Capitulo 49

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Un Nuevo Ritmo
Mackenzie

Desde el día que salí de compras con Emily, algo en mí comenzó a cambiar. La idea de que esta familia era mía, que Frederick y yo estábamos construyendo algo juntos, empezaba a sentirse cada vez más real y reconfortante. Y con ese sentimiento vino una nueva costumbre, una que al principio había sido casi instintiva pero que ahora se estaba convirtiendo en una pequeña rutina entre nosotros: sentarme en el regazo de Frederick.

Todo comenzó una tarde cuando regresé a casa después de un largo día en la oficina. Estaba cansada, mi cuerpo empezaba a sentir el peso del embarazo, y lo único que quería era estar cerca de él, encontrar un pequeño refugio en su presencia. Entré en su despacho, como ya era costumbre, y lo encontré concentrado en sus papeles, con la mirada fija en la pantalla de su computadora. Sin pensarlo mucho, caminé hacia él, rodeé su escritorio y, en lugar de buscar una silla, simplemente me senté en su regazo.

Frederick levantó la vista, sus cejas se alzaron ligeramente en señal de sorpresa, pero no dijo nada. Su mano, que había estado descansando en el ratón, se deslizó suavemente hacia mi espalda, una caricia silenciosa que me hizo sonreír. Me acurruqué contra él, dejando que su calor me envolviera, y cerré los ojos, disfrutando de la quietud del momento.

—¿Qué estás haciendo, Kenzie? —preguntó finalmente, su voz baja y serena.

—Estoy descansando —respondí, sin abrir los ojos.

No hubo más palabras después de eso, pero sentí su cuerpo relajarse bajo el mío, como si mi presencia no le resultara incómoda, sino más bien todo lo contrario. Nos quedamos así, en silencio, mientras él continuaba trabajando y yo disfrutaba de su compañía, sintiendo que, por primera vez, estaba exactamente donde debía estar.

Con el tiempo, este pequeño gesto se convirtió en una costumbre. Cada vez que regresaba de la oficina, me encontraba buscando su presencia, y siempre terminaba en su regazo, dejando que él me abrazara con sus brazos fuertes y seguros. Frederick nunca se quejó, nunca me dijo que era inapropiado o que le molestaba. Al contrario, parecía aceptarlo con una naturalidad que me sorprendía, dado lo poco afectuoso que había sido al principio de nuestra relación.

Una tarde, después de un día particularmente largo en el trabajo, entré en su despacho con la intención de simplemente saludarlo, pero mis pies me llevaron automáticamente hacia él, como si ya supiera cuál era mi destino. Frederick estaba en medio de una llamada telefónica cuando me vio entrar, y por un momento pensé que debería esperar hasta que terminara, pero algo en su mirada me indicó que no era necesario. Sin dudarlo, rodeé su escritorio y me acomodé en su regazo, apoyando mi cabeza en su hombro mientras él continuaba hablando en voz baja con quien estuviera al otro lado de la línea.

Mientras él hablaba, su mano libre se movió hasta mi vientre, acariciándolo suavemente, como solía hacer cada vez que estábamos juntos. Cerré los ojos, dejando que su voz y sus caricias me arrullaran, sintiendo cómo mi cuerpo se relajaba por completo.

Cuando terminó la llamada, me besó suavemente en la sien, un gesto que, aunque raro en él, se había vuelto cada vez más común en las últimas semanas.

—¿Todo bien? —preguntó, su voz baja y profunda.

—Sí —respondí, sin moverme de su regazo—. Solo necesitaba estar cerca de ti.

Frederick no respondió de inmediato, pero sentí que su abrazo se hacía un poco más fuerte, más protector.

—No tienes que justificarte, Kenzie. Siempre eres bienvenida aquí —dijo finalmente, con una sinceridad que me conmovió profundamente.

Con el tiempo, incluso los niños comenzaron a notar esta nueva costumbre. A veces, mientras estábamos en el despacho, William o James entraban a buscar a su padre y me encontraban sentada en su regazo. Al principio, me sentí un poco avergonzada, preguntándome si ellos lo encontrarían extraño, pero pronto me di cuenta de que no era así. Para ellos, era algo completamente normal. Incluso Emily, en su inocencia infantil, a veces se acercaba y pedía que la cargara junto conmigo, disfrutando de ese momento de cercanía con ambos.

Un día, mientras estábamos todos juntos en el despacho, Emily subió a mi regazo y se acurrucó entre Frederick y yo. James, que había estado jugando con algunos juguetes en el suelo, levantó la vista y nos observó por un momento antes de sonreír y unirse a nosotros, apoyando su cabecita en mi brazo.

—Papá, ¿podemos quedarnos así un rato? —preguntó, con la dulzura que lo caracterizaba.

Frederick asintió, sonriendo de una manera que me hizo sentir como si hubiéramos encontrado nuestro propio pequeño refugio en medio del caos del día a día.

—Por supuesto, James —respondió, besando la cabeza de su hijo—. Aquí estamos todos juntos, como debe ser.

A partir de ese momento, no solo me acostumbré a buscar la presencia de Frederick, sino que también comencé a encontrar consuelo en la compañía de los niños, en cómo su presencia llenaba de vida nuestra casa. Los momentos en su regazo no eran solo una forma de descanso, sino también una manera de reconectar, de recordar por qué estábamos juntos en primer lugar.

Con el paso de las semanas, este pequeño ritual se convirtió en algo más que una simple costumbre; se convirtió en una afirmación de lo que éramos como familia. No importaba lo que sucediera fuera de esas paredes, siempre encontraríamos la manera de estar juntos, de apoyarnos mutuamente.

Frederick, aunque no era un hombre especialmente cariñoso en público, había comenzado a mostrarme un lado suyo que pocos conocían, un lado que me hacía sentir segura, amada y respetada. Y cada vez que estaba con el, rodeada por sus brazos fuertes y seguros, sabía que, aunque nuestro camino juntos no había sido fácil, estaba exactamente donde debía estar.

Esa tarde, después de haber pasado un largo rato juntos en su despacho, me levanté finalmente de su regazo y le di un beso en los labios antes de dirigirme a la puerta.

—Gracias, Frederick —le dije, mirándolo a los ojos—. Por todo.

Él asintió, su expresión suave y cálida.

—No tienes que agradecerme, Kenzie. Tú eres la que ha hecho todo esto posible.

Salí del despacho con una sonrisa en los labios, sintiéndome más conectada a él y a los niños que nunca antes. Sabía que, sin importar lo que el futuro nos deparara, siempre encontraríamos una manera de mantenernos unidos, de construir nuestra vida juntos, día a día, paso a paso.

Y en ese momento, mientras caminaba hacia nuestra habitación, supe que lo que teníamos era más que suficiente, más de lo que alguna vez había soñado, y todo gracias a un simple gesto de amor que se había convertido en la base de nuestra nueva vida juntos.

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Muero de amor....
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