España

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Imagina ser una sirena, capturada por España.

—¡Señor!— exclamo el marinero, antes de interrumpir en la cabían del capitán, sin siquiera llamar como estaban tan acostumbrados. El país estaba a punto de gritarle que sea más respetuoso, pero ni siquiera pudo abrir su boca—. ¡La tenemos!— y, diciendo esto, el marinero asintió, para luego salir del cuarto. España sonrió y le echo una última mirada al mapa que había sobre su escritorio. De verdad era toda una fortuna.

Con rapidez, salió a la cubierta, donde varios hombres se encontraban amontonados, observando algo en el borde del barco.

—¡Déjenme pasar!— exclamo el moreno, al mismo tiempo que los empujaba. Cuando logro llegar, pudo contemplar el ser más hermosos que sus ojos hubieran podido ver. Era una mujer joven, con el cabello despeinado y, claro, mojado. Su pecho se encontraba desnudo y subía y bajaba a corde a sus agitadas respiraciones. Los ojos verdes del Conquistador bajaron por su cadera, encontrándose con pequeñas escamas que relucían al sol del mediodía. Los que debían ser sus piernas, era una cola larga y delgada, afinándose en la punta, para luego ser decorada con una fantasmagórica aleta de grandes dimensiones—. Vaya, vaya... ¡Al parecer no se habían equivocado! ¡Pero si es la mujer más hermosa que he visto!— exclamo, haciendo que sus hombres aclamaran aquella moción. La chica, al oír tanto ruido, de apretó, aun mas, contra la pared de madera. Aquellos hombres no le gustaban. Sin poder evitarlo, comenzó a llorar. Quería regresar al mar, al lado de su hermano. Antonio, al verla, se inclino y paso su pulgar sobre el rostro ajeno, el cual le pareció tan frio que estuvo a punto de preguntarse si no era algún tipo de cadáver.

—¡No me toques!— exclamo la mujer, al mismo tiempo que apartaba, de un manotazo la extremidad ajena. El sonrió y lamio aquellas pequeñas gotas que habían quedado atrapadas en su dedo.

—Así que si hablas, me sorprende— susurro. Sin más, tomo de la cabellera a la mujer y tironeo de ella—. ¿Sabes cuantos barcos de los nuestros han hundido tú y tus amiguitas?— pregunto en tono mordaz.

—No es nuestra culpa que estén invadiendo territorios sagrados. ¡Ustedes, los humanos, son detestables! ¡Siempre arrasan con aquello que no entienden y se adueñan de lo que es de otra persona, dan asco!— exclamo la chica, tragándose las ganas de gritar. Escucho como los marineros le gritaban todo tipo de grosería, incluso sintió que algunos la picaban con cuchillos y pisaban su cola.

—¡Basta ya, la necesitamos viva!— exclamo España, haciendo que todos se callaran. Volvió su atención a la mujer y le sonrió—. Eres muy valiente, pero guárdatelo para cuando te convenga. Por ahora, cooperaras con nosotros, te guste o no— y, diciendo esto, quito las manos del cabello ajeno. (T/N) solo pudo observar como él se alejaba, mientras los marinos gritaban cosas en honor a su capitán.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora