Vargas

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Imagina un momento, padre e hijo

(T/N) se encontraba viendo las calificaciones de su hijo en la libreta de notas, al mismo tiempo que mordía un almohadón. ¿Cómo mierda había bajado tanto las benditas notas? ¡Lo iba a matar cuando lo viera! Está bien que tenía una vida ocupada, pero se podría haber dado el tiempo para explicarle cada una de las asignaturas.

Estaba a punto de bajar del sofá, cuando su teléfono sonó. Carraspeo levemente y atendió la llamada.

—Hola—

—Buenas noches, ¿es usted la señora Vargas?— pregunto la voz de un hombre.

—Si, así es— murmuro, algo confundida.

—¡Ah, que bien que la encuentro! Soy el director de la escuela en donde asiste su hijo. Quería avisarle que he cometido un fallo en las notas y las he intercambiado— comento, haciendo que la mujer soltara un suspiro.

—¿De verdad? ¡Me alegro de escuchar eso—

—Yo estoy más alegre de poder comunicarle mi error, no se preocupe. Que tenga buenas noches— y, diciendo esto, se corto la llamada.

~*~

Del otro lado de la ciudad, un hombre canoso, apartaba el celular de su oreja y lo dejaba en la mesa, con lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en un niño de trece años, quien lo observaba, impasible, sosteniendo un arma contra su frente. Trago fuertemente, sintiendo la garganta rasposa.

—Y-ya esta— balbuceo el director, esperando que el chico bajara la pistola. Angelo, se acerco al hombre, quien sintió su corazón explotar.

—Nadie hace preocupar a la mamma— menciono, para luego apartarse de él. Camino, lentamente, hasta el extremo de la habitación, donde un hombre moreno, con un costoso tapado y fumando un cigarro, lo esperaba. Lovino soltó el humo en dirección contraria al niño y envolvió los hombros de su hijo en uno de sus brazos. Se giro, unos pocos segundos, para dedicarle una mirada llena de lastima, de la mala, al maduro hombre.

—Ni una palabra de esto a nadie, ¿capisci?— pregunto, para luego sonreír torcidamente. Momentos más tarde, estaban saliendo de la casa—. ¡Nos vamos, muévanse!— exclamo, haciendo que variados hombres de traje salieran de las sombras de la casa. Rápidamente, se dispersaron y padre e hijo entraron en un auto.

—¿Todo bien, Angelo?— le pregunto, un sonriente Feliciano, mientras conducía por las calles.

—Si, tío, mejor que nunca...— comento, en un tono sombrío. El trío sonrió de manera siniestra. No había mejor manera que esa para comenzar a involucrarse en el negocio familiar. 

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora