Capitulo 1

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El Despacho del Tirano
Mackenzie

El ascensor subía con un zumbido suave, pero mi corazón latía con tanta fuerza que apenas podía escuchar el sonido. Hoy era el día. Después de años de trabajo duro, de interminables noches de bocetos y cálculos, finalmente estaba a punto de pisar la sede central de Montgomery Enterprises, la empresa más prestigiosa del mundo. Y no solo eso, había conseguido el proyecto arquitectónico más ambicioso de mi carrera. Mis manos sudaban, y odiaba que me pasara justo cuando necesitaba estar más serena que nunca.

Me observé en el espejo del ascensor por un instante, ajustando una vez más el dobladillo de mi chaqueta. Era una de mis favoritas: elegante, sobria y perfectamente ceñida. No había margen de error, no hoy. Y menos cuando iba a enfrentarme a Frederick Montgomery, el hombre al que todos temían. Me habían advertido muchas cosas sobre él: que era frío, distante, y que su perfeccionismo rayaba en la crueldad. Pero nada de eso me intimidaba. Yo no era de las que se dejaban amedrentar por la reputación de un hombre poderoso, aunque él fuera el dueño de medio mundo. Si él creía que podía doblegarme como a todos los demás, se llevaría una sorpresa.

El ascensor se detuvo en el último piso, y las puertas se abrieron lentamente, revelando un vestíbulo amplio y minimalista. Las líneas limpias y la luz natural daban la impresión de perfección absoluta, pero algo en el ambiente era demasiado estéril para mi gusto. Demasiado calculado. No había una pizca de calidez, como si el lugar refleja la personalidad del propio Montgomery. Frío y controlado. La secretaria, una mujer impecablemente vestida y con el rostro perfectamente maquillado, me saludó con una sonrisa profesional, aunque distante.

—Señorita Taylor, el señor Montgomery la está esperando. Puede pasar —dijo, señalando una enorme puerta de cristal esmerilado.

"Vamos, Mackenzie. Esto es solo otro trabajo", me dije mentalmente mientras avanzaba hacia la puerta. A pesar de mis intentos de tranquilizarme, había una tensión palpable en el aire que no podía ignorar. Tomé una respiración profunda y, con un empujón suave, abrí la puerta.

El despacho de Frederick Montgomery era tan imponente como el hombre que lo habitaba. Las paredes de cristal ofrecían una vista panorámica de la ciudad, pero en lugar de hacer el espacio acogedor, lo hacían sentir aún más distante. La decoración era minimalista, dominada por tonos oscuros y muebles modernos. Detrás de un escritorio enorme, de líneas nítidas y perfectas, estaba él.

Frederick Montgomery. El tirano.

Había visto fotos de él en revistas de negocios, pero ninguna le hacía justicia. Alto, de unos cuarenta y pocos años, con el cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás y una mandíbula cuadrada que parecía tallada en mármol. Sus ojos, de un azul glacial, se fijaron en mí con una intensidad que hizo que mi columna vertebral se tensara de inmediato. No dijo nada al principio, solo me evaluó como si fuera una de las piezas de su colección de arte moderna. Y, por alguna razón, eso me irritó más de lo que esperaba.

Me adelanté, sin esperar una invitación a hablar, y extendí la mano.

—Mackenzie Taylor —dije, manteniendo mi tono firme y seguro, aunque mi corazón todavía latía como un tambor. Él levantó una ceja, apenas perceptible, y tomó mi mano con una firmeza calculada. No demasiado fuerte, pero tampoco suave. Justo lo necesario para dejar claro quién dominaba la situación.

—Frederick Montgomery —respondió, como si eso necesitara aclaración.

Nos quedamos así un segundo más del necesario, como si ambos estuviéramos midiendo fuerzas en silencio. Finalmente, solté su mano y me senté frente a su escritorio, cruzando las piernas con deliberada calma.

—He revisado tus diseños —dijo él, sin rodeos. Su voz era grave, autoritaria, como esperaba—. Eres buena. Mejor de lo que esperaba, para ser sincero.

Su comentario me golpeó de una forma extraña. No era un elogio, más bien una constatación de que había superado sus bajas expectativas. Estaba claro que no le importaba quién era yo, sino lo que podía hacer por él.

—Gracias —respondí, manteniendo mi tono neutral—. Sé que mi trabajo habla por sí solo.

Él inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando algo. Luego, dejó caer la bomba.

—Pero no me impresionas.

Mis músculos se tensaron. El aire en la habitación se volvió más denso, casi tangible. Sabía que Frederick Montgomery no era de los que elogiaban a la ligera, pero no esperaba que fuera tan brutalmente directo. Respiré hondo, asegurándose de no mostrar ningún signo de incomodidad.

—¿Por qué no me sorprende que usted sea difícil de impresionar? —solté sin pensar. No pude evitarlo. Mis palabras parecieron desconcertar por una fracción de segundo, pero su expresión no cambió.

—Me pagan por ser difícil de impresionar —replicó, inclinado hacia adelante, sus ojos fijos en los míos—. Quiero que este proyecto sea perfecto. No tengo tiempo para cometer errores, Taylor. Si no puedes darme lo que quiero, no tendré reparos en buscar a alguien que sí lo haga.

El desafío estaba lanzado. Y no había forma en el mundo en que yo fuera a retroceder. Era cierto, él era el cliente, y yo necesitaba que este proyecto fuera un éxito, pero no iba a permitir que me tratara como a una empleada más que podía manejar a su antojo.

—No habrá errores —respondí con firmeza, inclinándose también hacia él—. Este proyecto será perfecto. Pero lo será a mi manera. Si me ha contratado es porque sabe que soy la mejor, y la mejor no trabaja bajo presión ni bajo amenaza. Así que, si de verdad quiere lo que promete, tendrá que confiar en mí.

Hubo un silencio tenso. Frederick me observó, sus ojos azules como dos cuchillas tratando de atravesarme. Podía ver cómo sus pensamientos giraban, como si estuviera decidiendo si aceptaba mi desafío o me despedía en ese mismo momento. Luego, muy lentamente, una esquina de su boca se curvó en algo que parecía una sonrisa. Pero no una sonrisa amable, sino una de esas que se dan cuando alguien encuentra algo... interesante.

—Muy bien, Mackenzie —dijo finalmente, pronunciando mi nombre con deliberación—. Veamos si puedes estar a la altura.

Salí de su despacho con la cabeza en alto, pero con la certeza de que esto sería más que un simple trabajo. Había algo en Frederick Montgomery que lo hacía más peligroso de lo que imaginaba, y no era solo su poder o su dinero. Era la manera en que lograba que todo el mundo jugará bajo sus reglas.

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