Capitulo 77

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Un Nuevo comienzo
Frederick

Estaba sentado en el jardín, observando cómo el sol de la tarde se deslizaba lentamente hacia el horizonte, bañando todo con una cálida luz dorada. Desde mi lugar, podía ver a los niños jugando, sus risas resonando en el aire mientras corrían y jugaban bajo la mirada protectora de Mackenzie. April, en los brazos de su madre, balbuceaba y reía, sin tener aún la habilidad para correr tras sus hermanos, pero sin duda con el mismo entusiasmo.

Habían pasado muchas cosas en los últimos años. Desde que Mackenzie entró en mi vida, todo había cambiado. Ella no solo trajo amor y ternura a una vida que había sido dura y controlada durante tanto tiempo, sino que también me mostró una nueva forma de ser padre, de ser compañero, de ser hombre.

Cuando me fijé en Mackenzie, sentada en el césped con Emily acurrucada a su lado, mi corazón se llenó de un sentimiento que me había sido desconocido durante la mayor parte de mi vida: la paz. Una paz que no venía de la dominación, del control o del éxito, sino de saber que, al final del día, estaba rodeado por aquellos que amaba y que me amaban a cambio, sin importar nada más.

William, con sus 13 años, estaba empezando a convertirse en un joven de gran carácter. Aunque estaba entrando en esa fase rebelde, me di cuenta de que en él ya se vislumbraban trazas de la fuerza y la responsabilidad que yo siempre había valorado. Me enorgullecía verlo crecer y madurar, sabiendo que, aunque hubiera algunos obstáculos en el camino, él saldría adelante.

James, por otro lado, seguía siendo la bola de energía que siempre había sido. A sus 8 años, estaba lleno de vida y vitalidad, pero también de una sensibilidad que me recordaba a Mackenzie. Podía ver cómo su carácter comenzaba a moldearse, equilibrando su amor por la aventura con un corazón bondadoso.

Y luego estaban las niñas. Emily, que había empezado a llamarla "mamá" casi desde el principio, era ahora una pequeña que se aferraba a Mackenzie con todo su ser, como si el miedo de perderla la dominara en cada momento. Ver cómo Emily se había transformado en estos tres años me llenaba de orgullo y, a la vez, de una cierta tristeza. Sabía que, en el fondo, esa necesidad de aferrarse a Mackenzie venía de un lugar de pérdida, de la ausencia de su madre biológica, a quien nunca había conocido. Y April... nuestra pequeña April. Cada vez que la miraba, veía el futuro, una promesa de lo que nuestra familia podría llegar a ser, y no podía evitar sentirme agradecido por la oportunidad de tener todo esto.

Mackenzie levantó la mirada en ese momento, y nuestras miradas se encontraron. Me sonrió, esa sonrisa suave y cálida que tenía el poder de calmar cualquier tormenta dentro de mí. Respondí con un leve asentimiento, un gesto que ella entendió a la perfección. No necesitábamos palabras para comunicarnos; había una comprensión tácita entre nosotros, una conexión que había sido forjada a través de pruebas, desafíos y, sobre todo, amor.

A medida que el sol se ponía, los niños empezaron a cansarse, sus energías finalmente disipadas por la emoción del día. Llamé a William y James, quienes vinieron corriendo, sudorosos y con el cabello alborotado, pero con grandes sonrisas en sus rostros.

—Es hora de entrar,—les dije, señalando hacia la casa.

—¿Podemos quedarnos un poco más, papá?—preguntó James, con esa mirada suplicante que sabía que sería difícil resistir.

Mackenzie se acercó, llevando a April en brazos y con Emily a su lado. —Creo que ya es hora de la cena, chicos,—dijo con su tono amable pero firme. —Mañana pueden jugar más.

Los niños asintieron, aunque con un pequeño suspiro de resignación, y empezaron a caminar hacia la casa. Mackenzie se quedó un momento a mi lado, y cuando los niños estaban fuera de oído, me giré hacia ella.

—Gracias,— le dije en voz baja.

Ella me miró, con una leve sonrisa en los labios. —¿Por qué?

—Por todo,—respondí. —Por estar aquí, por ser tú... por ser nuestra familia.

Ella pareció sopesar mis palabras por un momento antes de responder, y cuando lo hizo, su voz era suave, casi como un susurro. —No tienes que agradecerme, Frederick. Esto... esto lo construimos juntos. Y no cambiaría nada de ello.

Nos quedamos allí un momento más, disfrutando de la tranquilidad que había caído sobre el jardín ahora que los niños se habían retirado. Sentía que había tanto que decir, tanto que podría haber compartido con ella en ese instante, pero las palabras se me escapaban. Tal vez porque, en realidad, no había necesidad de decir nada más.

Finalmente, nos dirigimos hacia la casa, donde el calor y el bullicio de la vida familiar nos esperaban. El olor de la cena que Mackenzie había preparado llenaba el aire, y los sonidos de los niños preparándose para la noche resonaban por todas partes.

Cuando entramos, me di cuenta de algo que me sorprendió. No era la rutina lo que me traía paz, ni siquiera la familiaridad de esos momentos cotidianos. Era la certeza de que, sin importar lo que sucediera, estábamos juntos. Mackenzie y yo habíamos recorrido un largo camino, y aunque el futuro seguía siendo incierto, sabía que, con ella a mi lado, podría enfrentar cualquier cosa.

Los niños se reunieron alrededor de la mesa, sus rostros brillando con la anticipación de la cena. Mackenzie, con April aún en brazos, se movía con gracia por la cocina, sirviendo la comida y asegurándose de que todos tuvieran lo que necesitaban. La observé por un momento, maravillado una vez más por la mujer que era, por la fortaleza y el amor que irradiaba en cada uno de sus actos.

Cuando finalmente nos sentamos para cenar, me sentí abrumado por la plenitud de ese momento. Mi familia, la vida que habíamos construido juntos, y el futuro que nos esperaba. Sabía que, a partir de ese momento, todo lo que viniera sería simplemente un nuevo capítulo en la historia que habíamos comenzado a escribir juntos.

Y mientras tomaba la mano de Mackenzie bajo la mesa, apretándola ligeramente para hacerle saber que estaba allí, no pude evitar sentir una profunda gratitud. No solo por lo que teníamos, sino por lo que habíamos logrado construir, a pesar de todo.

El amor no siempre es fácil, ni siempre es perfecto. Pero es real. Y en ese momento, supe que no había nada más en el mundo que pudiera desear.

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