AU!Austria

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Imagina...

El humo del cigarrillo, formaba una nube gris, la cual se agolpaba en el techo, acumulándose cada vez mas y mas, sin rastros de salida, puesto que las ventanas se abrirían una vez, el horario, fuera cumplido. La luz rojiza inundaba el lugar, haciendo que sombras tétricas aparecieran por cualquier rincón. El aroma a alcohol y a perfumes baratos, llenaban las fosas de los allí presentes y los mareaban, al menos, a los nuevos, quienes ya se encontraban acostumbrados a ese desagradable coctel, podían respirarlo sin dificultades.

Tal era el caso de Roderich, el hombre al piano, quien ambientaba aquel burdel con su hermosa, pero deprimente música, remarcando, aun más, el concepto de melancolía y tristeza de aquel lugar. Sus dedos se movían por si solos sobre las teclas, había dejado de prestar atención, hacia horas, a las partituras que se encontraban frente a él. Todas las noches ocurría lo mismo. "El Santuario de las Ninfas", abría, siempre, a las ocho de la noche. Todas las mujeres debían estar preparadas con sus mejores prendas, dispuesta a tender a los clientes que, poco a poco, iban llegando. El, mientras tanto, debía tocar y tocar, hasta que el burdel cerrara. Ni un minuto más, ni un minuto menos.

El hombre al piano, había visto absolutamente todo desde que llego allí. Había visto políticos, personas de fuerte poder, mujeres, bueno, de eso había perdido la cuenta, hombres que se habían quedado sin trabajo y se emborrachaban, mientras se dejaban su indemnización en las prostitutas que allí había. No es algo que hubiera deseado ver, pero, siendo extranjero y sin nadie que lo quisiera ayudar, su única opción había sido esa. Al principio había detestado cada segundo en aquel lugar. ¡Ese ambiente no era para una persona tan refinada como él! Varias veces se había quejado, pero, entonces, había llegado una mujer vestida de rojo, que había logrado hacerlo callar y bajar la cabeza. Desde entonces, podía decir, que se había mostrado mucho más amables con las señoritas de allí, incluso compartían varias risas y algún que otro trago.

Sus recuerdos se vieron interrumpidos, cuando el hombre de seguridad, saco a rastras a otro, que gritaba cosas aberrantes a una de las chicas. Roderich soltó un suspiro y siguió tocando, esta vez, haciendo énfasis en las teclas mas graves, para disimular los chillidos de aquel tipo, el cual, estaba seguro, le iría muy mal con el guardia. Pocos segundos después, el lugar volvió a hacer el mismo, como si aquel percance no hubiera pasado. Varias mujeres rodearon a la víctima, abrazándola y acariciándola, susurrándole palabras tranquilizantes. Allí, era así. Podía ser un burdel, pero eran, también, una familia. Eran mujeres que, como él, no habían tenido más opción, y debieron recurrir a vender sus cuerpos. Eran personas marginadas, y a la vez, las más recurridas. Eran la vergüenza de una sociedad y, a la vez, el desahogo de la misma. Eran tan despreciables, como amadas.

—Hermosa noche, ¿verdad?— la voz, susurrante, de una mujer, hizo que apartara sus ojos de aquel decadente paraíso. Sentada, a su lado, se encontraba la mujer que lo había puesto en su lugar. Algunos podrían pensar que no le volvería a hablar, pero, contrario a eso, se habían hecho muy buenos conocidos. Si, amigo era una palabra muy fuerte en aquel ámbito y, solo, se lo ganaba aquel que demostrara lealtad.

—Demasiada, he de decir. Siento que, en cualquier momento, pasara algo malo— comento, sin darle mucha más importancia al tema. Fue entonces que, por el rabillo del ojo, diviso variadas marcas en el cuello y hombro de la mujer. Un sentimiento de rabia e incomodidad, nació en su interior, haciendo que las notas fueran, cada vez, más rápidas. (T/N) no era la prostituta que más clientes tenia, puesto que su precio era alto, pero tenía su seguidilla y, cada que venía un hombre a contratar sus servicios, podían estar horas y horas dentro del cuarto. Cuando ella aparecía, lo hacía repletas de marcas y algunos moretones. Al parecer, ella era una de las mujeres, destinadas al "sexo duro" y, Roderich, no podía imaginárselo. La mujer debía ser tratada con cariño, con suavidad, el miedo a romperala, debía ser mayor que la lujuria. Y no, no hablaba de amor, porque, en aquel entorno, tonto era aquel que se enamoraba de una prostituta.

Una prostituta de hermoso cabello, de mirada melancólica, de sonrisa eterna. Una mujer que solo seria para hundir en el pecado a cualquiera, solo con cruzársele enfrente. Un mujer de carácter amable, casi soñadora.

—Ya no puede pasar nada mas, después de todo, es hora de cerrar— menciono la mujer, observando cómo, lentamente, las chicas se despedían entre si y salían del lugar. La melodía dejo de sonar y, por unos minutos, todo quedo en silencio, a excepción del ruido de los primeros coches que pasaban por la acera. El aire frio de la mañana, entraba por las ventanas que habían sido abiertas hacia segundos, ahuyentando el ambiente viciado. El hombre soltó un suspiro y se foto el punto de su nariz con ambos dedos, sintiéndose repentinamente cansado. Lo único que deseaba, era poder acostarse y no saber más, hasta que tuviera que regresar en unas cuantas horas. Comenzó a acomodar sus papales y, estaba a punto de levantarse, cuando un tirón en su manga izquierda, hizo que volteara a ver a la chica a su lado.

—Roderich— el anunciado tembló al escuchar su nombre en los labios de la prostituta—. Hoy es mi cumpleaños, ¿podrías tocar una canción, solamente, para mí?— pregunto, deseando que el aceptara. Se había armado de valor para pedir aquello y, esperaba, el otro la valorara. El austriaco, reprimió un bufido y observo la puerta, pensando que, tal vez, salir unos minutos tarde, no era nada de otro mundo. El feje aun no aparecía y, eso significaba que, aun, podían quedarse un poco más.

—De acuerdo, pero solo una y es porque es tu fecha especial— dijo, queriendo parecer cortante aunque el sonrojo en sus mejillas, lo contradijo. Sentía que el corazón le iba estallar. Volviendo a sentarse, dejo las partituras de un lado y, sin más, comenzó a tocar.

(T/N) sonrió y se apoyo, levemente, en el hombro del contrario, mientras cerraba sus ojos y se sumía en su pequeño mundo.

Cualquiera seria un tonto en enamorarse de una prostituta. Y, Roderich, era un tonto.

Imaginas {Hetalia}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora