Capitulo 36

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La Primera Cita
Frederick

La decisión de llevar a Mackenzie a una "primera cita" no fue fácil para mí. A pesar de que ya habíamos compartido momentos íntimos, la idea de hacer algo tan... normal, tan lleno de expectativas, me parecía extraña. Pero no podía seguir actuando como si nada hubiera cambiado entre nosotros. Ella merecía más, mucho más de lo que le había dado hasta ahora.

Así que esa mañana, después de pasar un tiempo con los niños antes de que se fueran al colegio, me quedé en mi oficina, pensando en cómo podría hacer de esa noche algo especial. No tenía experiencia en esto, en cortejar a una mujer con la que ya había compartido tanto. Mi vida siempre había sido una serie de decisiones calculadas, de movimientos estratégicos. Pero esto era diferente. Con Mackenzie, todo era diferente.

La llamé alrededor del mediodía, cuando sabía que estaría en medio de algún proyecto, completamente concentrada en sus planos. Me imaginé su expresión sorprendida cuando viera mi nombre en la pantalla de su teléfono.

—¿Frederick? —su voz sonó cautelosa, como si no supiera qué esperar.

—Mackenzie —respondí, tratando de mantener un tono relajado—. Esta noche, no hagas planes.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Podía casi imaginarme cómo su ceño se fruncía, tratando de descifrar mis palabras.

—¿Estás... pidiéndome una cita? —preguntó finalmente, su tono ligeramente incrédulo.

—No es una petición —respondí, dejándome llevar por mi tono autoritario, aunque con un toque de suavidad—. Te recogeré a las ocho.

Mackenzie se rió, un sonido bajo que me hizo sonreír.

—Muy bien, jefe. A las ocho.

Colgué el teléfono y me recliné en mi silla, satisfecho con mi decisión. Pero la verdad era que la idea de una cita me tenía más nervioso de lo que estaba dispuesto a admitir. No porque dudara de mis sentimientos hacia ella, sino porque sabía que esto no era mi terreno habitual. Estaba acostumbrado a manejar situaciones bajo presión, a tomar decisiones rápidas en los negocios, pero cuando se trataba de algo tan personal, tan importante, todo cambiaba.

Pasé las siguientes horas finalizando unos asuntos pendientes en la empresa, delegando responsabilidades a mi equipo y asegurándome de que todo estuviera bajo control para poder salir temprano. A las seis de la tarde, me dirigí a casa, decidido a prepararme para la noche.

Llevaba un traje oscuro, con una camisa blanca perfectamente planchada y una corbata discreta. Sabía que Mackenzie era una mujer que valoraba la sencillez y la elegancia, y quería que todo fuera perfecto. Incluso había llamado a uno de los mejores restaurantes de la ciudad, uno que ofrecía privacidad y un ambiente íntimo, justo lo que necesitábamos para esta primera cita.

A las ocho en punto, llegué a su apartamento. Bajé del coche y, por un momento, dudé. Pero no era el tipo de hombre que se dejaba llevar por las dudas, así que me obligué a avanzar y toqué el timbre.

Cuando la puerta se abrió, me quedé sin palabras. Mackenzie estaba hermosa. Llevaba un vestido negro ajustado que resaltaba sus curvas, y su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros. Sus ojos brillaban con una mezcla de nerviosismo y emoción, y en ese momento supe que había tomado la decisión correcta.

—Estás... —me costó encontrar las palabras adecuadas—. Estás hermosa, Mackenzie.

Ella sonrió, un rubor tiñendo sus mejillas.

—Gracias. Tú tampoco te ves nada mal, Frederick.

Le ofrecí mi brazo, y ella lo tomó con una sonrisa tímida. Caminamos hasta el coche en silencio, pero no era un silencio incómodo. Era el tipo de silencio que compartes con alguien cuando las palabras no son necesarias, cuando la compañía es suficiente.

El restaurante estaba a unos quince minutos de su apartamento, y durante el trayecto, intenté mantener la conversación ligera. Hablamos de sus proyectos en la empresa, de cómo iba avanzando el gran proyecto arquitectónico en el que estaba trabajando. Cada palabra suya me recordaba por qué me había enamorado de ella. Su pasión por lo que hacía, su determinación, su inteligencia... todo en ella me atraía de una manera que no había sentido en años.

Cuando llegamos al restaurante, Mackenzie parecía impresionada. El lugar era elegante pero acogedor, con una iluminación suave que creaba un ambiente íntimo. Nos llevaron a una mesa en un rincón apartado, y mientras nos sentábamos, me di cuenta de que ella me observaba con una mezcla de curiosidad y algo más.

—Nunca pensé que te vería hacer algo así —dijo, su tono divertido—. Una cita formal... es un poco fuera de lo común para ti, ¿no?

Sonreí, sintiendo cómo la tensión en mis hombros se aliviaba un poco.

—Quiero que esta noche sea especial, Mackenzie. Tú mereces eso.

Sus ojos se suavizaron al escuchar mis palabras, y por un momento, el silencio volvió a instalarse entre nosotros, pero esta vez estaba cargado de una tensión agradable, casi palpable.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante—. No es solo para mí, ¿verdad? También estás intentando salir de tu zona de confort.

Levanté una ceja, sorprendido por su percepción. Pero ella siempre había sido buena leyendo entre líneas, entendiendo más de lo que decía.

—Es cierto —admití, mi tono más suave—. No soy el tipo de hombre que hace esto... pero contigo, Mackenzie, estoy dispuesto a intentarlo.

Sus ojos se encontraron con los míos, y vi una chispa de algo en ellos, algo que me hizo querer inclinarme y besarla allí mismo. Pero me contuve. Esta noche no era solo sobre lo que yo quería. Era sobre nosotros, sobre construir algo real, algo que fuera más allá de la atracción física.

La cena transcurrió en una mezcla de risas, conversaciones profundas y momentos de silencio cómodo. Mackenzie me contaba historias de su infancia, de cómo había decidido ser arquitecta y de los desafíos que había enfrentado en su carrera. Yo le hablé de mis propios desafíos, de la presión de manejar una empresa tan grande y de la responsabilidad de criar a mis hijos solo. Nos conocíamos en muchos aspectos, pero esa noche, sentí que estábamos descubriendo nuevas facetas el uno del otro.

Después de la cena, decidí no regresar directamente a su apartamento. Quería alargar la noche un poco más, así que la llevé a un parque cercano, uno que tenía un pequeño lago y un camino iluminado por faroles. Caminamos en silencio, disfrutando de la tranquilidad de la noche, de la sensación de estar juntos sin las presiones del día a día.

En un momento, nos detuvimos cerca del lago, y me volví hacia ella, tomando su mano en la mía. Mackenzie me miró con esos ojos que siempre lograban desarmarme, y supe que había llegado el momento.

—Mackenzie —dije, mi voz baja pero llena de determinación—. No soy un hombre perfecto. Tengo mis defectos, y lo sabes. Pero quiero que sepas que estoy dispuesto a trabajar en ellos, a mejorar por ti, por nosotros. Esta noche es solo el comienzo, pero quiero que sepas que estoy comprometido a hacer que esto funcione.

Ella no dijo nada por un momento, solo me miró, sus ojos brillando con emoción. Y luego, sin previo aviso, se acercó y me besó. Fue un beso suave, lleno de promesas y de esperanza, y mientras la abrazaba, supe que no necesitaba más palabras.

La noche no había terminado, pero en ese momento, supe que habíamos dado un paso importante. Estábamos construyendo algo real, algo que podría durar. Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente en paz.

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