En Medio del Torbellino
FrederickLos días en la oficina habían tomado un ritmo frenético, y parecía que no había suficientes horas en el día para abordar todo lo que se acumulaba en mi escritorio. El nuevo proyecto de la torre estaba consumiendo la mayor parte de mi tiempo y energía. Cada vez que creía que estábamos avanzando, surgía un nuevo obstáculo: problemas con los contratistas, demoras en las entregas, cambios inesperados en los planos... y todo eso mientras trataba de mantener el equilibrio con mis responsabilidades como padre y, por supuesto, con Mackenzie.
Mackenzie era mi mayor preocupación en esos momentos. Desde que asumió la responsabilidad de liderar el diseño del proyecto, la había visto cambiar. Su habitual energía y entusiasmo estaban comenzando a desvanecerse, reemplazados por una tensión palpable que me preocupaba más de lo que quería admitir. Había veces que la encontraba en su oficina, con las manos en la cabeza, rodeada de planos y documentos, su mirada fija en un punto lejano. Sabía que estaba pensando en mil cosas a la vez, tratando de encontrar una manera de hacer malabares con todo sin dejar caer ninguna de las piezas.
Por mi parte, trataba de aliviar su carga tanto como podía, pero no siempre era sencillo. Ambos estábamos atrapados en una tormenta de trabajo y compromisos familiares que dejaba poco espacio para nosotros mismos. Aun así, intentaba ser el apoyo que sabía que necesitaba, aunque a veces eso significara simplemente darle el espacio para respirar.
Aquella mañana, sin embargo, supe que algo estaba mal incluso antes de que llegara a mi oficina. Había recibido varios correos electrónicos urgentes, tanto de Mackenzie como de otros miembros del equipo, sobre problemas que necesitaban mi atención inmediata. Sabía que el estrés estaba aumentando, pero cuando Mackenzie no se presentó a la reunión de las nueve, algo que nunca hacía, mi preocupación se disparó.
Me encontraba revisando un informe financiero cuando escuché un suave golpe en la puerta. Levanté la vista y la vi entrar, cerrando la puerta detrás de ella con un gesto que sugería que no quería ser molestada. Sus ojos, normalmente brillantes, estaban apagados, y había una tensión en su mandíbula que me decía que estaba al borde de romperse.
—Frederick—, dijo con voz cansada, su tono más apagado de lo habitual. Se acercó lentamente a mi escritorio, sus pasos pesados, como si estuviera cargando un peso invisible sobre sus hombros. No dije nada, esperando a que ella tomara la iniciativa. Sabía que forzarla a hablar solo la haría cerrarse más.
Finalmente, llegó a mi lado y, para mi sorpresa, se dejó caer en mi regazo, tal como había hecho unos días antes. Apoyó su cabeza en mi hombro, cerrando los ojos mientras dejaba escapar un suspiro largo y tembloroso. Instintivamente, rodeé su cintura con mis brazos, acercándola más a mí, ofreciendo el consuelo que parecía necesitar desesperadamente.
—Todo se está desmoronando—, murmuró, su voz apenas un susurro. —No puedo... No puedo con todo esto, Frederick. El trabajo, los niños, la bebé ... Siento que estoy fallando en todos los frentes.
No dije nada de inmediato, dándole tiempo para procesar sus pensamientos. Podía sentir la tensión en su cuerpo, la manera en que sus músculos estaban rígidos bajo mis manos. Estaba agotada, física y emocionalmente, y eso me preocupaba profundamente. Mackenzie siempre había sido fuerte, pero todos tienen un límite, y ella estaba peligrosamente cerca del suyo.
—Mackenzie—, comencé finalmente, manteniendo mi tono suave pero firme, —no tienes que hacer todo sola. Sabes que puedes contar conmigo, con nuestro equipo... No estás fallando en nada. Estás haciendo lo mejor que puedes, y eso es suficiente.
Ella se quedó en silencio por un momento, sus manos aferrándose a mi camisa, como si necesitara ese contacto para anclarse a la realidad. —No se siente suficiente—, respondió, su voz quebrándose ligeramente. —Siento que cada vez que resuelvo un problema, surgen dos más. Y estoy tan cansada, Frederick. Tan cansada.
La besé suavemente en la frente, un gesto que rara vez hacía, pero que en ese momento me pareció natural. —Lo sé, Kenzie. Pero no tienes que llevar toda la carga. Estamos en esto juntos, ¿recuerdas?
Ella asintió, pero su expresión seguía siendo sombría. —Hoy he tenido que rehacer tres planos completos porque los cálculos estaban mal. Y luego James se cayó en la escuela y tuve que correr para llevárselo a la enfermera. Y April... Ella no paraba de llorar anoche. Apenas dormí dos horas.— Su voz se fue apagando mientras hablaba, cada palabra cargada de frustración y agotamiento.
Sentí un nudo en el estómago al escucharla. Estaba haciendo malabares con demasiadas cosas, y aunque admiraba su determinación, sabía que esto no podía continuar así. —Kenzie—, dije, atrayendo su rostro hacia mí para que me mirara a los ojos, —necesitas descansar. No puedes seguir a este ritmo sin romperte. El proyecto puede esperar, y si es necesario, encontraremos a alguien más para que te ayude. Pero lo más importante ahora es tu bienestar y el de nuestro bebé.
Ella asintió lentamente, y pude ver cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos. —Tienes razón—, susurró. —Solo... no quiero defraudarte, Frederick. Quiero ser fuerte por ti, por los niños... por nosotros.
—Y lo eres—, le aseguré, acariciando suavemente su cabello. —Eres la mujer más fuerte que conozco, pero incluso los más fuertes necesitan un descanso. No estás defraudando a nadie, Kenzie. Te amo por lo que eres, no por lo que haces.
Finalmente, Mackenzie soltó un sollozo, escondiendo su rostro en la unión de mi cuello y hombro. La sostuve más fuerte, dejándola liberar todo lo que había estado reprimiendo. Sabía que era un momento crucial para ella, un punto de inflexión en el que necesitaba sentir que no estaba sola en esto.
Nos quedamos así durante lo que pareció una eternidad, simplemente abrazándonos mientras ella lloraba en silencio. Cada lágrima que derramaba era una señal de la presión que había estado soportando, y mi única preocupación en ese momento era asegurarnos de que nunca más se sintiera así.
Cuando finalmente se calmó, levantó la cabeza para mirarme, sus ojos rojos pero llenos de una determinación renovada. —Gracias—, dijo con voz ronca. —Gracias por estar aquí para mí, Frederick.
—No tienes que agradecerme—, le respondí suavemente. —Estamos juntos en esto, Kenzie. Siempre.
Ella me besó, un beso suave y lleno de gratitud, pero también de una profunda conexión que solo podía nacer de momentos como este. El trabajo, los problemas, todo eso quedó en segundo plano mientras compartíamos ese beso. Era un recordatorio de lo que realmente importaba: nosotros, nuestra familia, y el amor que nos unía.
Cuando finalmente nos separamos, supe que había tomado una decisión. —Voy a delegar más en el equipo—, dijo con una pequeña sonrisa. —Y voy a tomarme un descanso esta tarde. Creo que necesito dormir un poco.
—Me parece una excelente idea—, respondí con una sonrisa propia. —Y si necesitas algo más, lo que sea, estaré aquí.
Mackenzie asintió, su expresión más relajada de lo que había estado en días. Se levantó de mi regazo con cuidado, y antes de salir de mi oficina, se volvió hacia mí una vez más. —Te amo, Frederick.
—Y yo a ti, Kenzie—, le dije, con una sinceridad que venía del fondo de mi corazón. La observé salir, sintiéndome más conectado con ella que nunca.
Sabía que el camino por delante aún sería difícil, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que podíamos manejarlo, juntos. Y eso era todo lo que necesitábamos para seguir adelante.
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Building dreams
Dla nastolatkówFrederick Montgomery es el dueño de las empresas más prestigiosas del mundo, un hombre de carácter implacable y presencia dominante. Arrogante, frío y calculador, siempre ha puesto los negocios por encima de todo, incluso de su familia. Viudo y padr...