no podía dejar de pensar en lo distinta que se veía con ese vestido azul profundo, su cabello suelto cayendo de forma relajada sobre sus hombros, su risa más ligera. Ella no era la misma Mackenzie que conocía de la oficina, y, por primera vez, eso me desconcertaba más de lo que esperaba.

—Entonces, ¿vas a sentarte o solo vas a quedarte de pie mirándome toda la noche? —me dijo, con una pequeña sonrisa.

Me dejé caer en la silla frente a ella, intentando relajarme, pero algo en el aire había cambiado. Tal vez era el vino, o tal vez era esa química innegable que empezaba a surgir entre nosotros. Pero había algo nuevo, algo palpable, que estaba presente en cada palabra que intercambiábamos.

Pedimos otra botella de vino. Tal vez no fue la decisión más prudente, pero en ese momento, todo lo que quería era prolongar esa noche un poco más. Dejar que la conversación fluya, que las tensiones desaparezcan, y permitirnos a ambos disfrutar de la compañía mutua, sin las restricciones del trabajo.

—No sabía que te gustaba tanto el vino —comentó ella, mientras me servía una nueva copa.

—No es algo que suelo compartir —le respondí, llevándome la copa a los labios—. Pero esta noche se siente diferente.

Ella levantó una ceja, divertida.

—¿Diferente? ¿Por qué?

No le respondí de inmediato. No estaba seguro de cómo articularlo sin parecer demasiado obvio. Tal vez era la atmósfera, tal vez el hecho de que la oficina, con todas sus responsabilidades, parecía lejana. Tal vez era ella, Mackenzie, con su encanto inesperado y esa capacidad de sacar lo mejor de mí sin siquiera intentarlo.

—Porque nunca te había visto así —dije finalmente, con la mirada fija en la copa—. Más relajada, más... tú misma.

Mackenzie rió, un sonido suave y cálido.

—Es lo que pasa cuando no estoy atrapada entre planos arquitectónicos y reuniones interminables.

La conversación continuó, entre risas y copas de vino. El alcohol empezaba a hacer efecto, y nuestras palabras se volvieron más sueltas, más abiertas. Hablamos de nuestras infancias, de cómo ella siempre supo que quería ser arquitecta y cómo yo, en realidad, nunca planeé estar al frente de una de las empresas más grandes del mundo. Pero el destino tiene formas curiosas de llevarnos por caminos que no imaginamos.

—Siempre me pregunté cómo alguien como tú, con todo ese éxito, puede seguir manteniendo la compostura —comentó ella en un momento, sus ojos brillando a la luz de las velas.

Me reí, sorprendido por su franqueza.

—¿Eso piensas? —le pregunté—. Que mantengo la compostura todo el tiempo.

—Bueno, casi todo el tiempo —dijo, sonriendo—. Hay veces en las que parece que el mundo puede venirse abajo y tú ni siquiera parpadearías.

Levanté la copa, mirándola antes de responder.

—Aprendí a disimular bien. Pero no siempre es fácil.

El tono de la conversación había cambiado. Ya no era simplemente ligero o casual. Había una vulnerabilidad nueva, una honestidad que me sorprendía. Y lo más sorprendente de todo era lo cómodo que me sentía compartiendo esas cosas con Mackenzie. Ella no me juzgaba, solo escuchaba, y respondía con la misma apertura.

El vino seguía fluyendo, y pronto perdí la cuenta de cuántas copas habíamos tomado. No estaba borracho, pero definitivamente comenzaba a sentir los efectos. Y por cómo Mackenzie reía cada vez más, inclinándose hacia adelante, noté que ella también. Había una chispa en sus ojos que no había visto antes, una calidez que me atraía más de lo que quería admitir.

En algún momento de la noche, nuestras manos terminaron rozándose en la mesa, un simple accidente, pero la electricidad que sentí recorriendo mi brazo fue innegable. Mackenzie no apartó la mano de inmediato. En lugar de eso, nuestras miradas se encontraron, y supe, en ese momento, que algo estaba cambiando entre nosotros.

—Frederick... —murmuró, su voz ahora más suave, como si estuviera probando las aguas.

—¿Sí? —respondí, incapaz de apartar la mirada de ella.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de algo que no podíamos negar. La distancia entre nosotros parecía haberse reducido a nada. Sentía su respiración, ligera y acompasada, y supe que la mía no estaba muy lejos de la suya.

De repente, sin pensar, me incliné hacia adelante. No hubo tiempo para considerar las consecuencias, para pensar en lo que esto podría significar. Solo sentí el impulso de cerrar la brecha que había entre nosotros. Y entonces, nuestros labios se encontraron.

El beso fue suave al principio, una exploración cautelosa, como si ambos estuviéramos probando si esto era real. Pero pronto, se volvió más profundo, más intenso. No había marcha atrás. Mackenzie correspondió, acercándose aún más a mí, y sentí cómo sus manos se deslizaban por mi nuca, atrayéndome hacia ella.

El mundo a nuestro alrededor desapareció. Ya no estábamos en un restaurante, no éramos jefe y empleada, no había problemas, ni responsabilidades. Solo existíamos nosotros dos, en ese momento, compartiendo algo que no podía ser negado.

Cuando nos separamos, ambos estábamos sin aliento, pero no fue incómodo. Al contrario, había una nueva conexión entre nosotros, una comprensión tácita de lo que acababa de pasar. Mackenzie me miraba, sorprendida, pero también con algo parecido a una sonrisa en sus labios.

—Esto es... inesperado —susurró, aún sin alejarse.

—Definitivamente lo es —le respondí, tomando aire profundamente.

El ambiente entre nosotros había cambiado por completo. Todo lo que había construido como barrera entre Mackenzie y yo se había derrumbado en cuestión de segundos. Y, de alguna manera, no sentí miedo. No me preocupaba lo que esto pudiera significar en la oficina, o cómo afectaría nuestra relación profesional. Lo único que me importaba en ese momento era lo que acabábamos de compartir, lo que había comenzado con ese beso.

Mackenzie se mordió ligeramente el labio, mirándome con una mezcla de incertidumbre y emoción. Sabía que esa noche no sería algo que olvidaríamos fácilmente.

—Tal vez deberíamos pedir otra botella —sugirió, con una risa suave, intentando romper la tensión.

Yo también reí, asintiendo. Pero mientras lo hacía, supe que las cosas ya no volverían a ser como antes. Algo se había despertado entre nosotros, y, aunque el vino hubiera ayudado, ese beso no fue un error. Había algo más, algo que ambos sabíamos que, eventualmente, tendríamos que enfrentar.

Y, sorprendentemente, no me asustaba en absoluto.

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AAAAAH!
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