—Lo tienes todo, ¿no? —me preguntó mi madre por enésima vez.
—Sííííí... —respondí.
—¿Todos los libros? ¿El pijama? ¿La varita? ¿Pergaminos, plumas y tinta? Como se te olvide algo y tenga que enviártelo con la lechuza...
—Me enviarás también un vociferador explicándome qué diversas actividades haré durante todo el verano, algo así como duros castigos, por ser una olvidadiza —terminé yo la frase poniendo los ojos en blanco.
—Exacto, Emma —asintió mi madre—. No te lo tomes a broma, sabes que voy en serio.
—Lo sé, tú casi siempre vas en serio —reí yo. Eché el último trago a mi taza de café, lamí mis labios y me levanté de la mesa. Seguidamente recogí las cosas y fui posándolas en el fregadero.
—Ve a lavarte los dientes, ya me encargo yo de esto —me sonrió mi madre. Asentí feliz y me dirigí a mi cuarto, no sin escuchar antes a mi madre susurrar: «¡Fregotego!» Me reí en bajo mientras subía las escaleras.
Agarré mi baúl, le dije a Cinder, mi gata gris y de ojos azules, que me siguiera y bajé con cuidado al piso de abajo. Seguí a mi madre a la calle, nos montamos en su coche y marchamos a la estación King's Cross. Al llegar, cruzamos hacia el andén 9 y ¾ y vimos al gran expreso de Hogwarts, rojo, enorme y majestuoso, ante nosotras. Me encantaba ese tren. Era cómodo, con todo lo que necesitas, y se podían divisar vistas preciosas desde él.
—¡Emma! —alguien gritó a mi espalda. Me giré y vi a Hermione. Corría hacia mí. Me dio un enorme abrazo que yo devolví de inmediato y luego saludó a mi madre con dos besos.
—Si me disculpáis, niñas, voy a saludar a los señores Weasley —dijo mi madre. Nosotras dos asentimos y mi madre fue a hablar con los padres de Ron, que habían venido con sus hijos, Hermione y Harry, y ella conocía desde que íbamos a segundo.
—¿Cómo estás? ¿Cómo estáis todos? ¿Os ocurrió algo? —pregunté algo nerviosa. Sabía, gracias a El Profeta, que los mortífagos habían atacado en el Mundial de quidditch y también sabía que mis mejores amigos habían estado allí, por eso me alarmé al leer la noticia.
—Estuvimos a punto de perder a Harry, pero le encontramos. La Marca Tenebrosa fue aterradora, todos tuvimos mucho miedo. Pero por suerte estamos todos bien —me explicó Hermione.
—No sabes cuánto me alegro —suspiré aliviada. El tren anunció que estaba a punto de salir. Yo me despedí de mi madre y de los señores Weasley y Hermione me guió dentro, donde dijo que los chicos ya estaban. Les buscamos por los compartimentos y al fin les encontramos.
—Por fin, Hermione; Crookshanks casi me araña otra vez —espetó la voz molesta de Ron. Cuando alzó la vista, su cara se iluminó al verme y se levantó de un salto, haciendo que Harry me mirase también, e hizo lo mismo.
—¡Emma! —exclamaron los dos alegremente.
—Hola, chicos —sonreí mientras me apretaban entre sus brazos. Hermione se sentó con un suspiro al lado de su gato y se puso a leer El Profeta. Después del abrazo, me senté frente a Hermione con Cinder en mi regazo.
—¿Me la dejas? —preguntó Ron mirando a mi gata.
—Sí, toma —le tendí a Cinder y él la agarró con cuidado.
—¡Qué cosita tan mona! —dijo con tono dulce el pelirrojo. Acariciaba a mi gata mientras ella ronroneaba gustosa—. Crookshanks, a ver si aprendes —espetó Ron al gato de Hermione. Este le bufó.
—Ssshh, tranquilo... —Hermione le acarició para calmarle.
—Es un agresivo. En cambio, esta gatita ni araña, ni muerde, ni molesta, ni... —Crookshanks volvió a bufarle y Hermione le tranquilizó de nuevo.
—Deja de decirle esas cosas. A ti tampoco te gusta que te insulten, ¿verdad? —le regañó Hermione.
—Chica, cómo te pones... —suspiró Ron.
—Qué infantiles sois —dijimos Harry y yo al mismo tiempo y reímos.
—¿Cómo no han podido identificar a quien hizo la Marca? —protestó Hermione mientras seguía leyendo el periódico—. ¿No había seguridad?
—Por supuesto que había. Eso es lo que más les molesta en el Ministerio: que ocurrió ante sus ojos y no pudieron hacer nada. Lo llevan muy mal —dijo Ron.
—Ganó Irlanda, ¿no? —pregunté después de un incómodo silencio.
—Sí —afirmó Ron con entusiasmo—. ¡Menudo partidazo! No sabes lo guay que fue; ¡deberías haber estado allí! Vimos a los Malfoy y a una elfina doméstica muy rara, pero no fue más allá. La verdad es que Krum jugó genial... —me contó con verdadera fascinación.
—¡Claro que debería haber estado allí! Pero mi madre no tenía ganas y de todas formas tampoco me dejaba ir... Me hubiese gustado ver a Krum jugar en directo —contesté yo.
—¡Fue impresionante! —comentó Ron.
—¿Cómo no iba a jugar bien el búlgaro si estuviste tú allí, Ron? Lo hizo lo mejor que pudo para impresionar a su amada —se burló Harry.
—¡Tío! No estoy tan obsesionado con él —protestó el pelirrojo.
—¿Quién ha dicho algo de estar obsesionado? —alzó una ceja Harry, para molestar a su amigo.
Ron gruñó y se puso rojo. Miró enfadado por la ventana y cruzó los brazos, lo que provocó que mi gata maullase un poco molesta y se acercase a mí. Él no pareció darse cuenta.
La anciana bruja que repartía dulces por todo el tren apareció por la puerta de nuestro compartimento y fui la primera en levantarme para coger chucherías. Me llevé la mano al bolsillo para buscar mi dinero, mientras Harry y Ron me imitaban y pedí grageas de Bertie Bott, varitas de chocolate y varitas de regaliz.
Ron pidió un paquete de súper hinchables y Harry estuvo a punto de pedir algo cuando una chica de rasgos asiáticos se le adelantó, creyendo que no se había decidido aún, y le pidió su comida a la bruja. Miró a Harry con timidez, sus amigas rieron, pagó a la señora y se fue.
—¿Quieres algo, hijo? —le preguntó la bruja a Harry.
—No, no, gracias... —masculló y se sentó de nuevo.
—¿Qué es esa cara, pillín? —me burlé mirándole inquisitiva. Le di un mordisco a una varita de regaliz.
—¿Eh? ¿Qué cara? No me pasa nada —disimuló casi tartamudeando. Estaba como un tomate.
Yo conocía a esa chica. Bueno, de verla por Hogwarts, pero nunca habíamos hablado. Sin embargo, sabía su nombre: Cho Chang. Supuse que, más tarde, a Harry le interesaría saberlo, pero por ahora lo dejé estar.
—Emma, te cambio un chicle de los míos por una varita tuya de chocolate —me propuso Ron devorando mi comida con la mirada.
—Toma —le di lo que me pidió—. No es necesario un trueque; te la doy sin más.
—¡Oh, Emma, qué buena eres! —exclamó Ron feliz, mientras mordía la varita.
—Harry, creo que deberías contarle a Sirius todo esto... Y lo de tu sueño también —dijo de pronto Hermione, con una mirada preocupada.
—¿Qué sueño? —cuestioné.
Me contaron el temible sueño que tuvo Harry, cómo le había dolido la cicatriz al despertarse y también cuando apareció la Marca en el cielo.
—¡Por Merlín! —no se me ocurrió nada más que decir. No quería verme como una mujer mayor diciendo: «Oh, pobre chico, cuánto tiene que sufrir». A Harry no le gustaba que se compadeciesen de él y yo no iba a ser una excepción.
—Todo muy... Bueno, ya sabes —suspiró Harry. Hice una mueca y bajé la cabeza para mirar a Cinder, mientras la acariciaba.
—Estoy de acuerdo con Hermione; deberías avisar a tu padrino —comenté. Harry suspiró y asintió. Sacó pluma, papel y tinta y comenzó a escribir. Al acabar, soltó a Hedwig por la ventana con la carta en el pico. Me encantaba esa lechuza, era preciosa.
El camino hacia Hogwarts fue tranquilo y divertido. Al bajar, vimos a Hagrid con los de primero y le saludamos con la mano desde lejos. Entramos al castillo y nos sentamos en nuestra mesa correspondiente, esperando a la cena y a las típicas palabras de Dumbledore de cada año.
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La Serpiente Y El Tejón (Draco Malfoy Fanfic)
FanfictionLa valentía nunca había sido mi fuerte, pero sí mi tenacidad; supongo que por eso me eligieron para la casa de Hufflepuff. Soy Emma O'Brien y estoy complacida de contarle al mundo (tanto mágico como muggle) la historia de mi vida, sobre todo en Hogw...