Inglaterra

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Imagina ser vampira y que Inglaterra te de su sangre.


—Realmente lamento que tengas que hacer esto— susurro, (T/N), al mismo tiempo que se acercaba al país. Inglaterra, simplemente desvió su mirada, corriendo, hacia un lado, su cabeza.

—Como sea, no importa— balbuceo. La muchacha no dijo más nada y, simplemente, comenzó su tarea: retirar la camisa del rubio. Siempre hacia esto para que la prenda no se manchara. ¿Con que? Con sangre, por supuesto, con la deliciosa sangre de Arthur. Ambos se conocían desde hacía bastante tiempo, de hecho, (T/N) tomo un papel maternal para la nación, de pequeño. No recuerda, muy bien, cuando es que había descubierto que aquella mujer que jamás envejecía, a quien creía un hada por su bondad, era una vampira. Tampoco recordaba cuando es que había dejado que ella consumiera de él. No le molestaba.

Tan ensimismado en sus pensamientos estaba, que se sobresalto al sentir la caliente textura de la lengua ajena pasar por su cuello. Cerró sus ojos, evitando que un jadeo se le escapara de sus labios. Inspiro profundamente y dejo salir el aire, al mismo tiempo que sentía como los colmillos de ella, perforaban su piel. Soltó un quejido, mientras arrugaba la sabana entre sus manos. No le dolía, no demasiado, pero, aun así, no le gustaba cederle su sangre. No le gustaba por lo que... Oh, Jesús.

(T/N) soltó un placentero gemido, al mismo tiempo que se sentaba sobre las piernas de Inglaterra. Las manos de la mujer, recorrieron su cuerpo, arañando, con cuidado, su piel, provocándole diversos escalofríos. El espantoso sonido de succión era nada comparado con los jadeos de la mujer, junto, claro, con sus movimientos sobre el cuerpo del contrario. No le gustaba, exactamente, por eso. Siempre se escuchaba demasiado pasional, se sentía pasional. El hombre trago fuertemente, notando una gran punzada en su entrepierna. ¡Él no era de piedra! Sin poder evitarlo, abrazo por la cintura a la vampira, quien seguía tomando su sangre, esta vez, un poco menos desesperada y más consciente de lo que sucedía a su alrededor. La muchacha, queriéndole jugar una broma, apretó su cadera mas a la de él, sacándole una maldición en un susurro. Se veía tan adorable con ese sonrojo y esas gruesas cejas arqueadas. Quería comérselo.

Finalmente se desprendió de la piel, al mismo tiempo que soltaba un gran jadeo. Realmente era un manjar. Se relamió los labios, observando cómo pequeños hilos de sangre se deslizaban por los pequeños orificios.

—Hey— lo llamo

—¿Qué?

—Estas duro— apenas había terminado de decir eso, cuando el hombre se incorporo violentamente, haciendo que ella tuviera que levitar para no caerse.

—¡Cállate! ¡Es tu culpa! ¡Ahora fuera, maldita murciélago!— exclamo. La mujer no pudo hacer más que reír y salir por la ventana que siempre estaba abierta para ella. Siempre.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora