Capitulo 39

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Reflexiones Inesperadas
Frederick

Después de aquel momento inesperado con Mackenzie en mi oficina, no pude sacármela de la cabeza. Su vulnerabilidad había despertado algo en mí, algo que no quería reconocer, pero que estaba allí, latente, esperando a ser descubierto. Esa misma noche, mientras conducía de regreso a casa, mis pensamientos giraban en torno a lo que había sucedido. ¿Cuándo me había convertido en alguien a quien Mackenzie acudía en busca de consuelo? ¿Y por qué me afectaba tanto verla así?

Las luces de la ciudad pasaban por la ventana del coche, iluminando mi rostro con destellos intermitentes. Tenía la costumbre de manejar con la radio apagada, disfrutando del silencio que tanto valoraba, pero hoy ese silencio se sentía abrumador, como si amplificara mis pensamientos en lugar de calmarlos.

Mackenzie. Su nombre resonaba en mi mente una y otra vez. Recordé su cuerpo tembloroso en mis brazos, la forma en que se había aferrado a mí como si fuera su única fuente de seguridad. Me había sentido poderoso en ese momento, no por controlarla, sino por la simple verdad de que ella confiaba en mí lo suficiente como para mostrar su debilidad.

Al llegar a casa, el ambiente cálido y familiar de mi hogar me recibió, pero no pude evitar sentir un extraño vacío en el pecho. Mis hijos ya estaban dormidos, como solía suceder cuando llegaba tarde. Subí las escaleras con la esperanza de encontrar algo de paz en sus dormitorios, como solía hacerlo cada noche antes de dormir.

Primero fui al cuarto de Emily, mi pequeña de un años. Estaba profundamente dormida, con su oso de peluche favorito abrazado a su pecho. Me incliné y besé su frente suavemente, sintiendo cómo su calor calmaba un poco mi agitado estado de ánimo. Después, me dirigí al cuarto de James, quien también dormía plácidamente. Lo arropé un poco más, asegurándome de que estuviera cómodo antes de salir silenciosamente.

Finalmente, llegué al cuarto de William. Él era mi hijo mayor, el más parecido a mí en muchos aspectos. Aunque solo tenía diez años, ya mostraba signos de ser un niño serio y reservado, características que veía reflejadas en mí mismo. Me quedé un momento junto a su cama, observando cómo su pecho subía y bajaba de manera rítmica mientras dormía. Sentía un amor profundo por mis hijos, un amor que siempre me había resultado más fácil de expresar a través de acciones que de palabras.

Salí del cuarto de William y me dirigí a mi dormitorio, pero algo me detuvo. Mis pasos se desviaron hacia la sala de estar, donde me senté en el sillón más grande, dejando que la oscuridad de la habitación me envolviera. Me apoyé hacia atrás, cerrando los ojos, permitiéndome unos minutos de soledad antes de enfrentar el resto de la noche.

Mi mente, sin embargo, no encontraba descanso. Volvió a Mackenzie, y a todo lo que había cambiado desde que ella había entrado en mi vida. Cuando la contraté, pensé que sería una más de los empleados talentosos que había reclutado para hacer crecer mis empresas. Pero Mackenzie no era como los demás. Desde el primer día, su determinación, su inteligencia, y sí, su belleza, me habían intrigado. Y ahora, meses después, ella no solo ocupaba un lugar importante en mi vida profesional, sino que también había comenzado a invadir mi vida personal de una manera que nunca había previsto.

A la mañana siguiente, me levanté más temprano de lo habitual. Había dormido poco y mal, con sueños confusos y agitados en los que Mackenzie y mis hijos se mezclaban en escenarios que no tenía sentido interpretar. Decidí que la mejor manera de aclarar mi mente era mantenerme ocupado, así que me preparé para ir a la oficina antes de que mis hijos siquiera se despertaran.

Sin embargo, mientras desayunaba rápidamente en la cocina, escuché unos pasos suaves detrás de mí. Me giré para ver a William parado en la puerta, frotándose los ojos soñolientos.

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