America

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Imagina que Alfred te reproche

Estado Unidos de América, observaba el tempestuoso mar que chocaba contra las escarpadas rocas, con agresividad y potencia, erosionándolas aun más. Se imagino que, tal vez, cuando aquella tierra era más joven y el aun ni siquiera tenía conciencia de su propia existencia, aquello había sido aun más terrible. (T/N) solía decirle que ahora estaba más cómoda en su propio territorio.

"Antes todo era más violento. La naturaleza lo era con cada uno de nosotros, sobretodo, los que no hemos sido bendecidos con buenos climas"

Detrás suyo, el tintinear metálico, interrumpía el silencio que reinaba en aquella casa. El estaba acostumbrado a más ruido, pero comprendía que la mujer dueña de todo era alguien silenciosa y que no necesitaba más barullos de los que ya había tenido. Se giro, dejando la magnífica, pero brutal, vista y fijándose en ella. (T/N) parecía, casi, desvalida, en aquel sillón antiguo, pero cualquiera que la conociera, sabía que solo era su aspecto físico. Ella, siendo una de las mujeres más viejas de todos, había pasado por incontables batallas.

—Deja de pensar, es molesto— dijo (T/N), sin despegar la vista de la lana que estaba tejiendo—. Casi pudo escuchar el zumbido de tus pensamientos. Por eso no me gusta cuando vienes— comento, sin una pizca de amabilidad. Ya estaba vieja para esas cosas, bueno, en realidad jamás había tenido demasiado tacto.

—¡Que cruel!— exclamo Alfred, haciendo un pequeño puchero, pero, al no recibir, ni siquiera una mirada, sonrió levemente. A ella no la podía engañar como lo hizo con Inglaterra tantos años. Le gustaba y le molestaba. Lentamente comenzó a caminar, tomando una desvencijada silla y acercándose hasta quedar frente a ella. La mujer le hacía recordar a Penélope, la esposa de Ulises, que, según el mito, tejía y tejía, con paciencia, solo con un objetivo. En este caso, no era tan impresionante como para evitar que otros tomar el trono, pero le gustaba fantasear.

Giro la silla y tomo asiento, apoyando sus manos en el respaldo.

—Jamás te agrade— afirmo, obteniendo como respuesta, el silencio—. Ni cuando era pequeño. Recuerdo que solías preferir, por mucho, a Canadá.

—Lo prefiero— dijo abruptamente, mientras seguía haciendo puntos constantemente.

A Alfred, esto le dolía un poco, pero no lo demostró.

—Cuando niños, tú eras insoportable. Siempre queriendo llamar la atención y pasando por encima de las reglas que se imponían. En cambio, Matthew, decía, por favor, gracias y permiso. Era mucho más centrado y suave... Bueno, aun lo sigue siendo— comento (T/N), deteniéndose momentáneamente—. Pero, créeme que si no hubiera sido por la promesa que le hice a Francia, de enseñarle su lengua al niño, no me hubiese acercado, no me gustan los críos— confeso y volvió a tejer.

—Supongo que eso lo explica—murmuro Alfred. Aun recordaba la primera vez que la vio. El largo, pero sencillo, vestido negro le estremeció. Era la mujer más imponente que había visto y se asusto un poco, pero cuando le vio tratar con dulzura a su hermano, sintió... celos, añoranza, envidia. Muchos sentimientos que han marcado su vida a lo largo de la historia.

Los minutos de silencio pasaron entre ambos.

—Pero, debo decir, que cuando te revelaste contra Inglaterra, me sorprendió— siguió (T/N)—. Lamentablemente, Matthew quedo entre tu y mi hermanastro. Recuerdo una noche de tormenta, haberlo encontrado parado en la puerta del umbral de casa.

América aguzo su vista, arqueando, apenas un poco, una de sus cejas. ¿Cuándo había pasado aquello? ¿Tal vez luego de negarle su ayuda? Aquello no le gusto para nada. Su hermano se le había adelantado... Unos doscientos años.

Se relamió sus labios y se inclino hacia adelante.

—¿Y cómo es que lo confortaste?— su voz había salido más ronca de lo que había esperado y observo que (T/N) se había percatado de ello. La mujer elevo, por fin, su vista y el rubio se sintió repentinamente afortunado. Le gustaban los ojos de ella, se veían serios, estables, como si fueran rocas que ni el mar más tempestuoso podría erosionar.

(T/N) se inclino suavemente, dejando ver un poco más del escote de su blusa. Solo un centímetro de piel más. Luego de tantos años sabios que los hombres, y algunas mujeres, adoraban eso. Lo confirmo cuando vio como los ojos azules de Alfred bajaban rápidamente.

—Las maneras de cómo lo reconforte hasta que finalmente se durmió, quedaran solo entre el y yo. No metas tu nariz en nuestros asuntos—dijo, casi de manera seseante, para luego volver a su infinito trabajo.

Alfred soltó un bufido y aparto la vista, sintiendo su corazón querer salirse de su pecho. Le encantaría poder ser como el océano y chocar contra las rocas, erosionándolas hasta descubrir su parte mas suave. 


~*~

Hola, sobrinas (?

¿Les gustaria hacer un grupo de WhatsApp? No se, creo que estaria divertido (? Que igual no se que pondria, pero les puedo pasar fotos de mi gato (?

Eso... No se, estoy aburrida (?

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora