Holanda

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Imagina presenciar la boda de Tim

El vestido blanco, se deslizo por la alfombra, hipnotizando a todos los presentes. Ella estaba radiante, hermosa. Una sonrisa se asomaba en sus labios, sin poder ocultarla. Iba de la mano de su padre, mientras sostenía el ramo de hermosas flores rojas. La marcha nupcial, tocada por Austria, llenaban los oídos de los piases, que se deleitaban ante tal pieza. Finalmente, Antonio, luego de cruzar varias miradas y alguna que otra palabra con Tim, se aparto, dejando a la mujer al lado del novio, quien vestía un perfecto smoking para la ocasión.

El cura comenzó a  hablar, haciendo que los menores se cayeran un leve sueño, de los cuales eran sacados, cuando otro país los zarandeaba para que no se les escapara la saliva de la comisura de la boca. La brisa de aquel campo de tulipanes, hacia levantar vestidos y alborotar cabellos, pero nada podía importar menos, puesto que, aquello, parecía sacado de un cuento de hadas.

Antes de que alguien pudiera, mágicamente, evitarlo, ambos dieron el si. Un casto beso, seguido de una lluvia de aplausos y risas. Por fin, Paises Bajos había aceptado sus sentimientos por la joven mujer. Había costado, eso sí. Había costado, aproximadamente, dos siglos, pero ya estaban juntos.

(T/N) soltó un suspiro, mientras apartaba la vista de aquella alegre imagen de los novios siendo, literalmente, acribillados con arroz. Carraspeo levemente, tratando de contener el pesado sentir que se acumulaba en su garganta.

—Si viniste— la monótona voz de su amigo la sobresalto. Se giro, observando al rubio, mirarla desde arriba. Rápidamente sonrió y asintió con su cabeza.

—¡Claro! Tuve que dejar algunas cosas para más tarde, pero… ¡Oye! No podía perderme la boda de mi amigo y mi hermana— comento, encogiéndose de hombros. Los penetrantes ojos verdes se clavaron, implacables en ella, haciéndola temblar. La estaba analizando y lo sabía. No en vano llevaban, cinco siglos siendo amigos.

—Te sucede algo— no fue una pregunta, si no una afirmación. La chica negó rápidamente con su cabeza, deseando que las lagrimes no saltaran de sus ojos.

—¡Claro que no! E-es decir… Sabes cómo soy de sentimental, estas cosas siempre me producen algo— menciono, restándole importancia. El grito de la recién casada, llamando al novio, interrumpió su conversación. Tim se giro, observando que la recepción había comenzado en la cabaña a unos metros de allí. Extrañamente, no habían escatimado en gastos.

—Debo ir, no tardes mucho— dijo, para luego dirigirse a la construcción.

—¡En un momento estaré!— exclamo, para que él le escuchara. Volvió a girarse, observando el hermoso paisaje a su alrededor, mientras inspiraba fuertemente.

Le gustaba estar allí. Le hacia recordar a su casa: un aire limpio, puro y con aroma a flores. Se relamió los resecos labios, a punto de ir con los demás, cuando una gran mano se poso en la coronilla de su cabeza. Fue allí, como si hubiera presionado un botón, cuando las lágrimas comenzaron a descender por su rostro, sin poder evitarlo. El dolor en su pecho se hizo insoportable, tanto que le costaba respirar y el nudo en la garganta no dejaba de pesarle.

Creyó haber llorado lo suficiente, cuando su hermana y mejor amigo le comunicaron que habían comenzado a salir. Creyó haber llorado lo suficiente, cuando él le había dicho que le propondría matrimonio a su hermana. Creyó haber llorado lo suficiente cuando vio aquel anillo. Pero, nunca se es suficiente cuando, realmente, es el momento.

Se quebró. Sin poder evitarlo, dejo escapar, entre sollozos, su tristeza, su decepción, su frustración. Todo aquello que lo había acobijado durante esos meses. Se suponía que él estaba enamorado de ella, si no… ¿Por qué le había besado de aquella manera? ¿Por qué le había leído poemas de amor cuando estaban solos? ¿Por qué habían tenido miles de citas entre los tulipanes? No era justo, Tim no debería haber jugado con sus sentimientos… ¿O no era justo el que ella fuera tan sentimental? No lo sabía.

Quiso detenerse, pero, cada vez que lo hacía, recordaba aquellas eternas tardes, que pasaban pacifica y lentamente en la sala de su casa, a veces repleta de caricias, otras de silencio. Coloco las manos en su rostro, pensando en que se habría equivocado, en que tendría su hermana mayor que ella yo. Y cuanto más lo pensaba, mas dolía.

—Déjalo ir…— la voz suave de Francis hizo que se volteara y lo abrazara. Allí, hundida en su pecho, grito, lloro, se vació por un amor que nunca fue.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora