Capitulo 7

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Encuentros Inesperados
Mackenzie

Era una de esas mañanas en las que sentía que el mundo se movía a un ritmo más rápido que yo. El equipo de construcción me había llamado antes de lo previsto para discutir algunos cambios en los materiales, y ya iba tarde a una reunión con el departamento de diseño. Apresuraba el paso por el pasillo, maletín en mano y el cabello aún ligeramente desordenado. Solo quería llegar al ascensor sin más interrupciones y concentrarme en lo que venía.

Mientras caminaba con la vista fija en mi teléfono, repasando unos planos que debía presentar más tarde, escuché unas risas que resonaban por el pasillo. Eran risas infantiles, ligeras y alegres, lo cual era una rareza en el ambiente frío y corporativo de Montgomery Enterprises. Fruncí el ceño, levantando la mirada justo cuando me acercaba a la esquina que conectaba con el vestíbulo principal.

Y ahí estaban.

Tres pequeños, evidentemente fuera de lugar en un entorno como este, pero con una presencia que hacía que todo el edificio se sintiera un poco más humano. Los reconocí al instante, aunque nunca los había visto de cerca: eran los hijos de Frederick. Había oído sobre ellos en murmullos entre los empleados, sobre todo porque Frederick no era del tipo de hombre que compartiera su vida personal. Sin embargo, sus hijos eran una excepción, una pequeña parte de su mundo que a veces se colaba en su imperio.

El mayor, William, parecía tener el porte rígido de su padre, con un ceño fruncido que me recordó de inmediato a Frederick. El mediano, James, era todo lo contrario; sus ojos estaban llenos de curiosidad, observando cada detalle del edificio como si estuviera en una nueva aventura. Y la pequeña Emily, en brazos de la niñera, me miraba con una mezcla de fascinación y timidez.

Cuando doblé la esquina, James fue el primero en notar mi presencia. Sus ojos se iluminaron, y su boca formó una sonrisa entusiasta antes de correr hacia mí. Me detuve, sorprendida, mientras él se plantaba justo delante de mí, observándome como si acabara de descubrir algo increíble.

—¡Hola! —dijo con una energía contagiosa—. ¿Tú quién eres?

Antes de que pudiera responder, William, que parecía mucho más reservado, se acercó rápidamente y lo tomó del brazo, intentando frenarlo. Su mirada seria me recordó de inmediato a la de Frederick en sus momentos más rígidos. Había algo de protección en su gesto, como si ya a su corta edad asumiera la responsabilidad de cuidar a sus hermanos.

—James, no molestes —dijo William, claramente incómodo por la situación.

Sonreí ante la escena, relajándome un poco. Estos chicos no eran lo que esperaba encontrar, pero había algo refrescante en su espontaneidad.

—No es molestia —respondí, agachándome un poco para estar a la altura de James—. Me llamo Mackenzie. ¿Y tú quién eres?

James se rió, feliz de que le devolviera la atención.

—¡Soy James! —respondió orgulloso, estirando el cuello—. Él es William, mi hermano mayor, y ella es Emily. ¿Qué haces aquí?

La franqueza de los niños siempre me sorprendía. En un mundo de adultos lleno de formalidades y filtros, era agradable encontrarse con alguien que simplemente te preguntaba lo que pensaba, sin rodeos. Mi sonrisa se ensanchó mientras respondía.

—Soy arquitecta. Estoy ayudando a diseñar algunos de los edificios que construye tu papá.

—¿Eres arquitecta? —repitió James, con los ojos aún más abiertos—. ¡Eso es increíble!

William, aunque seguía con su postura seria, no pudo evitar que sus ojos reflejaran un poco de interés ante mi respuesta. Tal vez había algo de admiración silenciosa en él, una curiosidad reprimida que no dejaba mostrar tan fácilmente.

Mientras hablaba con ellos, noté a Emily en brazos de la niñera, observándome con esos grandes ojos curiosos que parecían analizarme en silencio. Me acerqué un poco a ella y, con suavidad, extendí la mano para que la niña la viera. No estaba segura de si me rechazaría, pero, para mi sorpresa, Emily alargó sus pequeños dedos y tomó mi mano, una leve sonrisa iluminando su rostro.

—Hola, Emily —dije suavemente, notando cómo la niña mantenía su atención fija en mí.

Fue un momento tierno, uno que no esperaba encontrar en medio de un edificio lleno de concreto y acero. Había algo reconfortante en la manera en que los niños reaccionaban ante las personas sin prejuicios ni expectativas, algo que no encontraba en el mundo adulto.

Justo en ese momento, levanté la vista y vi algo que no esperaba: Frederick, observando desde su oficina al otro lado del pasillo. Estaba de pie junto a la ventana, con una expresión que no podía leer completamente. No era la mirada fría e imperturbable que siempre mostraba en las reuniones, pero tampoco había un rastro evidente de sorpresa. Era más como si estuviera contemplando algo desde la distancia, evaluando la situación, pero sin intervenir.

Nuestros ojos se encontraron por un breve instante, y algo en su mirada hizo que mi corazón diera un vuelco inesperado. Tal vez era el hecho de que me estaba viendo interactuar con sus hijos, o tal vez había algo más. ¿Desconfianza? ¿Curiosidad? No lo sabía. Pero lo que sí sabía era que no era la primera vez que Frederick Montgomery me dejaba confundida.

—¡Mira, papá está allá arriba! —exclamó James de repente, interrumpiendo el momento.

William siguió la dirección de la mirada de su hermano y asintió con la cabeza, aunque sin la misma efusividad.

—Tenemos que irnos, James —dijo William, volviendo a asumir el papel de protector—. Papá no quiere que nos distraigamos.

James parecía desear quedarse un poco más, pero cuando William tomó su mano para guiarlo hacia el ascensor, no opuso resistencia. Mientras se alejaban, me quedé observando cómo los tres niños se dirigían hacia su padre, con la niñera siguiéndolos de cerca.

Emily, en brazos de la niñera, volteó una última vez hacia mí, agitó su pequeña mano en un gesto de despedida, y yo le devolví el gesto, sonriendo. Había algo en esos niños que me había tocado de una manera que no esperaba.

Cuando el ascensor se cerró detrás de ellos, dejé escapar un suspiro y me giré para continuar mi camino, pero no pude evitar sentir la presencia de Frederick en la distancia, aún observando desde su oficina.

El ascensor llegó, y mientras entraba en él, mi mente no podía dejar de divagar. Los hijos de Frederick Montgomery eran todo lo que no esperaba de un hombre como él. A pesar de su frialdad y su aparente desapego, sus hijos eran vibrantes, curiosos, llenos de vida. Tal vez había más en él de lo que mostraba. Quizás, bajo esa armadura de acero que se había construido, quedaba algo de humanidad.

Pero ese no era mi problema, ¿verdad? Mi trabajo era diseñar edificios, no entender los misterios del corazón de mi jefe. Y aun así, me encontraba cada vez más intrigada.

El ascensor llegó al piso que necesitaba, y cuando las puertas se abrieron, me obligué a volver a la realidad. Tenía un proyecto que entregar, un equipo que dirigir. Sin embargo, la imagen de esos tres niños, y de Frederick observando desde la distancia, seguía presente en mi mente.

Quizás, en el proceso de construir los muros de su imperio, Frederick Montgomery también había construido los suyos propios. Y, por alguna razón, sentía que una parte de mí estaba empezando a querer ver qué había detrás de esos muros.

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