Capitulo 20

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La Mañana Después
Frederick

Me desperté con el sol colándose a través de las cortinas, su luz difusa iluminando suavemente la habitación. Por un momento, no supe dónde estaba. Sentí el peso de una manta ligera sobre mi cuerpo y el aroma de sábanas limpias mezclado con el suave perfume de alguien más. Giré la cabeza lentamente, intentando recordar. Y entonces la vi.

Mackenzie estaba a mi lado, su cabello desordenado cayendo sobre la almohada, sus ojos cerrados en un sueño profundo. Su respiración era tranquila, y su rostro relajado. Por un segundo, todo me pareció irreal, como si fuera parte de una fantasía, una de esas que no puedes controlar.

La noche anterior vino a mi mente de golpe. Las copas de vino, el restaurante, el camino a casa... El beso. No solo un beso. Toda la noche se desarrolló en mi cabeza como una película que no podía detener. La forma en que habíamos cruzado esa línea, cómo el deseo nos había consumido a ambos sin posibilidad de retroceso.

Me quedé mirándola, luchando contra la confusión que empezaba a asentarse en mi pecho. Mackenzie. La arquitecta más brillante que había conocido. La mujer que desafiaba mis órdenes en cada oportunidad, que me provocaba y me hacía cuestionar cada decisión. Y ahora... ahora estaba en mi cama, desnuda.

Suspiré, pasándome una mano por el rostro. La sensación de imprudencia de la noche anterior no había desaparecido por completo, pero ahora estaba acompañada de una creciente sensación de responsabilidad. Sabía que lo que había sucedido no era solo una aventura sin consecuencias. Esto cambiaría todo.

Me levanté lentamente de la cama, asegurándome de no despertarla. Caminé hacia la ventana, apartando ligeramente las cortinas para dejar que la luz iluminara la habitación un poco más. Necesitaba pensar, pero mis pensamientos estaban nublados por la noche anterior, por lo que esto significaba para ambos.

Había algo en Mackenzie, algo que me atraía de una manera que no podía explicar. No solo era su belleza, aunque, sin duda, eso había jugado un papel importante. Era su inteligencia, su obstinación, su capacidad para desafiarme y hacerme ver el mundo de una manera diferente. Había algo adictivo en su compañía, en la forma en que nos complementábamos, incluso cuando estábamos discutiendo.

Pero al mismo tiempo, esto complicaba las cosas. Yo era su jefe. Y no solo eso, tenía una vida que ya era lo suficientemente caótica como para añadirle este tipo de relaciones. Mis hijos, mi trabajo, mi reputación. Todo estaba en juego.

Y entonces, la realidad me golpeó de nuevo. Mis hijos. No estaban en casa esa noche, pero volverían pronto. Y cuando lo hicieran, no podría ocultarles lo que había pasado. Eran demasiado perceptivos, especialmente William, que siempre estaba observando, siempre pendiente de todo lo que sucedía a su alrededor.

Giré para mirar a Mackenzie nuevamente. Todavía dormía, ajena a mis pensamientos. ¿Qué pensaría ella cuando despertara? ¿Sentiría arrepentimiento? ¿Vergüenza? ¿O estaría tan confundida como yo?

Decidí salir de la habitación antes de que se despertara. Necesitaba un momento a solas, algo de espacio para aclarar mi mente. Bajé las escaleras en silencio, dirigiéndome a la cocina. El café. Tal vez el café me ayudaría a pensar con más claridad.

Mientras el aroma del café comenzaba a llenar la cocina, escuché unos pasos ligeros. Sabía quién era antes de girar. Mackenzie apareció en la entrada, su ropa ligeramente arrugada, su cabello aún desordenado pero de una manera que la hacía lucir increíblemente atractiva.

—Buenos días —dijo, su voz suave pero cargada de una mezcla de incomodidad y curiosidad.

—Buenos días —respondí, sin estar seguro de qué decir a continuación.

Nos quedamos en silencio por un momento, como si ambos estuviéramos sopesando la situación. Era evidente que ambos estábamos tratando de procesar lo que había sucedido y qué significaba. Pero ninguno de los dos parecía estar listo para ser el primero en hablar sobre ello.

Finalmente, Mackenzie rompió el silencio.

—Anoche fue... —empezó, pero se detuvo, buscando las palabras adecuadas.

—Fue intenso —terminé por ella, intentando suavizar la situación.

Ella asintió, mordiéndose ligeramente el labio inferior, algo que hacía cuando estaba nerviosa. Se acercó a la mesa de la cocina y tomó asiento. Parecía más vulnerable de lo que jamás la había visto en la oficina, y esa vulnerabilidad me afectaba de una manera que no esperaba.

—Frederick —dijo finalmente—, no sé cómo procesar esto. Lo que pasó entre nosotros... No es algo que yo esperaba, y definitivamente no es algo que planeé.

—Lo sé —respondí, sirviéndome una taza de café antes de ofrecerle una—. Yo tampoco.

Nos quedamos en silencio nuevamente, y supe que ninguno de los dos tenía una respuesta fácil a lo que había sucedido. Esto no era solo un error impulsivo. Era algo más. Algo que ambos habíamos sentido desde hace tiempo, pero que habíamos decidido ignorar por razones obvias.

—No quiero que esto cambie las cosas en la oficina —dijo ella de repente, mirándome directamente a los ojos.

—Tampoco lo quiero —respondí, aunque sabía que no era tan simple.

La verdad era que las cosas ya habían cambiado. Ese beso, esa noche, lo había alterado todo. Intentar seguir adelante como si nada hubiera pasado sería imposible. Y aunque ambos estábamos de acuerdo en que el trabajo debía seguir siendo nuestra prioridad, la atracción entre nosotros no desaparecería solo porque lo decidiéramos.

Mackenzie se levantó lentamente de la silla, llevándose la taza de café con ella. La observé mientras caminaba hacia la ventana, mirando hacia afuera, probablemente tan perdida en sus pensamientos como yo lo estaba.

—No sé qué va a pasar después de esto —dijo, sin volverse hacia mí—. Pero sé que lo que pasó anoche... no lo lamento.

Esa declaración me tomó por sorpresa. No esperaba que lo dijera tan abiertamente, y de alguna manera, me sentí aliviado de escucharla.

—Yo tampoco lo lamento —admití, acercándome a ella.

Nos quedamos allí, uno al lado del otro, mirando por la ventana. Aunque todavía no sabíamos qué vendría a continuación, una cosa era segura: lo que habíamos compartido la noche anterior era real, y no podíamos simplemente ignorarlo.

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