Yo

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Imagina el proceso de creación de una micro nación

Hace unos cuantos años

Todo había comenzado como un juego, algo pequeño y solo para divertirnos. Yo, tenia mi propio Reino. Alli, donde los edificios dejaban de colmar el paisaje, dando paso a largos campos de variados colores. Era una princesa que solo visitaba su Reino un par de veces al año, justo cuando el dragón con bata color blanca, que olia a desinfectante de manos, accedía a dejarme salir del concurrido castillo de paredes grises y poco amigables. Recuerdo amar salir de aquel encierro, donde solian examinarme y pinchar mi cuerpo, para que unos extraños líquidos fluyeran a través de mi.

Mi llegada, siempre era bien recibida. Siempre había sol, el cual calentaba la tierra, haciendo que el frio se escapara de mi cuerpo. Entonces, y siempre, aquel hombre avejentado apoyaba el palo del rastrillo y se inclinaba ante mi, bajando su cabeza, en señal de respeto, acompañado con un "Su alteza, bienvenida de nuevo". Luego de eso, los demás sirvientes de cuatro patas, me recibían con sus ladridos y lengüetazos. Recuerdo haber escuchado a alguien diciendo "No deberías mimarla tanto, es solo una niña", sinceramente, a este punto, no me interesa averiguar quién era.


En mi Reino era feliz. Comía toda clase de postres que la Duquesa del Horno, solía preparar y, claro, aprendía a realizarlos por mi cuenta y aunque no siempre salía muy bien, los sirvientes se encargaban de no dejar nada. También solía pasear por los terrenos de mi Reino, al lomo de mi fiel caballo, acompañada, claro, del Marques del Polvo, quien me señalaba cuantos árboles frutales habían producido este año y cuantos había plantado. Solíamos, aparte, admirar las flores silvestres, hasta que el grito de la Duquesa, nos advertía que la cena ya estaba lista.

Mi Reino era pequeño, apenas eran veinte habitantes, contando a todas las Damas del Gallinero, pero, casi sin pensarlo, comencé a entregar documentos firmados con mi temblorosa letra a los viajeros, amigos del Marques del Polvo, quien exclamaban que era un gran honor, ser parte de tan hermoso lugar. Para mí lo era mucho más.


No recuerdo cuando, pero no volví a aquel castillo de paredes grises, el dragón había quedado atrás, pero aquellas dudas se vieron opacadas, cuando el Marques del Polvo, colgó, en la entrada de mi Reino, un cartel con letras en verde y muchas flores pintadas, seguramente por la Duquesa. "Edén", así se llamaba mi Reino. Era el Reino del Edén.

Viví varios cambios, algunos que no me gustaron, pero que mis allegados me dijeron que era lo mejor. Algunos arboles fueron arrancados, tal vez, los más viejos, para que, en su lugar, se alzaran pequeñas casas que, según ellos, serviría para que las personas descansaran en el paraíso. Extendí mis tierras, apenas un poco más, pero suficiente como para seguir con las plantaciones de los árboles frutales que a mi tanto me gustaban.

Allí era feliz. La calma siempre permanecía en el Castillo, a pesar de que afuera, la lluvia torrencial, cayera sin control alguno.


Recuerdo, una mañana en particular, donde la Duquesa de los Hornos, no ocupo su lugar y el aroma a crema dejo de llenar el Castillo. El Marques del Polvo, derramo lágrimas y lagrimas, aplastando la tierra, mientras tomaba la mano de aquella anciana mujer, entre las suyas, esa madrugada, cuando él creía que yo no estaba viéndolo.

Nada fue igual desde entonces, hasta el más increíble cantante de ópera de la corte, parecía olvidarse, asiduamente, de sus letras y las recordaba cuando el sol ya estaba en lo alto. La leche de la Condesa de las Manchas, no era tan rica y las Damas del Gallinero, no hacían tanto revuelo. Aun así, el Marques del Polvo, seguía sonriendo como costumbre, siempre trabajando, mientras su propio terreno se depositaba en el surcado paisaje de su rostro. El parecía querer arreglarlo todo, pero mis Reino, ya no era mi Reino.


No recuerdo cuando, fue hace mucho tiempo, que mis platos de sopa comenzaron a ser mas sabrosos, que el pan ya no se me quemaba, que lograba recordar, a la perfección, como realizar el vino. Agasajaba a los transeúntes con todos los manjares que podían y ellos prometieron volver. Siempre cumplían sus promesas, pero podía observar como la vida parecía abandonar sus cuerpos. Eran uvas que, lentamente, se iban marchitando y, a pesar de todo, sonreían, estirando sus agrietados labios. Paso el tiempo y muchos dejaron de venir, siendo reemplazados por los hijos que había visto nacer.

Fue cuando me di cuenta que aun no lograba alcanzar el espejo mágico que había en el baño, frente a la tina real, que los terrenos de quien había sido la Dama de los Hornos, seguían igual de gigantescos que la última vez que había abandonado el refugio del dragón, que mi cuerpo no se desvanecía y que dejaba de toser aquel liquido carmesí que tanto odiaba. Jamás se lo dije al Marques del Polvo, pero si a las Damas del Gallinero y estas, al parecer, le fueron con el cuento.


"He llegado a conocer a seres inmortales", había comenzado, aquella noche, con su voz rasposa. "Siempre apegados al lugar donde nacieron. Ellos podrán desangrarse, pero jamás morir. El paso del tiempo jamás los tocara", interrumpía su relato con una fuerte tos, al cual debía ser calmada con agua. "Y fue exactamente lo que desee hacer. ¿Cómo podía vivir cuando sabía que mi nieta se desgastaba cada día más? No", diciendo esto, sonrió. "Para mí siempre será... Un gran honor haberla conocido, Edén... Mi nieta..."

Entonces, un fuerte vendaval sacudió mi Reino y se llevo al Marques del Polvo, convertido, irónicamente, en polvo.


Actualidad

Solte un suspiro, mientras terminaba de acomodar las nuevas macetas, allí, en la desvencijada entrada de madera. El viento mecia suavemente y, cuando escucho un suave chirrido, eleve mis vista. El cartel de madera se movia lentamente, mostrando sus, algo, descoloridas letras. Probablemente debería pedirle ayuda al Señor Negociante, para que lo bajara y, asi, poder pintarlo.

Carraspee y me incorpore, observando el paisaje. Desde que el Marques del Polvo se había alejado, mi Reino había sido, lentamente, poblado. Eran, usualmente, personas mayores o aquellos cansados de vivir en las grandes ciudades, buscando un poco de alivio. Todos eran bienvenidos y, allí, reinaba un ambiente de paz. Incluso había unos cuantos niños que acudían a la escuela más cercana y, luego, ayudaban a sus padres en la siembra y cosecha de las verduras y frutas. Era una economía, principalmente, de subsistencia, pero siempre había grandes señores que encargaban una o dos botellas del más refinado vino.

El sonido de un auto deteniéndose, hizo que girara mi cabeza. El automóvil negro quedo en silencio y, pronto, un hombre de mediana edad, salió de este. Me acerque, sabiendo muy bien que no era, ni residente, ni habitual de por allí.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?— cuestione, sonriendo con levedad.

—¿Es usted Edén?— diciendo esto, el contrario saco un sobre blanco y lo tendió, mostrando un extraño sello—. Queda usted, cordialmente, invitada a la próxima Conferencia de las Naciones. 

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora