España

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Imagina los celos de Antonio

—Me encantaría retratarla, señorita.

Con esa frase, aquel pintor novato, consiguió la atención de (T/N), y, también, la de Antonio. No le gusto ver la coqueta sonrisa de su hija y mucho menos, como se arreglaba el cabello, dejando expuesto su cuello, como si de una invitación se tratara. Hacía mucho que la chica se había independizado, que había demostrado poder valerse sola, aun siendo una pequeña isla; peor hacia poco que ellos habían retomad sus lazos, esta vez, como iguales, y no dejaría que nadie le quitara su atención.

Si, podría sonar desesperado, pero Antonio deseaba volver a ver esa hermosa mirada de admiración sobre él. A pesar de esto, se había dado cuenta que esos orbes, tan parecido a los suyos, habían cambiado, tornándose más astutos y seductores; tal vez, influencia de los inmigrantes francés, no lo sabía y no le prestaba atención. Muy bien, no quería prestarle atención.

—Seria un placer para mí— susurro la joven, al mismo tiempo que asentía con su cabeza.

—El placer es todo mío, señorita.

Y, con eso, las largas tardes que solían pasar hablando, habían sido apartadas, para que el artista pudiera plasmar sobre cualquier superficie, a su bella hija.

—¿No te parece bellísimo, padre?— menciono (T/N), mientras que elevaba un pequeño retrato, obsequio de su, como él le decía, idiota enamorado. España tuvo que hacer un enorme esfuerzo por no bufar o revolear sus ojos. Tomo un gran sorbo de su te, al mismo tiempo que disfrutaba de la brisa mañanera, la cual parecía querer calmar sus maltratados nervios. Ya estaba viejo para tantos sentimientos juntos.

—Si tú lo dices, mi querida niña, ha de ser así— comento restándole importancia. Rápidamente, recibió una mirada llena de reproche y descontento de (T/N), junto con un pequeño puchero. Hubiera jurada, de no ser por las vestimentas, que habían regresado trescientos años en el pasado, cuando ella le recriminaba el que no la iba a visitar con demasiada frecuencia.

—¿Por qué dices eso? ¿No crees que es perfecto? Todo lo que ha dibujado es hermoso.

—Yo no he dicho eso, simplemente no ha logrado captar tu esencia, pequeña— diciendo esto, se incorporo. Rodeo la mesa y termino detrás de ella. Se inclino, poniendo una mano en el respaldo de la silla y, con la otra, comenzó a señalar el cuadro—. Tu nariz es más respingada y tu cabello suele caer del otro lado. Jamás te vi usando ese color en el vestido y además, no sueles cubrir tus hombros, eso está mal. Tus ojos no son opacos, no importa que, siempre tienen su brillo especial— susurro, enumerando aquello con lo que parecía disconforme. Sin saber muy bien porque, la extremidad con al que estaba señalando la pintura, fue hasta el mentón de la chica y lo acaricio, sintiendo la suavidad de la piel ajena—. Tú jamás bajas de esa manera a cabeza, ni siquiera cuando estuve a punto de vencerte... ¡Ah! Y tus labios no estarían serios, siempre tienen una sonrisa en ellos— murmuro, dando por finalizado aquella crítica, mientras deslizaba sus dedos, desde el mentón, hasta el cuello de la muchacha.

(T/N) volteo a verlo, sonriendo, mientras enarcaba una de sus cejas.

—Vaya, ni siquiera yo había notado aquello. Siento que me has mirado mucho, Antonio— comento, sutilmente, burlándose del mayor. Este aparto la vista de su hija, fijándola en el jardín, mientras sentía su mano, con la cual le había tocado, arder.

—Has cambiado demasiado, pequeña, es solo eso— musito.

(T/N), debajo de su falda, sentía sus piernas temblar.

Supo que estaba loco, cuando observo como aquel pintor de cuarta, acariciaba los labios de su hija, inspeccionando cada parte de aquella piel. Algo pesado hizo presencia en el estomago, arañando sus entrañas, exigiendo la sangre de quien había osado tocarla. No quería que nadie más viera las expresiones de las que era capaz su hija o de las enigmáticas sonrisas que podía dar.

¡El debía protegerla! Así como no lo hizo cuando era pequeña, en esos momentos, debía redimir todo el daño que le había causado.

Una parte de él, aseguraba que era un sentimiento paterno, como los celos que cualquier padre puede tener con su hija al ver que otro pudiera hacerle daño, pero, un lado más oscuro, le recordó aquellas veces que su vista había bajado hacia el maldito escote que la chica lucia, así también como había disfrutado de la curvatura de su espalda baja o las vistas de su cuello que, tan anisadamente, deseaba morder.

Estaba loco de amor... Sea cual fuera ese amor.

—¿No cree que son lindas?— pregunto (T/N), sin quitar la vista de los grandes rosales que se encontraban en el jardín. Podía sentir la presencia del insistente pintor detrás suyo, quien, como siempre, la acompañaba a los lugares que ella quería, siempre y cuando, claro, que Antonio se mantuviera lejos.

—Son hermosas, señorita— asintió el hombre, sintiendo su corazón latir desenfrenadamente. Tal vez, estaba por hacer una estupidez, pero llevaba, ya, bastante tiempo deseando a la mujer y no se perdería una oportunidad—. P-pero, francamente se ven como hierbajos a su lado, señorita.

La chica sonrió y giro su cabeza, hasta poder verlo por el rabillo del ojo.

—Es usted un adulador— susurro, dedicándole una seductora sonrisa, la cual no paso desapercibida por el joven. El hombre sintió su corazón querer salirse del pecho ante aquel acto. Había plasmado, algunas veces, esa sonrisa en escasos dibujos, pero, ahora, era solo para él.

Con rapidez se dirigió hacia ella, acortando los pasos que los separaban, dispuesto a besarla hasta que le faltara el aire.

—¡S-señorita...!— fue lo único que (T/N) pudo escuchar de él, puesto que el sonido de un disparo, lo interrumpió. No volteo hacia el cuerpo del pobre hombro que callo, de manera brusca, al suelo. El estaba ahí, oculto entre las sombras de las Madre Selva, había podido sentirlo desde el principio, aun así, no había dicho nada por curiosidad. Simple y llana curiosidad que, ahora, se cobraba la vida de uno de los, tantos, que le habían amado.

Antonio guardo la pistola dentro de su larga casaca roja y salió a su encuentro. No era su estilo atacar sin dar la cara a su oponente, pero había tenido piedad del pobre diablo y, al final, se decidió en darle una muerte limpia y corta. Sus ojos se deslizaron hasta el charco de sangre, alrededor de la cabeza del pintor, casi con asco, para luego volver su atención hacia su amada y, ahora, protegida hija.

—Vamos, pequeña, tu vestido se ensuciara.

La mujer le miro, para luego dirigir, por primera vez, su vista al cuerpo del pintor.

—Que tragedia amar y estar destinado a morir— murmuro, para luego incorporarse. Alargó una de sus manos y, con delicadeza, España la tomo y beso su dorso, para luego tirar, suavemente, de aquella extremidad. Los desenfocados ojos verdes del mayor, advirtieron aquel estado que, ella, tanto había intuido. Sonrió ladinamente, mientras aceptaba la muda petición de perderse entre aquel inmenso jardín.

Desde entonces, pobre de aquel que osara acercarse a su rosa.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora