Hungria

3.4K 215 36
                                    

Imagina estar enamorada, en silencio, de Elizabeta

—¡Princesa, he venido a rescatarla!— exclamo la guerrera, mientras enfundaba su espada. La contraria solo veía, asombrada, a la mujer. Ella portaba una armadura, junto con una falda verde y botas marrones. Su largo cabello castaño claro, se movía con el viento y era decorado por una hermosa flor al costado derecho.

—Usted... Pudo vencer al dragón— comento la princesa, impresionada—. Nadie más pudo hacerlo, ni siquiera el ejercito de caballero de hace unos años— murmuro, mientras se giraba, haciendo que su vestido rozara con el suelo de piedra. La guerrera le sonrió y se inclino, apoyando su rodilla, para mantenerse en equilibrio.

—Eso es porque nadie deseaba su libertad como yo, señorita— menciono, con una gran pasión ardiéndole en los ojos—. Ahora déjeme acompañarla hasta su reino, sus padres están muy ansiosos de verla— dijo, incorporándose y extendiendo una de sus manos enguantadas en metal. La contraria sonrió y asintió con su cabeza, para luego tomar la extremidad que le ofrecía la ajena. Se acerco hasta la castaña, mientras le sonreía.

—Sabe lo que sucederá ahora, ¿verdad?— susurro la princesa—. Le darán mi mano y le guste o no, deberá aceptarla, tal vez, sería mejor que me dej...— pero fue interrumpida.

—Y eso es, exactamente, lo que más me gustaría, señorita—dijo la caballero. Ambas sonrieron y se fundieron en un pequeño y suave beso.


—Y, colorín colorado, este cuento, se ha acabado— menciono (T/N), rompiendo el mágico momento, mientras cerraba el libro que sostenía en sus manos. No pasaron ni dos segundos, cuando recibió una gran queja general de las naciones más pequeñas que se encontraban sentadas en el suelo y, claro, de Alfred.

—¡Pero no puede terminar así!— grito una niña.

—¿Qué paso con ellas?

—¿Tuvieron hijos?

—¿Y el dragón?

—Tengo hambre...

—Bien, bien, bien— alzo su voz por encima de las demás—. El cuento se ha acabado, ahora vayan, apuesto que el tío Francis tiene comida y, si no, tiene mi permiso para asaltar la cocina— menciono, sonriendo. Entre pequeñas conversaciones, cada quien se fue alejando. América se llevo a cinco niños colgando de su espalda. Sonrió y guardo el libro en su bolso, para luego sentir como su falda era tironeada. Bajo su vista, sorprendida por ver a una pequeña isla con la cual había tenido muy poco contacto.

—S-señorita— le llamo el niño, totalmente sonrojado y nervioso.

—¿Si, pequeño?

—¿Hay cuentos donde haya dos príncipes?— pregunto en un susurro, desviando su vista hacia la puerta, asegurándose que no los escuchara. (T/N) sonrió y se agacho a la altura del menor, para luego acariciarlo los cabellos.

—Claro que si, solo déjame buscarlo, ¿si? Pasa a verme luego de la merienda— susurro. El chico sonrió y asintió con su cabeza, para luego salir corriendo. La mujer se incorporo lentamente, disfrutando del minuto de silencio que había reinado en la habitación. Debía comenzar a escribir el cuento para el niño, no quería defraudarlo.

Unos pasos hicieron que se volteara a ver, encontrándose con Hungría, quien le sonreía afablemente. Aquello hizo que su corazón latiera tan rápido, que dolía.

—Es increíble como mantienes a los niños tan callados y quietos, (T/N), gracias por eso, la reunión nunca ha sido tan tranquila— menciono. La contraria asintió con su cabeza, notando el rubor en sus mejillas. Desvió su mirada, para no torturarse con la visión frente a ella.

—Sí, no te preocupes, Elizabeta, me agrada estar con ellos y enseñarle nuevas cosas— comento, como si le restara importancia— Por cierto, ¿Qué hace Alfred aquí? Pensé que estaría en la reunión.

—¡Ah! Se escapo para escuchar tus cuentos— dijo la castaña, riendo levemente—. Son muy famosos, espero poder escuchar alguno, por estos días.

Aquellos ojos verdes le estaban destrozando el alma a (T/N). ¿Cuántas veces la había plasmado en sus escritos? No podría contarlos. ¿Podría hablar de alguien más? No, lo dudaba. Siempre que trataba de hacerlo, su mano se negaba a escribir. Al final, regresaba a su imagen una y otra vez, desgarrándose el corazón sin remordimiento alguno.

—Claro que s...— pero no pudo terminar, puesto que la voz de un hombre la interrumpió.

—¿Hungría? ¿Dónde estás?

—¡Señor Austria, ya voy!— exclamo la recién nombrada—. ¡Espero que así sea, (T/N), nos vemos!— diciendo esto, salió de la sala, agitando su mano en despedida. La escritora, simplemente le sonrió, moviendo su mano automáticamente, mientras que su corazón se apretujaba y su garganta parecía pesarle mucho más. Sus ojos ardían terriblemente.

Tal vez no era una princesa, pero, nuevamente, esperaba ser rescatada por su guerrera. Mientras tanto, seguiría dedicándole poemas. 

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora