Sombras y Límites
MackenzieEl clic de mis tacones resonaban en el pasillo mientras volvía a mi oficina tras el inesperado encuentro con Frederick en la cafetería. Mi mente estaba aún atrapada en ese momento extraño donde había dejado entrever algo que nunca había imaginado ver en él: una sombra de humanidad. Algo profundo que, por un instante, rompió su máscara de perfección glacial. Pero, tal como apareció, ese destello desapareció, y volvió a ser el hombre impenetrable que todos conocían.
Sacudí la cabeza mientras cruzaba la puerta de mi despacho. No podía permitirme distraerme con su complejidad emocional. No era mi problema. Mi trabajo era diseñar, crear, construir algo grandioso. No resolver los misterios de un hombre que no conocía de otra forma que como mi cliente.
Abrí los planos sobre la mesa, revisando por enésima vez los detalles del proyecto. Cada línea, cada curva tenía que ser exacta. Si Frederick era tan exigente como todos decían, entonces nada podría salir mal. Ya había presentado la propuesta inicial, y ahora estaba esperando su retroalimentación. Mientras trabajaba, un golpe suave en la puerta me sacó de mi concentración.
—Adelante —dije sin levantar la vista de los planos.
La puerta se abrió y una joven que apenas conocía se asomó con una carpeta en la mano. Era una de las asistentes del equipo de administración.
—Señorita Taylor, esto es para usted. Son los informes preliminares de costos y materiales para el proyecto —dijo, entregándome la carpeta.
—Gracias, déjala aquí —le indiqué, señalando una esquina de mi escritorio que no estuviera cubierta de papeles.
Ella asintió y salió en silencio, dejando el espacio de nuevo en calma. Tomé la carpeta y la hojeé rápidamente. Había algunos ajustes que hacer, nada fuera de lo común. Pero el tiempo era esencial. Con Frederick Montgomery respirando en mi cuello, cualquier retraso, por pequeño que fuera, podría desencadenar una tormenta.
El día pasó en una nube de trabajo constante. Entre reuniones con los ingenieros, revisiones de presupuesto y llamadas interminables, apenas me di cuenta de que el sol ya se había puesto. Mi estómago gruñó, recordando que no había comido nada desde el café de la mañana.
Decidí que ya era suficiente por un día y comencé a recoger mis cosas. Mañana sería otro día cargado, y tenía que estar al 100%. Mientras guardaba mi laptop en el maletín, el sonido de una puerta abriéndose en el pasillo me hizo detenerme. Miré el reloj: eran casi las ocho de la noche. ¿Quién más podría estar aquí a estas horas?
Curiosa, me asomé por la puerta de mi despacho y vi a Frederick, solo, caminando hacia el ascensor. Estaba revisando algunos papeles que sostenía en una mano, y la otra se pasaba distraídamente por su cabello oscuro. Se veía diferente, menos rígido. Casi... vulnerable. Algo me hizo dudar, pero me obligué a salir de mi oficina y caminar hacia él.
—¿Trabajando hasta tarde? —pregunté, más para romper el silencio que por otra cosa.
Frederick levantó la vista y me observó por un segundo, como si le costara procesar que yo estaba ahí. Luego, asintió lentamente.
—Parece que ambos lo hacemos —respondió con su voz profunda, pero sin el tono dominante que solía usar.
Nos quedamos parados frente al ascensor, esperando en silencio. La tensión entre nosotros era palpable, pero diferente esta vez. Era como si estuviéramos en un terreno neutral, lejos de las dinámicas de poder que solían definir nuestras interacciones. Mientras esperábamos, su mirada vagaba por el pasillo y luego se centró en mí.
—¿Qué te parece hasta ahora el proyecto? —preguntó, sorprendiéndome con su tono más relajado.
Era la primera vez que me hacía una pregunta que no sonaba como una evaluación o una orden.
—Creo que tiene potencial para ser algo realmente increíble —dije con sinceridad—. Es un desafío, pero me gustan los desafíos.
Frederick esbozó una sonrisa casi imperceptible.
—Eso ya me lo imaginaba —respondió, con una leve chispa en sus ojos.
Las puertas del ascensor se abrieron, y ambos entramos. Era un espacio pequeño y silencioso, que de pronto se sentía aún más reducido por la intensidad de su presencia. A pesar de la hora, Frederick seguía impecable, como si el peso del día no lo afectará. Era frustrante, en cierto sentido, cómo parecía estar siempre en control. Aunque había algo en su postura más relajada que me hacía pensar que no era tan invulnerable como aparentaba.
El ascensor comenzó a descender, y el silencio se hizo más pesado.
—Debo admitir que me sorprende verte aquí tan tarde —dije, rompiendo el incómodo silencio—. No parece que suelas quedarte en la oficina cuando no es absolutamente necesario.
—A veces, trabajar tarde es la única manera de escapar del caos —respondió, su voz algo distante.
Eso llamó mi atención. ¿Caos? Para alguien como Frederick Montgomery, la vida debía estar milimétricamente controlada. Pero tal vez ese era el problema. Demasiado control, y poco espacio para cualquier otra cosa.
—¿Caos? No creí que nada pudiera escapar de tu control —comenté, intentando que mi tono sonara neutral, pero la ironía se filtró.
Frederick dejó escapar un suspiro suave, algo que parecía más humano de lo que jamás había mostrado. Giró su cabeza ligeramente hacia mí, su mirada más suave que de costumbre.
—Eso es lo que todos creen —murmuró—. Pero la realidad es que a veces, las cosas más importantes están fuera de nuestro control.
No pude evitar mirarlo con curiosidad. Algo en su tono, en su expresión, me decía que hablaba de algo más que negocios. Tal vez de su vida personal. De sus hijos. O de algo que ni siquiera yo podría adivinar. Quería preguntar más, pero el ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron, sacándonos de esa pequeña burbuja de intimidad inesperada.
Salimos al vestíbulo en silencio. Frederick se volvió hacia mí una vez más antes de dirigirse hacia la salida.
—Nos veremos mañana —dijo simplemente, con su rostro de nuevo imperturbable.
—Claro —respondí, sintiendo que había dejado algo sin decir, aunque no sabía exactamente qué.
Mientras lo veía alejarse, me di cuenta de que había algo más en Frederick Montgomery de lo que mostraba al mundo. Algo que lo hacía más intrigante, pero también más peligroso. No solo porque era mi jefe, sino porque empezaba a despertar en mí una curiosidad que no debería estar ahí.
Salí del edificio, el aire fresco de la noche me golpeó la cara, despejando un poco la nube de pensamientos que se había acumulado durante el día. Frederick Montgomery, por más complicado que fuera, no podía permitirse ser una distracción. Pero, ¿cómo evitarlo cuando cada vez que hablábamos me dejaba con más preguntas que respuestas?
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Building dreams
Ficțiune adolescențiFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...